Todo por un gol. Y después, doce minutos. Doce minutos eternos, mágicos, que nos hicieron sentir muy muy grandes. Sí Vini, muy grandes. Los que transcurrieron desde el éxtasis de la bolea de Torró hasta el desafortunado rebote que aprovechó Rodrygo.

Pero alrededor de esos doce minutos hubo lorolos, cervezas, ilusión desbordada, hubo txaranga, tortilla de camarón y gambitas. Hubo reencuentro con los amigos. Ésos con los que no recuerdas ya la última vez que coincidiste, y con quienes sin embargo sincronizas desde el primer abrazo con la camiseta roja, en un absurdo o poco justificable sentimiento común de apoyo incondicional a Osasuna. 

Mención merece un clásico de nuestro pasado reciente, César Cruchaga, quien mezclado entre la multitud de la fiesta previa por Sevilla, y atosigado por nuestras preguntas sobre detalles de su final, nos ofreció aquella tarde su tiempo y su atención, y cuando tratamos de disculparnos por nuestra más que evidente pesadez, nos reiteró: “para nada, estoy viviéndolo aquí y sabía a qué venía”. Vini, disculpa, esto era ser un grande.

Aquellos doce minutos supieron a gloria, la que nos trajimos orgullosos en un largo trayecto en la furgo. La que recordaremos siempre a cuenta de nada, en nuestro personal recuento de pequeñas cosas que van fabricando la vida. 

Hoy empieza otra temporada. Vayamos a por la gloria.