A Osasuna, un gran Osasuna, se le escapó la gloria de un título en el partido definitivo porque, después de subir a lo más alto en el torneo, colarse en final de Copa, el poderío del contrincante le impidió continuar con su ascensión y dar el salto a la nueva dimensión de los campeones.

Llegados hasta aquí, ni los más pesimistas esperaban este final, pero Osasuna estaba condenado a construir una sorpresa para ganar al Real Madrid y no le salió por muy poco, por esos pequeños detalles que marcan las diferencias y elevan a unos al cielo y a otros los arrincona entre los atormentados. El encuentro frente al conjunto madrileño resultó una reivindicación de un Osasuna valiente, ambicioso, grande, que ha subido peldaños en cuanto a consideración y altura. Llevar de la mano al Madrid al rincón de los apocados, de los dominados durante un buen puñado de minutos no está al alcance de muchos. Más bien de pocos.

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Fotos de la final entre Real Madrid y Osasuna Oskar Montero / Javier Bergasa

A Osasuna le privaron de la gloria de la consecución de un título, pero nadie le discutirá la enorme ilusión que ha trasmitido a sus seguidores, la simbiosis entre equipo y afición que ha creado el proyecto de Arrasate, la emoción que ha llegado a calar en seguidores de todo tipo. También esto es una forma de victoria. Si a ello se une el esfuerzo, la ambición, la valentía, el criterio para hacer daño a un rival mejor, la determinación pese a las dificultades, solo queda un bonito monumento al osasunismo. El ardor de la amargura queda para abonar futuros éxitos, para sostener que no debe haber rendición.

Osasuna empezó el partido en el peor escenario, con un gol en contra cuando no se habían cumplido los dos minutos. Vinicius, el gran desestabilizador, se fue por la banda con garra y clase de Moncayola y Rubén Peña y su centro lo culminó Rodrygo. El equipo cumplió uno de los preceptos de la camiseta roja y no aceptó una rendición ante el rival millonario. Osasuna ofreció una buena imagen en los minutos siguientes al mazazo y llegó a encerrar al Madrid en su campo. Hubo más intensidad e interés por parte de los hombres de Arrasate, que también firmaron varios remates en estos momentos de frenesí. Budimir y Aimar lo intentaron en sendos remates de cabeza, mientras que Vinicius, aún con pocos balones que jugar, seguía como desestabilizador, también emocional. A Moncayola lo puso de los nervios y la amarilla que le mostró el árbitro a los veinte minutos le dejó descolocado, limitado.

Sergio Herrera, encendido todo el partido, firmó un paradón en un disparo raso de Benzema y pasada la media hora, Alaba lanzó al poste una falta. Entre estas dos acciones, Abde estuvo a punto de marcar tras robarle la pelota a Militao y salvar su remate in extremis Carvajal. A pesar de que Vinicius insistía en ese fútbol desesperante que hiere al rival y a él le fortalece –hubo conversaciones en su flanco poco amistosas–, Osasuna estaba vivo frente un rival con calidad y músculo, y a eso se debía agarrar para lo que quedaba.

Osasuna siguió con el orgullo por delante y la valentía como escudo. Estaba el encuentro abierto cuando en otra llegada, Lucas Torró, marca de casa blanca, soltó el zapatazo de su vida par decirle a Courtois que quizás no es tan largo como se cree y marcar raso junto a un poste. Quedaba un partido de media hora por lo menos, y nuevo.

Los rojillos estaban amoldándose a su estatus de aspirantes con opciones cuando a Rodrygo, un delantero fantástico que hace su trabajo en silencio, le cayó un balón como un regalo del cielo porque se quedó solo con la pelota tras un rechace precedido de un disparo de Valverde. Otro partido, menos tiempo, más nervios.

Osasuna se mantuvo, pasando los apuros que le creaba el Real Madrid a la contra, que no le interesas perder el control del encuentro frente a un contrincante tan irreductible. El equipo de Arrasate no tuvo tanta chispa por el lógico desgaste y los minutos se fueron marchando con ímpetu rojillo y pocas ocasiones. La mejor la tuvo Aimar en el descuento. No dio para más. Para caer con honor, como un grande, con la cabeza alta. Perder es otra cosa.