Por el buen recuerdo que guardo de nuestros encuentros cuando te visitaba como proveedor en la entonces recién creada Universidad Pública de Navarra, y del buen feeling que manteníamos, leo con simpatía e interés tus escritos, tanto sobre economía como sobre nuestros orígenes y cultura vasca, especialmente el euskera.

En todos ellos estoy totalmente de acuerdo en el fondo y en la forma, en todo menos en un detalle del último aparecido el pasado jueves 14 de diciembre bajo el título “Constitución navarra”.

Repito, hago mío el 99% de tu pensamiento expresado en el mismo, excepto en lo de reinstaurar la monarquía en Navarra, ahora, en pleno siglo XXI, y menos aún en la figura de un Borbón, aunque me lo disfraces de Felipe VIII de Navarra. La mayor desgracia que le pudo caer al Estado español tras la guerra de sucesión del siglo XVIII fue, precisamente, la llegada de los Borbones. 

A pesar de las heroicidades patriotiles de la llamada Guerra de la Independencia, nos hubiera ido mucho mejor con la implantación napoleónica. Al menos, peor que con los Borbones no estaríamos.

Repasemos brevemente la huella borbónica, destacaron como ladrones Fernando VII, el llamado El Deseado, pasó a ser El Felón, es decir, indeseable. Abolió las Cortes y Constitución de Cádiz (La Pepa), imponiendo el absolutismo. A su muerte su cuarta esposa, Mª Cristina de Borbón regente (también ladrona) de su hija la reina Isabel II, ninfómana y la campeona en robar, fue expulsada de España. A su hijo Alfonso XII no le dio tiempo de robar mucho, no así al sucesor de este, Alfonso XIII, hasta su huida al exilio, tras la pérdida de las elecciones municipales de 1931. Y qué decir que no se sepa ya del campechano, rey emérito. Al actual, el Preparao aún no se le atribuyen hazañas de faldas y de desfalcos, pero teniendo en cuenta la herencia genética, todo se andará. En algún momento sacará la patita, ya se sabe, como buen Borbón. Y con estos antecedentes, ¿aún queremos una monarquía?

No voy a discutir por cuestiones semánticas sobre si a la nación que intentamos reinstaurar debe llamarse Navarra o Euskal Herria. Ese es chico pleito y como bien dices, adopte el nombre que adopte, que se sumen el resto de territorios, tanto de Egoalde como de Iparralde al nuevo proyecto.

Pero de lo que no me cabe ninguna duda es que debe ser bajo la forma de Estado de república. Por supuesto, la capitalidad recaería en Pamplona, como capital del Viejo Reino, pero no bajo esa fórmula. Los reinos son cosa del pasado. En una Constitución actual de igualdad entre ciudadanos, sean hombres o mujeres, de uno u otro color, de una u otra ideología y de una u otra creencia religiosa, o mejor aún, de ninguna, no cabe una monarquía que conceda privilegios a unos sujetos por encima del resto de ciudadanos por el hecho de nacer en una familia u otra.