Una buena amiga defiende la importancia, la necesidad personal y social, de celebrar. Celebrar los éxitos… y los esfuerzos que se quedan en el intento. Como punto de partida, casi-casi como filosofía de vida, no parece mala manera de afrontar los retos, sin que ello tenga por qué implicar pérdida del sentido crítico ni autocomplacencia.

En el ámbito de la normalización y fomento del euskera, quienes abogamos por desarrollar políticas decididas a favor de la lingua navarrorum estamos acostumbrados a la reivindicación, a la reclamación de derechos que consideramos básicos… y constantemente vulnerados. Décadas de dificultades, cuando no directamente prohibiciones, para poder hacer cosas tan básicas como estudiar, disfrutar de una oferta digna de ocio o ser atendidos por las administraciones públicas en euskera nos han llevado a ello. Que se lo digan a las 19 familias de Lerín que, según el Departamento de Educación, no tienen sitio en su escuela pública para estudiar en el modelo D. Intolerable ejemplo de insensibilidad, que contrasta con un discurso oficial lleno de tópicos en favor de la importancia de la escuela pública rural como elemento de cohesión social o de equilibrio territorial.

Por desgracia, no nos faltan ejemplos: ahí está el injustificado retraso, por parte del PSN, en aprobar el nuevo Decreto Foral de Valoración de Méritos en el acceso a la Función Pública, la paralización de los Planes Lingüísticos departamentales o del II Plan Estratégico del Euskera, el rechazo de UPN y PSN ante la solicitud democrática de Mañeru para entrar a la Zona Mixta. Ante estas y otras vergonzantes prácticas, ¿tiene sentido hacer un alegato en favor de la celebración de los pequeños grandes pasos adelante, mientras quedan pendientes tantos avances en derechos?

Ese es el camino que debemos seguir transitando, el de los puentes entre comunidades lingüísticas diferentes, el de la convivencia en la pluralidad

Tienen estas dispersas reflexiones un origen claro: la reciente publicación de la VII Encuesta Sociolingüística, correspondiente al año 2021, tras un trabajo compartido por el Gobierno de Navarra, el Gobierno Vasco y Euskararen Erakunde Publikoa, de Iparralde.

En la misma hay un dato llamativo y preocupante: el elevado número de navarros y navarras que muestran actitudes abiertamente contrarias al fomento del euskera. Porcentaje situado hace una década en torno al 35-37%, y que no parece disminuir entre la población más joven. Ante la decepción –justificada– que este dato provoca, aquí va otro que puede ayudar a ponerlo en perspectiva: en 1991, el porcentaje de población navarra que manifestaba su oposición a políticas de apoyo al euskera era del 51%. En 30 años, apenas una generación, este porcentaje ha bajado 15 puntos. Y no podemos olvidar otro aspecto: las políticas de apoyo a causas sociales históricamente discriminadas –y el euskera es, además de una lengua minoritaria, una lengua minorizada– suelen traer como consecuencia la activación de respuestas contrarias a las mismas. La típica acción-reacción que, por ejemplo, tan bien conocen las feministas. En Navarra, solo desde la llegada al poder del Gobierno de Uxue Barkos, en el año 2015, se están llevando a cabo verdaderas políticas públicas de normalización y fomento del euskera… y la desproporcionada, interesada e irresponsable reacción política y mediática de la derecha, desde luego, no está ayudando a su implantación discreta y sosegada. Ellos saben bien que el ruido y la bronca son los peores enemigos del euskera, y por ello tratan de situarlo siempre en el ojo del huracán.

En estas circunstancias, otros datos de la mencionada encuesta nos pueden ayudar a situar nuestra realidad sociolingüística:

- En lo relativo al conocimiento del euskera, el porcentaje de navarros que somos capaces de entender y expresarnos en euskera ha subido desde el 9,5% de 1991 al 14,1% de 2021. Quienes entienden la lengua, aunque no se vean capaces de hablarla con normalidad, han pasado de ser el 4,6 al 10,6%. Estas subidas, además, se producen de manera progresiva, constante, medición tras medición.

En su conjunto, por tanto, las personas con conocimiento de euskera somos un cuarto de la población navarra, prácticamente duplicando en una generación los porcentajes que había en 1991. 135.000 navarras y navarros, testigos vivos del éxito indudable que suponen los modelos educativos en y con euskera, así como de los euskaltegis de nuestra comunidad. Y, por supuesto, de la sociedad navarra, sea o no vascohablante. En cuanto a los y las euskaldunes, la mejor muestra de nuestro compromiso con la pervivencia del euskera es el elevado porcentaje de transmisión de padres/madres a hijos e hijas, que actualmente supera el 96% cuando ambos progenitores conocen la lengua.

Todo ello tiene su mejor reflejo en los porcentajes de conocimiento entre la población más joven: el 33% de la población navarra de 25 a 34 años es capaz, al menos, de entender el euskera (la mayoría, también de hablarlo), porcentaje que asciende al 40% para quien tiene entre 16 y 24 años. Datos esperanzadores, sin duda.

- El mayor reto está, por supuesto, en el uso social de la lengua.

Para la población general, el porcentaje de uso diario de euskera se situaba en 1991 en el 9,1%. 30 años más tarde, estamos en el 12,3. Una subida superior al 33% que, si bien a muchas se nos antoja insuficiente, no es nada desdeñable. Con un ascenso mantenido y unas generaciones jóvenes que, encuesta tras encuesta, se muestran como las mayores practicantes (lógico, si tenemos en cuenta su mayor conocimiento). Aunque las comparaciones en el corto plazo puedan dar cierta sensación de estancamiento, lo cierto es que en los últimos 15 años el porcentaje de uso diario del euskera ha aumentado un 27%, cuatro veces más que en los 15 años anteriores.

Merece la pena señalar también otros estudios que nos muestran que, entre las personas no vascohablantes, son iniciativas como Korrika, Nafarroa Oinez, Euskaraldia, actos culturales como el bertsolarismo… las que más curiosidad, cercanía y simpatía despiertan. Porque son iniciativas originales, innovadoras, divertidas, capaces de unirnos en la diversidad y demostrar la capacidad de este pueblo para integrar, reivindicar y disfrutar al mismo tiempo.

Ese es el camino que debemos seguir transitando. El de los puentes entre comunidades lingüísticas diferentes, el de la convivencia en la pluralidad. Convivencia que –bien lo demuestra Euskaraldia– puede integrar a nuestros dos idiomas. Es un reto llevar este experimento social a nuestro día a día. En amplias zonas de Navarra, con altos porcentajes de euskaldunes receptores que sin embargo no se terminan de animar a hablarlo, esto podría suponer un vuelco en positivo de las relaciones sociales en lo que corresponde al uso del euskera.

Es tiempo de seguir innovando, en lo político y en lo social. Ello no tiene por qué implicar conformismo ni rebaja en las reivindicaciones. Porque sabemos que, para llegar lejos, es mejor hacerlo en buena compañía, Geroa Bai lleva 8 años impulsando la construcción de consensos sociales y políticos amplios y estables en torno a la lengua, así como de estrategias para ampliar el uso social del euskera. Y tenemos la firme convicción de profundizar en estas vías, y de hacerlo disfrutando, celebrando cada avance, que en estas dos últimas legislaturas han sido realmente significativos.

El autor es parlamentario foral de Geroa Bai