La materia puede volver a nacer. Esa idea esencial se reactiva cada año en el libro cultural de nuestra tierra. Sus gruesas páginas, ya sean paganas, cristianas, o pintorescas combinaciones de ambas; todas, aparecen cosidas por el amoroso hilo de la historia, la leyenda, o el folklore; para componer el colorista calendario festivo del invierno.

El árbol cortado se hace leña o carbón, calienta en los fogones y cocinas de las casas; alienta las reuniones familiares en su entorno con historias y cuentos que amenizan las largas noches del invierno.

Cuesta salir a la calle, las inclemencias del tiempo lo impiden. Pero siempre hay quien reivindica la fiesta. Las reuniones de niños y jóvenes en alegres kalejiras, de cuestación de comida, frutos secos, o dinero, son muy abundantes.

La mayoría de los países tiene un personaje mitológico que viene a anunciar el año nuevo y a desear una feliz Navidad. Así, tenemos a Papá Noel, Santa Claus, los Tres Reyes Magos y San Nicolás entre los más conocidos. Estos personajes suelen venir cargados de regalos para los niños.

La mayoría de los pueblos euskaldunes representan esta época con un personaje y éste hace su aparición la noche de navidad: es Olentzero.

Las fiestas celebradas desde el 1 de noviembre, el txinurri de Todos los Santos, los obispillos por San Nicolás, el 6 de diciembre, y Olentzero, el 24 de diciembre pertenecen a la misma tipología, todas llevan color y calor a pueblos y ciudades de nuestro entorno.

Para el antropólogo navarro José María Satrústegui, el nombre de Olentzero es muy antiguo, hace referencia a una época determinada del año: “Oles”, una palabra muy arraigada en la tradición euskaldun (“Olez, olez ibili”), que nos acerca a la costumbre de los jóvenes de ir de casa en casa cantando y pidiendo, esperando obsequios. Cuenta en su libro Solsticio de invierno que Olentzero fue en un principio una manera de representar la fuerza de renovación de la naturaleza.

Su nombre cambia dependiendo de la zona: Olentzero, Olentzaro, Orentzaro y Onentzaro son, entre otros, sus nombres más conocidos, aunque el más popular es, sin duda; Olentzero.

Simboliza el viejo año que está a punto de acabar y tiene una estrecha relación con el fuego. Es la festividad del solsticio de invierno, con innumerables interpretaciones y costumbres derivadas del fuego. El ejemplo más claro es que se represente al personaje como un carbonero que baja por la chimenea y fuma en pipa: tres representaciones vinculadas al fuego. El fuego tiene la capacidad de renovar lo viejo, de arreglar el error; representa la renovación.

Olentzero en algunos pueblos es pastor, en otros es un labrador que lleva una hoz.

En algunos pueblos lo representan como una figura de paja y trapos que llevan a cuestas de casa en casa el día de Navidad. En otros pueblos, sin embargo, alguien se disfraza de Olentzero o ponen su figura al lado de la chimenea con la txapela en la cabeza y la hoz en la mano. También la hoz, como el fuego, simboliza la fuerza vital, la renovación: corta lo viejo para dar paso a un nuevo brote. Pero no son estas las únicas maneras de representar a Olentzero que tenemos; también se hace con un tronco. Durante la noche de Navidad, en muchos hogares de Euskal Herria se pone un gran tronco en la chimenea, que simboliza a Olentzero, y se le prende fuego. Este tronco tiene un poder especial como protector de la familia y el ganado (representando las pertenencias) durante todo el año siguiente.

Siguiendo esta última tradición, hay familias que queman un tronco por cada miembro de la familia en la chimenea, siguiendo el orden del mayor de la familia al más joven, sin olvidar a los que no están.

El fuego del solsticio de verano (San Juan) se celebra en la calle, el de invierno se hace en casa. Como dicen nuestros mayores: “En Navidades a la plancha, en San Juanes a la plaza”.

El pensamiento cristiano convirtió el personaje de Olentzero en mensajero de Cristo, borrando, de esta manera, el antiguo significado que tenía para el pueblo. Desde la década de los sesenta se ha convertido en el personaje que trae regalos a los niños y niñas.

La ilusión compartida, el ambiente festivo con los tradicionales villancicos y los sonidos de trikitixas, cascabeles, txistus y tamboriles, de panderetas, campanillas o cencerros, recrea el ambiente rural, tan austero y popular, que cuestiona las formas de vida actuales, tan entregadas al consumismo y poco dadas a la participación social. Las ikastolas navarras, fieles a sus valores fundacionales, han contribuido a la recuperación y consolidación de este personaje y de los valores genuinos que representa, convirtiéndolo en elemento referencial de la cultura vasca tanto entre sus comunidades educativas como en las localidades donde éstas están ubicadas.

En el fondo esta época del invierno es una buena oportunidad de disfrutar de una fiesta, de las reuniones familiares, del reencuentro con amistades, de largas noches en la mesa, o de un fuego reconfortante. Zorionak!

El autor es director de la Federación Navarra de Ikastolas