Nuestro artista tiene en común con el simbolismo, estilo que, en mi opinión, independientemente de las técnicas utilizadas, siempre habría de ser el suyo, como lo es por otra parte de todas las artes sin excepción, la condición de un no-estar-estando y, consecuentemente, la de su inverso estar-no-estando, con que se caracteriza el don del dar lo recibido sin conseguir nada, o muy poca cosa, a cambio. Aunque, al decir esto último cabe matizar que lo recibido a cambio no ha sido poca cosa sino toda una vida. La dedicada por encima de lo contingente a un destino que si no fuera por lo ramplón del materialismo imperante parece estar determinado por la propia genética, pues, tal y como siempre hemos acertadamente oído, el artista nace, aunque si bien a posteriori se hace. En este “se hace”, está la opción, la clarividencia, la voluntad y la circunstancia facilitadora de su casi centenaria concreción.

Nacido en la iruindarra calle Zapatería, el año de 1927, Buldain ha disfrutado de una larga vida, viéndose en cierto modo afectada en su última etapa por el esfumado efecto liminar de un desdibujado recuerdo favorecido por la implacable acción del Cronos devorador de sus propios hijos. Recuerdo, en este sentido, cómo Oteiza hablaba en parecida tesitura de estar en pleno proceso de desocupación, y como también los últimos años de Chillida fueran asimismo los de una presencia ausente debida a esa maldita enfermedad que juega, primero, contra la memoria y termina haciéndolo contra el ser. Siendo así, como, para esta ocasión, tal vez de manera premonitoria la primera colectiva, tras el cierre del pionero taller uhartearra de Escultura y Pintura, adoptara el nombre de Defiguración (disolución, descomposición) de las formas dadas, en pro y búsqueda de una mayor expresión; continuada por una segunda, Irudimen, donde tras superar los esclavistas condicionantes de mimético realismo se reivindicaba la libre creación basada en el protagonismo único de la imaginación.

El estilo de Buldain, antes que nada, es anamórfico. Y decir esto no es otra cosa que acentuar el rasgo de su carácter basado en la intencionada deformación de la imagen. Así, con motivo de una de sus periódicas exposiciones en la Sala de la Caja de Ahorros Municipal, nuestro artista declaraba: “Mi pintura es desdibujar y mantener el equilibrio”. Es decir, como todo lo que tiene que ver con el simbolismo, busca a través de sus formas y maneras incitar en el espectador el encuentro con un sentimiento que no está en el cuadro, ni en la realidad ni, por desgracia, en la vida aparente, pero sí, sin duda alguna, en la existencia. Es un estilo consustancial al ideario de vida practicado, ser dueño de uno mismo facilitado por los procesos de la creación, así como ideal de vida, compartido por el universal modelo libertario que defendiera. A Patxi, según tengo entendido, en el París de la posguerra y entorno anarquista, se le conocía por el alias de Picasso, aunque él se considerase más admirador y cercano a Matisse que al anterior. Eso sí, en su exilio francés y etapa parisina (1948-1969), participó en colectivas donde el genio malagueño estuvo también presente. Pero no sólo él, sino insignes nombres de esa cultura vanguardista que en los años previos de la Transición marcaran hitos dentro del aperturismo del régimen habiendo sido recuperados del destierro como el escultor Lobo y el pintor Mompo cuyos nombres figuran al lado del de Buldain en el catálogo de Peintres et Sculpteurs Espagnols en France, exposición celebrada en el Château de Saint-Ouen entre del 6 al 27 de noviembre del año 1966. En aquella exposición Buldain participó con tres obras, un dibujo y dos pinturas: Nu assis, La parada y Mademoiselle de Huarte, retrato de su inseparable compañera Sara.

Tres años más tarde el crítico y pintor Pedro Manterola habría de recibirlo dándole la bienvenida en artículo periodístico en el que decía encontrarse ante “un gran pintor que no sólo hace una pintura sabia (…) sino que además posee una vertiente personal íntima, delicadísima, abundante en sus más pequeños detalles”. Y en 1974 el programa de fiestas de la Hermandad de la Villa de Uharte expresaría la alegría de contar entre sus convecinos con tan destacada presencia tras dar cuenta de su formación en “las Escuelas de la Grande Chaumiere y Bellas Artes” parisina.

La ausencia de nuestro artista, no obstante, vino marcado por diferentes acontecimientos empecinados en apartarlo de nuestra memoria. Uno, el cierre del Taller de Pintura y Escultura por desavenencias políticas al que ya hemos hecho referencia (1981-1989). Otro, la disolución de la efímera Fundación Buldain Fundazioa que desarrollara su labor del año 2005 a 2012. En medio de todo ello una dilatada carrera expositiva a un lado y otro de la frontera que contó con exposiciones en París, Madrid, Barcelona, Bilbao, San Sebastián, Valladolid, Vitoria, etcétera; y con participación destacada representando a Navarra en eventos como Arco 84, en la muestra Artistas Navarros en el Museo de Navarra del año 1990, así como en la Exposición Universal de Sevilla del año 1992. Su obra puede ser apreciada en colecciones museísticas del Ayuntamientos de Montmagny (Paris), Pamplona, en la sala de Plenos del de Uharte, Museos de St. Oven, Navarra y Granada, Universidad de Deusto y Casa de Misericordia de Pamplona, entre otros muchos lugares, y en colecciones particulares.

Escribía Gramsci que la cultura es producto de la mente de quienes la crean. No tanto un producto de la naturaleza cuanto, de la historia, al menos desde que mediante el engaño Zeus, el único de los hijos superviviente de Cronos, retornara de la muerte a sus hermanos con el fin de acometer la empresa épica destronando a su progenitor. Momento crucial de la toma de conciencia del pasaje del relato mítico al histórico. En línea con esta reflexión, el crítico y pintor Pedro Manterola, dando la bienvenida al pintor Buldain recogía “que el arte es la explicación total del momento histórico”. Hecho que va indefectiblemente unido a nuestras capacidades de retención de todo lo acaecido: su memoria. Pues bien, es la creación del artista aquélla a la que toda comunidad debiera rendir homenaje haciéndola suya a través de la mirada crítica y, por tanto, partícipe del conocimiento de la misma. En el caso de Buldain pudo haberlo sido en dos tiempos: a través de la desaparecida actividad del Taller, creando escuela, así como de la fenecida fundación, recogiendo sus frutos. Es así que la temida ausencia se ha visto confirmada como doble: la de su humana presencia y la de la memoria debida a través de la en su día acordada fundación.

*El autor es exconcejal de Cultura del Ayuntamiento de Uharte / Huarte y exmiembro de la Fundación Uharte / Buldain Fundazioa