Para empezar, adherirme a la reacción de mis compañeros a la infausta pregunta del examen MIR, en la que la élite psicoburócrata se mofa del médico de familia. Pero el asunto es mucho más complejo.

Porque no se trata tan solo de que emplee pseudociencia para despreciar al médico de familia tipo (el de la pregunta de marras es varón) asfixiado por no poder cumplimentar la morralla de protocolos con los que la mencionada élite colapsa sus consultas.

Como tampoco se trata de dilucidar si la víctima está enferma o no. Según nuestros burócratas (entre ellos cada vez son más los psiquiatras y aficionados) es obvio que sí, que el noventa por ciento de médicos padece alguna de esas enfermedades de moda que llaman mentales. Nos vamos aproximando al tema.

El tema es que los autores de la pregunta (doy por supuesto que psiquiatras) caen en la barbarie del especialista. Así, restringiéndose a su reducido ámbito clasificatorio, desprecian debates cruciales para un médico, como el de cuánto de ciencia contiene el concepto de enfermedad mental, o el de cómo afectan las condiciones materiales a la vida del trabajador. Se limitan a aplicar el catecismo de la psiquiatría, el DSM, sistema clasificatorio inventado por el ejército estadounidense, con el que se permiten cuestionar la valía y salud de sus compañeros. Según el manual, un noventa y nueve por ciento estarían enfermos. El resto nos salvamos aplicando la evidencia científica.

Porque el punto clave, en mi opinión, es que con la pregunta los psiquiatras dejan a la intemperie las incongruencias de su especialidad; lo poco que tiene tanto de científico como de médico. Si se fijan, en la pregunta no aparece un solo signo físico con el que diagnosticar al supuesto paciente, ni un solo dato objetivable mediante la exploración física o pruebas complementarias, tan sólo criterios basados en comportamientos. Platón lo llamaría doxa. ¿Se imaginan algo parecido en una pregunta de cardiología, neurología o traumatología? Pero el psiquiatra no necesita explorar al enfermo, le basta con someterle a un interrogatorio para aceptar, claro está, que lo que cuenta es cierto, objetivo y verificable. Todo un despropósito.

Eso sí, una vez más la psiquiatría triunfa como disciplina clasificatoria. En este caso colaborando con la élite burócrata, que en lugar de preocuparse por las condiciones de trabajo de sus empleados (en las guardias pasamos la noche en la biblioteca y sin calefacción) se dedican a estigmatizar diagnosticando, anulando así nuestra capacidad de disentir. Porque en su opinión el enfermo mental no tiene conciencia de enfermedad y por tanto debe ser atendido por los de riesgos laborales. (Tal vez pregunten esto el año que viene).

En fin, es comprensible que la élite psicoburócrata se preocupe de que los jóvenes no hagan Medicina Familiar, terminarían todos enfermos. Ya pasará la consulta el psiquiatra, por teléfono y sin levantarse de la butaca.

NB: conozco psiquiatras admirables que no diagnostican.

El autor es médico de familia del Servicio de Urgencias Rural