La niebla venía del mar de los caribes, trepaba por el farallón de la costa venezolana y nos llegaba hasta nuestra casa en lo alto, donde crecían los juncos que custodiaron lo que fue una hacienda de café. Nos tomamos las manos, envueltos en aquel manto denso y húmedo, y acordamos, Pello Irujo y yo, regresar al país del que nunca partimos pues éramos hijos del exilio de nuestros padres. Decidimos retomar una lengua que nos era propia y nos la habían arrebatado los hombres del mal, los que con armas y amenazas dieron un golpe de estado, propiciaron una guerra civil, un exilio y una dictadura de 40 años.

Dimos los pasos que abarcaban un océano, en aquel invierno del 72, tocando la primera puerta de Iruña: la de la ikastola San Fermin para la admisión, un poco tardía, de nuestro hijo de 5 años. Explicamos nuestro deseo de que se levantara en tierra baskona entendiendo el idioma que contaba milenios, que no se había doblegado a los ataques de Roma, pues aunque sufrió invasión, contra los vientos y las mareas de la Historia, y hasta nuestro tiempo pervivía pese a las más que numerosas sanciones que se le impusieron durante siglos de dominación.

Me gustó la ikastola porque estaba al aire libre y sus patios eran extensos y su hierba verde. Me cautivó porque, pese a que éramos un grupo reducido de padres y madres, se mantenía una solidaridad empresaria de sacar adelante nuestro sueño con trabajo y esmero. La primera ikastola, llamada Uxue, nacida en 1965, estableció modelo a seguir de una cooperativa de padres y madres, euskaltzale, plurilingüe, con currículo propio basado en competencias, mixta pues la educación respetuosa hace ensanchar el alma de la nueva generación y le procura un entendimiento de la relación entre hombres y mujeres. Laica y de base y cuotas sociales ajena a todo elitismo. Fue una elección colectiva pues el aire rancio y recio de la dictadura era contrario a semejante comportamiento en los que advertía rebeldía, cuando no desafío. No había profesores ni libros en cantidad suficiente para semejante proyecto educativo. Nos venían del pasado el reclamo de mujeres/andereños reivindicativas, y entre ellas, que fueron muchas, pronuncio el nombre Vizkarret. Con unción. Porque provenía de familia activa y resuelta que llevaba estampada en el alma la herencia que provenía. Del pasado al futuro, trabajando el presente.

Hablar euskera es pronunciar vocablos y verbos del principio del mundo: entender cómo están bautizados nuestros montes y ríos, nuestros animales... qué indica el nominativo de nuestros nombres y apellidos, que reafirma el legado del caserío que, según asevera Aita Barandiaran, es signo y sentido de inmortalidad. Una casa no es de una generación sino de todas, por siempre jamás. La idea del caserío es de perpetuidad. De esa eternidad que la humanidad ansía obtener.

Hay otras cosas buenas en saber un idioma contrario en gramática a las lenguas latinas que no rodean; agiliza la mente en el traslado de unos vocablos a otros en el pensamiento, emociones y aciertos. Es poderse girando hacia atrás y adelante a expresiones de apenas 600 años. Por eso en las ikastolas el aprendizaje de idiomas se acelera más. Fructifica más.

Cuando Jesús Atxa, primer director de San Fermin, aceptó a nuestro hijo en las aulas, nos abrió a un mundo nuevo y viejo a la vez, de ahí su valor. Sabíamos que él y sus hermanos iban a ser educados según nuestra tradición, la que nos tocaba aplicar en nuestra tierra, pues en el exilio la habíamos aprendido al calor del hogar, en la nostalgia de nuestros padres. La tenacidad es una virtud baskonica. Aquella mañana de principios de enero me fui caminando por la vereda del antiguo seminario, por el campo de trigo de Zizur, con el viento frío del norte de mi primer invierno despejando mi frente. A lo lejos se veían las cumbres nevadas de los Pirineos. Sentí un renacer milagroso que me conectaba al principio de los tiempos, y también a un futuro excelente.

Desde aquel día de gracia de 1973 hasta hoy en Nabarra tenemos 15 ikastolas unidas en una Federación de 6.000 alumnos, devenidos de 4.000 familias, 600 profesionales, 45 celebraciones de Nafarroa Oinez, donde anualmente se juntan hasta 100.000 personas. Parte del Nafarroa Oinez son distintas actividades: Artea Oinez, que anualmente junta obras de más de 70 artistas. 35 años celebrándolo. Es el resultado de un buen hacer. De un gran renacer.

Hoy lo veo desde la cúspide de mis 50 años de vida en Nabarra, con mis nietos estudiando en las mismas aulas, mejor acondicionadas o adaptadas a los nuevos tiempos, con su frontón y canchas, campo de fútbol y su biblioteca Irujo Aranzadi. Siento satisfacción porque hijos y nietos han recibido una educación de calidad y excelencia, una forma de vivir y convivir de ambos sexos que lleva directamente a la igualdad, por el respeto ganado y merecido.

Porque ahora lo sé, la vejez de las personas y de los pueblos es un tesoro de aprendizaje, de convivencia, de consideración hacia el otro y a uno mismo. Me viene con el aire de Altzuza, tan cerca del monte Irulegi y su mano milagrosa, la que otorgaba bienvenida en palabra que hoy usamos, y tiene más de dos mil años, el viejo dicho de nuestro pueblo: mila urte igarota-ura bere bidea, pasados mil años, el agua por su camino.

La autora es bibliotecaria y escritora