Soy nieto de Gregorio Albo Urcelay, vecino del barrio de la Rochapea asesinado por los fascistas en agosto de 1936. Encontramos sus restos en una fosa en Paternáin hace menos de dos años.

El cambio en la alcaldía del Ayuntamiento de Iruñea nos ha hecho recobrar la esperanza de ver hechos realidad algunos proyectos aparcados por el anterior equipo de gobierno municipal de UPN. Como nieto de represaliado, me voy a referir al debate en torno al futuro del edificio denominado Monumento a los Caídos. Resignificación o demolición. Estas son las dos propuestas en torno a las que giran las diferentes opiniones que se vierten sobre el tema.

¿Es posible resignificar una edificación que se hizo con el único objetivo de ensalzar la memoria de los asesinos en una ciudad donde no hubo enfrentamiento armado? No, desde mi punto de vista, no. Como familiar de asesinado me siento cansado de todas las resignificaciones que hemos tenido que soportar las tres generaciones que han vivido y vivimos en el período de 1936 hasta hoy. El debate entre resignificación o demolición no es nuevo. Tras la muerte del dictador se optó por la resignificación del franquismo frente a su demolición. Lo llamaron transición. Para mi familia, como familia de un asesinado, aquella resignificación del franquismo supuso un alargamiento de la sombra del mismo. Aquel proceso supuso resignificar instituciones, políticos, jefes de estado y, en general, todas las estructuras públicas y, de esa manera, crear un nuevo estado que, aunque tuneado, seguía siendo fiel a los principios del Movimiento. No seré yo quien diga que nada ha cambiado desde entonces y que la situación actual es igual que la de hace cinco décadas. Sin embargo, la resignificación y no demolición del franquismo trajo consecuencias todavía muy presentes en la sociedad actual en general y, particularmente, en las familias de los asesinados: la impunidad de los asesinos y el olvido de las víctimas. Mi abuela y mi madre, a pesar de su longevidad, nunca pudieron saber dónde habían asesinado y enterrado a su marido y padre. Mientras, durante décadas, cada vez que paseaban por la avenida de Carlos III, tuvieron que sufrir la humillación de contemplar ese monumento erigido en honor de los asesinos de mi abuelo y de sus cómplices. Este monumento de exaltación del fascismo, de la glorificación de los asesinos de mi abuelo, de socavamiento de la dignidad de mi abuela y de mi madre, lleva proyectando su siniestra sombra durante más de 80 años, de los cuales, más de la mitad han sido después de la muerte de Franco. Todo un símbolo para transmitir el mensaje de que el orgullo de haber masacrado en 1936 aquella ciudad indefensa permanece después de varias décadas de la muerte de Franco y de la resignificación de su poder.

El trabajo por la memoria de las víctimas del franquismo en Navarra no es nuevo. Gracias a este trabajo de las asociaciones por la memoria y de las instituciones públicas hemos podido recuperar espacios que fueron testigos de fusilamientos, detenciones, torturas, fugas de presos… Todos estos espacios conforman hoy en día lugares de memoria que constituyen un gran patrimonio de dignidad, reparación, reivindicación, educación… Cada vez que visito la fosa de Paternáin donde mi abuelo fue asesinado, aunque las sensaciones que me surgen son muy diversas, se impone la sensación de dignidad sobre la de humillación, la de la memoria sobre la del olvido, la de los valores republicanos sobre los del fascismo. ¿Podré tener esas sensaciones si miro en un futuro a un Monumento a los Caídos resignificado? Difícilmente, a mi entender. Este edificio desde su origen fue creado para transmitir a la ciudad el orgullo y la falta de arrepentimiento por la masacre. Fue creado para dar cobijo a las tumbas de insignes fascistas mientras mi abuela no sabía dónde estaba enterrado su marido. Este edificio fue construido y perpetuado para recordarnos que el fascismo sigue en pie todavía.

El simbolismo del Monumento a los Caídos lo comparo con la laureada de San Fernando que abrazó el escudo oficial de Navarra hasta 1981 como recuerdo y agradecimiento por la colaboración de Navarra en la agresión fascista. ¿Imagina alguien la posibilidad de haber resignificado la laureada añadiéndole unas margaritas? ¿Qué habríamos visto todos y todas en aquel resignificado y florido laurel? Lo mismo que yo; exaltación del franquismo, glorificación de los asesinos, humillación de las víctimas…

Personalmente, por mucho que este edificio se resignificara, nunca lo vería ni lo entendería de otra manera diferente a la que lo entiendo hoy. Desde mi vivencia como familiar de un represaliado por el franquismo, su resignificación nunca la interpretaría como una honra para la memoria de mi abuela y de mi madre. La humillación y el desprecio hacia nuestra familia permanecerá, por lo menos para las generaciones actuales, mientras este edificio continúe en pie ya que lo humillante del mismo no se encuentra solamente en su fachada sino sobre todo en sus propios cimientos.

No puedo ni pretendo opinar en nombre de los familiares de las víctimas del franquismo en Iruñea. Faltaría más. Lo que sí puedo es, a título particular, expresar mi apuesta por ver cumplido el deseo de mi abuela y de mi madre; al pasear por Carlos III y mirar al fondo no ver ese edificio deplorable y vergonzante, tal como le corresponde a una ciudad digna. El Monumento a los Caídos nunca hubo que haberlo construido. Nunca hubo que haberlo mantenido. Llevamos ya mucho tiempo padeciéndolo. Sabemos que su demolición no terminará con el fascismo. Su desaparición no supondrá la culminación de la reparación de las víctimas y sus familiares, pero necesitamos de una vez por todas ver y pisar sus escombros y poder mirar de forma definitiva e irreversible en nuestra Iruñea a un horizonte limpio y libre de fascismo.