Esta expresión hubiera sido la carta de presentación de Astérix si hubiera comprobado la actuación del estado de Israel hacia el pueblo palestino y cómo (algunos) gobiernos responden ante la barbarie con la desfachatez propia del drogodependiente; no son muchos, pero tienen gran poder.

Debemos olvidar el relativismo sofista de que no existen verdades y valores universales y retrotraernos a los tiempos de Sócrates quien participa del convencimiento de la verdad unilateralmente valida. El derecho a la vida y la justicia humana permiten juzgar no solo las acciones individuales, sino también los códigos morales de los estados. El sometimiento a ello es el único medio para lograr la paz duradera. Y ello implica olvidar esas piedras que entorpecen dicho planteamiento como son la arrogancia de quienes promueven la practicidad de la ley del más fuerte y el miedo como método persuasivo. En el caos y en la experiencia previa surge la necesidad de internacionalizar la legislación y de crear organismos como la ONU. Pero en todos los años de su existencia ha servido (casi) exclusivamente para convertirse en cementerio de elefantes, en un centro de asilo de todos quienes han caído en desgracia en su conuco respectivo, pero que sus dirigentes tienen el detallazo de prorrogarles la vida (política) durante un tiempo. Por supuesto, tiene sus objetivos, incluso su preámbulo y su justificación, pero el genocidio en Palestina, y otros, es la prueba de la inutilidad de su acción, al menos mientras persista la situación de bloqueo que mantienen quienes subvencionan económicamente su existencia; el derecho de veto es el ejemplo demostrativo. Es posible que le exijamos aquello que no puede dar, pero es el lugar idóneo para que el monólogo de zumosol dé paso al diálogo, que el susurro del respeto acalle el grito del odio.

En estos 5 meses del actual conflicto, al menos 113.000 personas han muerto o están mutilados, con nombre y apellidos, con familias a quien llorar y por quien rezar; que en su gran mayoría sean mujeres y niños menores implica, si cabe, mayor dolor a la hecatombe genocida. Ello supone más de 200 muertos/día, el 5% de la población total de Gaza. Sin contar los miles de asesinados en los 75 años que llevan en conflicto, así lo denominan, cuando en realidad es ocupación por medio de la fuerza basándose en un atavismo mítico-religioso amoral; hablar de patología mental poblacional conlleva mentar el diablo. Por descontado, a ello hay que sumar los 1.200 israelíes muertos por Hamas y 500 soldados muertos en combate.

El Ejecutivo israelí, ejemplo de hasta dónde nos puede llevar el fascismo militante, no acepta nada ni a nadie que no implique el parabién y la sumisión a sus fantochadas asesinas; y siempre hay cretinos que creen en ellos. Sus declaraciones y sus puestas en escena son capaces de embrutecer al más templado y, desde luego, no podrán ser acusados de vanidad estética. Son impasibles y solo actúan movidos por su ego y por ese oráculo interior que asimila el finiquito de su poder con el inicio de su enjuiciamiento; la paz, la paz de los cementerios.

El ejército israelí, siguiendo sus órdenes, ha masacrado a la población palestina. No valen banderas de la media luna roja, tampoco hospitales civiles, escuelas o panaderías. Nada es suficiente; sus jefes han sabido transmitir la rabia y el odio hacia el diferente, a quienes consideran bestias con forma humana. No vale el subterfugio de obediencia debida, ello no les exime de responsabilidad. Bombardeos, artillería y francotiradores, incluso contra sus propios correligionarios que enarbolaban banderas blancas, actuando con la eficacia de la guillotina. A ello le suman la hambruna como arma de guerra contra la población palestina (un tercio de los niños con malnutrición severa: Unicef); mendigar comida y ser tiroteados implica deshumanización y falta de empatía hacia el sufrimiento en una actitud que recuerda a la Alemania de los años 40.

Y cómo responde la sociedad internacional a esta hecatombe. Es una pregunta sin interrogante, pura retórica. Los bombardeos y la muerte violenta, al igual que la cirugía sin anestesia, parecen ser aceptados por la comunidad internacional, por esos gobiernos que hacen del silencio su modus operandi, que han perfeccionado el arte de reservarse sus opiniones. Pero hay más dudas de que la hambruna sea valorada como un arma moderna y ya se han descrito decenas de niños muertos por hambre: no tienen pedigrí, se les acabaron las palomas en la chistera. Esto es más difícil de soportar, incluso para quienes hacen de los algoritmos su exclusiva respuesta.

En un ejemplo de derroche imaginativo y de bienhacer, responde enviando cajas de alimentos en paracaídas que mayoritariamente caen al mar, transportando en barco (sin llegar a puerto) el equivalente a 17 camiones de alimentos, cuando hay decenas, centenares de camiones en la misma frontera y, como plato fuerte, prohibir la entrada en algunos países occidentales a una decena de colonos judíos extremadamente violentos. Lo dicho, estos humanos están locos

El pueblo palestino es el único en el mundo que tiene estatus de refugiados habitando en su propio territorio. El Estado de Palestina es reconocido por la Asamblea General de la ONU (estado observador) a la vez que algunos países (España y otros) amenazan a Israel con su reconocimiento. Netanyahu, gerente de esta ficción genocida, de este lodazal, con su temperamento amoral, está pendiente de que su oráculo judicial le sobresea las denuncias por corrupción y de no haber sabido prevenir el ataque terrorista de Hamas. Su karma ha convertido la solución en problema.

El día después de la guerra volveremos, por desgracia, a la situación previa. Quienes tienen poder para trastocar el estatus quo se comportan como filósofos de cafetería; la solución del sábado a la noche se les olvida el domingo por la mañana y solo utilizan buenas palabras, fariseos.

En la situación actual, la lucha entre el sentimiento del placer y el sentimiento del dolor domina la geopolítica palestino-israelí. Este nudo gordiano no lo resolverá Alejandro con la espada pero sí, quizás, los avatares de ambos pueblos, que inspirados por el poderoso manitú apoyen las relaciones intercomunales.