Siguiendo la ruta 101 al sur de Crescent City, en la costa norte de California, nos internamos en el parque natural de los Redwoods. Pronto dejamos el coche y seguimos a pie a través de uno de los senderos que se interna hacia el corazón del bosque. Pocos cientos de pasos más tarde experimentamos una de las primeras impresiones que este lugar nos tiene reservadas: nos damos cuenta de que no hemos entrado en el bosque, sino que estamos siendo devorados –y bienvenidos– por él hasta pasar a formar parte de su ecosistema por unos días. La niebla oculta parte del escaso horizonte y se filtra a través de inmensos rayos de luz que, abriéndose paso entre las diversas sombras, chocan siempre contra los esbeltos árboles rojos.

Percibimos una grave alteración en la percepción del tamaño. Todo es colosal y grandioso dentro de esta estructura perfecta. Los troncos se elevan hasta más de cien metros y se sustentan sólidamente en gruesas superficies de hasta nueve metros de diámetro. Los tréboles verdes y violetas que los rodean también han sabido crecer en proporción: todo allí es soberbio y elegante, excepto nosotros. Sentimos que estamos en un mundo que merece nuestra admiración.

Los Redwoods, unos de los seres vivos más antiguos y longevos del planeta, alcanzan los 2.000 años de vida. Tanto ellos como las sequoias gigantes descienden de una misma familia de coníferas que florecieron en este suelo hace más de 144 millones de años, cuando los dinosaurios aún habitaban la tierra. Esto explica el tamaño desproporcionado para nuestra era: su hábitat fue creado en el mesozoico.

Se ven majestuosos porque todos ellos se elevan de forma perfectamente perpendicular al suelo, o de otro modo caerían por efecto de su propio peso. Los vivos y también los muertos, ya que pueden mantenerse en pie aún quinientos años después de su muerte mientras los restos de su tronco nutren la tierra de la que se alimentará su descendencia. Se elevan en círculos o nidos, formando grupos familiares que han crecido de una misma semilla.

A más de 1.000 metros de altura

Estos anillos configuran grandes ojos abiertos a la parte más alta del bosque que, como pozos de luz, iluminan los estrechos senderos que los atraviesan. Si tenemos la suerte de deambular entre ellos al atardecer, nos llama la atención un fenómeno difícil de interpretar desde el fondo de la espesura. Dado que el terreno sobre el que se elevan está a más de mil metros de altura, cuando el sol se hunde por el este arroja sus haces de luz desde abajo, por lo que vemos la proyección de las sombras cien metros por encima de nosotros.

La ausencia de todo tipo de vegetación a más de dos o tres metros del suelo nos permite descubrir una serie de rayos de sombra perfectamente transversales dibujados con todo refinamiento en la techumbre formada por las copas de estos titanes prehistóricos. Hasta el sol se adivina pequeño desde dentro de esta espesura. El olor propio de la niebla, y una exquisita humedad, se funde con los aromas de las diversas plantas y de la corteza y el duramen de los árboles, cuyo color rojizo proviene de los altos niveles de taninos y otros productos químicos que segregan sus ramas y sus hojas.

Es un insecticida natural contra las enfermedades fúngicas e infecciones provocadas por otros parásitos. Todos los olores son atrayentes porque no hay apenas pozos, ciénagas o sumideros. Por la altura de sus copas, les es imposible nutrirse únicamente a través del líquido aspirado por las raíces, de modo que tanto las hojas como los troncos son capaces de besar y absorber la humedad de la niebla. Por eso son capaces de sobrevivir con el tronco casi totalmente hueco, y en muchos casos podemos ver sus copas a través del interior de los enormes troncos vaciados.

El bosque posee su propia estructura. Las diversas formas de vida compiten por el derecho a cautivar su ración de luz solar y por capturar una porción de suelo. La estructura lo permite, y las formas gravitan concertadamente a nuestro alrededor, perfectamente alienadas en disposiciones caóticas, que nada tienen que ver con la noción humana de orden.

Algo más que árboles

Es mucho más perfecta, infinitamente más exquisita porque los Redwoods son más que árboles, son parte de una comunidad compleja de seres vivos que interactúan durante milenios con su entorno y que han convenido y conforman una disposición teatral perfecta a la que nosotros llamados espesamente “bosque”. Estos ecosistemas dependen de los seres que los habitan, como las sequoias, y a un mismo tiempo sustentan a estas formas de vida. Algo aplicable a todos los árboles y a todos los hábitats del planeta.

Las horas pasan rápidamente y después de habernos integrado en este paisaje cretácico, grandes helechos y una exuberante vegetación de sotobosque, especialmente visible cerca de las delicadas aguas de los arroyos, pisamos un terreno rojizo y acolchado, que amortigua nuestros pies y nos impone andar con quietud, acallando completamente nuestros pasos. Si en este momento nos detenemos en lo más profundo de esta abundante fronda, en total silencio, una nueva sensación abofetea nuestros sentidos. Sentimos un murmullo profundo, lejano pero presente, que lo abarca todo. Parece internarse a través de las copas de los árboles, lo cual hace más difícil de entender que lo que estamos oyendo son las olas del mar.

Si descendemos a través de Ossagon trail encaramos el Pacífico que se abre ante nosotros a través de una espesa maleza de enormes y jugosas moras. El torrente que nos acompaña en el descenso a la playa es perfectamente cristalino y gélido. Y cuando finalmente atravesamos el espacio entre el bosque y la orilla del mar, nos reciben los venados de cola negra vagando en los pastos del médano.

Y así alcanzamos la orilla. Sobre una cálida capa de arenas grises y oscuras, muy finas, una gran cantidad de focas pescan en las olas, y si descendemos al mar en la temporada de pasa de las ballenas, decenas de cetáceos recorrerán en horizonte frente a nosotros. El viento, incluso en agosto, en sumamente fresco, pero en invierno es templado. El sol del verano quema el suelo, de forma que sentiremos a un mismo tiempo una intensa sensación de frío mientras el sol arde leve pero voluntariosamente en nuestra piel. En invierno, el sol nos acaricia al salir de la espesura a la playa.

Hemos paseado de mano de los escritos de John Muir. “Únicamente viajando solo y en silencio, sin equipaje, puede uno realmente adentrarse en el corazón de la naturaleza. Todos los demás viajes son sólo polvo, hoteles, equipaje y charlas” –escribió el autor en 1888. En enero de 1920 publicó su artículo Save the Redwoods en el Sierra Club Bulletin.

Cambio climático

Lo hizo porque estos gigantes cubrían extensas superficies en Asia, América y Europa, pero la acción humana y el cambio climático han limitado su hábitat a una superficie de 8.000 kilómetros cuadrados de la actual costa de California y Oregón. En los últimos cinco años las condiciones climáticas y ecológicas han generado un promedio de 7.500 incendios y una superficie calcinada de 8.700 kilómetros cuadrados anuales en California.

Las llamas volverán a devorar miles de árboles en primavera, pero no lloran, y tampoco sangran; y nadie se estremece porque no somos conscientes de que todos nosotros ardemos en cada uno de ellos.