A platos rotos, vajilla nueva. En la Corte se ha disparado el rumor con fuerza: Sánchez cambiará en breve su gobierno, acuciado por su desgaste y división. Sería la quirúrgica decisión a una semana desquiciante para la atribulada imagen de una izquierda descosida por su propio linchamiento. Más allá de la especulación en este Madrid que todo lo imagina, los socialistas no aguantan un minuto más la descabellada afrenta de Unidas Podemos. Asisten enrabietados en estos últimos días desde sus escaños a un pulso político intencionado y escuchan atónitos las interminables propuestas estrambóticas de sus socios. Un descrédito, temen, que sólo (con acento) les conduce al precipicio electoral. Bien es verdad que al PSOE le aterra la imagen de una ruptura, pero mucho más le atemoriza la paulatina pérdida de respaldo en las puertas del 28-M por semejante sensación de inestabilidad. Bien lo sabe el presidente. Jamás pudo imaginar que precisamente aquel espíritu feminista que inoculó en su incipiente gobierno acabaría siendo la daga que rasgara su unidad de acción y credibilidad.

No es descartable que Pablo Iglesias, cada vez más activo desde las bambalinas y del rencor, haya quemado la junta de la culata de la coalición pisando tan fuerte el acelerador de su frentismo. Es él quien ha ideado este cruento antagonismo, instrumentalizado a cada paso con ardor activista y escasa solidez argumental desde el feminizado Ministerio de Igualdad. En su obstinado rechazo al propósito socialista de reformar puntualmente la ley de los delitos sexuales, se ha provisto de dos balas estratégicas. Una, para caricaturizar a su socio por echarse en manos del PP ante su propia debilidad, aunque fuera esgrimiendo falsedades como ese estribillo que identifica arteramente la propuesta del PSOE con la ley de la triste manada de Iruña. Otra, para minimizar la capacidad integradora de Yolanda Díaz, a quien eligió a dedo para ocupar sus propios menesteres. En ambos tiros no ha ganado la batalla. Ha dejado malheridos. Suficiente balance para la vanidad narcisista.

El parte de esta guerra entre los socios estremece sobremanera al PSOE. Asumen que con estas veleidades internas proporcionan dando demasiados pretextos para la recuperación del PP, más allá de los negativos efectos de Tito Berni, la mafia de la Guardia Civil o el golpe de efecto de la inmutable marcha de Ferrovial. Hasta pareciera que a la otra parte de la coalición no le importan las funestas secuelas del 8-M. Quizá porque entienden, eufóricos y pretenciosos, que seguirán siendo necesarios. O, como cura de humildad, comprobarán el cruel efecto de sus actuales devaneos, a modo de ducha fría, cuando en los próximos comicios locales, la suma de la izquierda sea insuficiente para defenestrar a la izquierda en demasiadas instituciones.

Con la presidencia de turno europea cada vez más cerca y el soniquete electoral siempre activo en el radar, no le faltaría justificación evasiva a Sánchez para retocar su gobierno. La elocuencia es otra. Las fugas internas a modo de disonancias sonoras socavan la eficacia, entre otras, de las medidas sociales, la mejoría del ámbito laboral y económico o la excepción ibérica con respecto al resto de Europa. El prestigio se escapa por los desagües de las batallas dialécticas sobre la causa feminista o la ley trans que asemejan campos incendiarios que llevan el escarnio a la plaza pública para regocijo del enemigo. Toca reaccionar. En algunos ministerios ya se han acostumbrado de manera jocosa las últimas semanas a despedirse cada viernes hasta el próximo día que vendrán a recoger sus papeles. Tampoco los fuegos de artificio del urgente pacto sobre las pensiones taponan la hemorragia de esta desquiciante semana por su incapacidad de conseguir la necesaria unanimidad en una cuestión tan mollar.

También sobre caminos minados transita Pere Aragonès. Su soledad parlamentaria le obliga a recurrir al apoyo de socios indeseados, impensables hace poco más de un año. Hacer de la necesidad, virtud. Eso sí, bien sabe que en la trinchera de enfrente le aguardan encorajinados Junts y la CUP porque se sienten traicionados después de haberse roto para bastante tiempo los platos de la vajilla independentista. La cara circunspecta del president de la Generalitat mientras Salvador Illa aplaude encantado la aprobación de los Presupuestos catalanes hace estéril las interpretaciones. Nunca como ahora aquellos convergentes desheredados y entregados sin convicción a la causa del procés vuelven a ver luz en el túnel.