Quizás sorprenda que hoy en día música tan clásica y culta vinculada al ámbito religioso tenga detrás a seguidores tan jóvenes. Músicos que la conocen, valoran y además la interpretan porque así han enfocado su carrera en el Conservatorio Pablo Sarasate. En el caso del vecino de Zizur Mayor Iñigo Morentin De Carlos, tras el piano llegó el órgano, después se especializó en Musicología. Tiene 27 años, hace bolos en parroquias los domingos porque es la manera de entregarse a su mayor pasión que es tocar uno de los instrumentos más antiguos de la historia europea. En realidad son pocas las iglesias que cuentan con un órgano de verdad, la mayoría tienen teclados electrónicos.

Pero cuando Iñigo pilota uno de los pocos ejemplares que existe activando sus dos manos y sus dos pies hay algo en él que se transforma y le eleva desde la increíble versatilidad y potencia del órgano a un lugar desde el que es capaz de sentir y transmitir las emociones más sublimes. Es como manejar a toda una orquesta. “No me aburre nunca, me di cuenta de que era mi pasión mientras estudiaba. Engancha porque tiene mucha magia. A veces no logro desconectar...”, señala con humor. “Hay repertorios desde el siglo XV hasta la actualidad”.

Para entenderle nos invita a escuchar Tocatta y Fuga en Re Menor de Bach. Barroco en estado puro. Es su época favorita. Tan inquietante y dramática tan agresiva y reconfortante a la vez, la misma obra tiene, además, una lectura en cada época y es trasladable al momento actual con sus luces y sombras, un mensaje esperanzador y desconcertante a la vez. La música nos ayuda a entender la realidad en la que vivimos. Extrae lo mejor y lo peor de nuestro interior, purga pero también nos une como comunidad cuando vivimos un momento de oración o participamos en un concierto. La complejidad y grandeza del órgano es tal que no solo caben obras de cualquier género y sin necesidad de ser acompañado por otros instrumentos (se han compuesto hasta sinfonías enteras) sino que además tiene una acústica especial, una espiritualidad y profundidad que quizás quienes hemos crecido entre ‘Regina Caeli’ en tiempo pascual y hemos acostumbrado el oído a los órganos en las iglesias de los pueblos conocemos bien.

Las misas

Las misas no son lo mismo sin ellos, reconoce Iñigo que ha sabido conectar con la fe y la espiritualidad acompañando las partituras de cada momento de la liturgia aunque en realidad su contacto con el órgano fue a través de un profesor, Gonzalo Caballero -hoy en Cantabria- que consiguió que dejara el piano que empezó a tocar con ocho años para iniciar una nueva etapa. “Él me aficionó. También otros maestros como Raul del Toro o José Luis Echechipía con los que sigo en contacto porque coincidimos habitualmente”, asevera. 

“Son muy diferentes, el piano es un instrumento de cuerda y el órgano de viento. Son distintos, no diría que uno es más difícil que otro”, reconoce. No hay muchos organistas y los que hay en Pamplona se conocen todos. A él le gusta especialmente el órgano de San Nicolás y hace poco tuvo ocasión de tocar en la Catedral, aprendiendo de Julián Ayesa. “Tengo un tío, un hermano de mi abuelo que fue organero y arreglaba órganos. Se ganaba así la vida. Cuando empecé a tocar hablaba mucho con él, sobre todo de vacaciones cuando iba al pueblo, fue mi primer contacto con el órgano”, relata. 

Íñigo Morentin junto a Julián Ayesa, organista en la Catedral de Pamplona Iban Aguinaga

Iñigo comenzó hace diez años a tocar en las iglesias cuando necesitaban organista. La última vez le llamó la también organista Juana Lazcoz desde la iglesia de San Ignacio. Necesitaba ayuda para preparar el Sacramento de la Divina Misericordia que se celebra los últimos domingos de mes, oficio donde ella canta. En junio tendrá la ocasión de tocar el órgano en el monasterio de Leyre.

Los organistas Juana Lazcoz e Iñigo Morentin. Iban Aguinaga

Nuevos retos

Imparte clases de historia de la música pero sigue tocando, dos o tres conciertos al año de órgano, a las que suma las homilías en parroquias. “No se si me cansaré pero quiero seguir tocando”, afirma quien practica duro cada semana antes de la misa del domingo. “Antes de tocar el órgano no solía a misa pero desde que me pidieron hago el esfuerzo por empatizar y busco el lado espiritual de la música, y que las personas se sientan en un ambiente especial y de recogimiento. Conocer la liturgia y conectar con el sentimiento del público”, subraya. La música es placer y sacrificio, y a ella dedica su tiempo y sus fines de semana, y a ella le gustaría dedicarse. “Siempre he tenido curiosidad no sólo por la música sino también por investigar lo que hay detrás de cada autor en su creación... escucho mucha música pero no actual que no me interesa tanto”. Si le sacas de la música antigua se queda con pop-rock y grupos españoles como El Canto del Loco.