Acorralados por los incesantes e imprevisibles bombardeos israelíes, los civiles de la Franja de Gaza no encuentran dónde estar a salvo, mientras los proyectiles impactan viviendas, mezquitas, ambulancias e incluso los alrededores de un hospital, en el tercer día de la nueva guerra entre Hamás e Israel. Las enormes columnas de humo negro que sobrepasan los edificios en numerosos puntos de la zona son la estela de destrucción que van dejando los proyectiles de Israel, que asedia el enclave palestino por aire, tierra y mar.

Tras el estruendo de los impactos, emergen de entre los escombros familias enteras, con niños y mascotas, bañados en polvo y sangre. Muchos otros, vivos y muertos, quedan atrapados bajo las ruinas. “De pronto los cohetes pasaron sobre nuestras cabezas, había 20 personas en mi casa, atacaron al menos tres o cuatro casas del barrio, destrozaron todo”, cuenta Ahmad Tartouri, un gazatí de 48 años y padre de cinco, hijos con el rostro cubierto de hollín y una hemorragia en la pierna. “No son ataques normales, van contra civiles. Donde hay casas de civiles, atacan, donde hay niños y mujeres, atacan”, añade, visiblemente conmocionado.

Un palestino herido muestra desesperación por la muerte de sus hijos a consecuencia de los bombardeos israelíes en Gaza. | FOTO: EFE efe

Una guerra inesperada

El intercambio de proyectiles aéreos no ha cesado desde el sorpresivo estallido de la guerra el sábado entre Israel y el movimiento islamista Hamás: el Ejército israelí ha bombardeado más de 1.000 objetivos, mientras los milicianos han lanzado más de 4.400 cohetes que han llegado tan lejos como Tel Aviv y Jerusalén.

Al menos 560 gazatíes han muerto y otros 2.900 han resultado heridos en esta escalada, mientras en Israel ya son más de 900 los muertos y 2.600 heridos.

Israel fue tomado por sorpresa la mañana del sábado con una ofensiva masiva de Hamás, que además de cohetes incluyó la infiltración en territorio israelí de un número indeterminado de milicianos, que han masacrado civiles y secuestrado más de 100 personas, aparentemente para intercambiarlas por presos palestinos.

El mismo sábado, Israel se declaró en estado de guerra e inició un contraataque con proyectiles aéreos, navales y terrestres sobre la Franja de Gaza, así como la caza de milicianos en territorio israelí.

Sentada en una silla oxidada afuera de la sala de emergencias del hospital Al Shifa, en la ciudad de Gaza, una mujer con expresión atemorizada y exhausta acuna a su bebé de nueve meses mientras sus dos niños pequeños se abrazan a ella. Su marido resultó herido cuando una casa vecina fue bombardeada. Buscó refugio en la vivienda de su hermana, pero como su vecindario también fue atacado, huyeron al hospital a un resguardo seguro.

“Huir de los ataques en un hospital puede parecer una locura, pero aquí escapas de la destrucción física”, dice Fatenah, que no quiere revelar su apellido. “Sin embargo, quedas envuelto en una conmoción emocional. Los lamentos de los heridos y el paso incesante de cuerpos sin vida son un recordatorio constante de los horrores que están ocurriendo”, explica. “No tengo más mentiras que decirles a mis hijos para tranquilizarlos”, lamenta.

Autoridades en el enclave palestino han denunciado que los ataques israelíes son indiscriminados y además sin previo aviso a los habitantes civiles, contrariamente a como suelen hacer en otras escaladas.

Castigos colectivos

Israel sostiene un bloqueo por aire, tierra y mar sobre la Franja de Gaza desde 2007, cuando Hamás tomó el control del enclave que, con 2,3 millones de habitantes, cuenta con una sola central eléctrica que necesita combustible para funcionar y abastecer a hospitales, viviendas y refugios.

Pero el ministro de Defensa israelí, Yoav Gallant, ordenó este lunes el bloqueo total de la Franja, dejándola sin suministro de electricidad, alimentos y combustible, como medida de represalia contra los “terroristas bárbaros” de Hamás.

Horas después, el Ministerio de Sanidad de la Franja de Gaza declaró una catástrofe médica: los hospitales luchan por hacer frente a la incesante afluencia de víctimas en medio de la inminente escasez de insumos y energía, mientras los bombardeos israelíes inhabilitaron el único hospital de Beit Hanoun.

Además, las fuerzas israelíes han bombardeado y destruido nueve ambulancias desde el inicio de la guerra, y ayer atacaron Rafah, el paso fronterizo con Egipto por donde estaba llegando ayuda humanitaria. También están bombardeando las casas de los familiares de cualquier palestino vinculado con Hamás. La sensación de inseguridad es generalizada en el enclave: mezquitas, instalaciones militares o edificios gubernamentales son atacados por igual.

La agencia de noticias AP y la cadena catarí Al Jazeera, que en escaladas anteriores sufrieron bombardeos israelíes en sus instalaciones, evacuaron sus oficinas, ubicadas en la misma torre. Además, los bombardeos israelíes no solo se han cobrado la vida de gazatíes, pues Hamás asegura que también mataron a cuatro rehenes israelíes.

“Vinieron a masacrarnos”, dicen los supervivientes del festival israelí

La madrugada del sábado, mientras unos 3.000 jóvenes israelíes bailaban al ritmo de música electrónica en un festival en el desierto, milicianos de Hamás llegados desde Gaza irrumpieron armados, masacraron a 260 personas y secuestraron a varios más, en el que es el episodio más sangriento de esta nueva guerra.

Sobre las 06:30 de la mañana del sábado, con los primeros rayos del sol, las alarmas antiaéreas y el sonido de los cohetes lanzados desde Gaza obligaron a parar la música del festival Tribe of Nova y mandaron a correr a los asistentes. Cuando los servicios de emergencias israelíes lograron acceder al lugar, encontraron 260 cuerpos sin vida y rastros de una matanza sin precedentes.

El evento tuvo lugar a menos de diez kilómetros de la valla de separación que atravesaron cientos de milicianos del movimiento islamista Hamás.

“Estaba en la fiesta, pasando el rato con mis amigos y sobre las 06.30 escuchamos las sirenas por los misiles que venían desde Gaza. Intentamos salir de la zona de la fiesta pero entendimos que muchos terroristas habían venido a masacrarnos”, relata Gal Raz, israelí de 31 años, desde su vivienda en las afueras de Tel Aviv. “Intentamos escapar, pero la ruta estaba bloqueada por autos cuyos pasajeros habían sido asesinados por los terroristas. Vimos muchos cuerpos”, agrega el joven, que desde entonces casi no sale de casa y que, ante la llamada del Ejército para alistarse a la reserva, explicó que no sentía estar en condiciones de servir.

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En imágenes: Israel y Gaza entran en guerra NTM

Raz, que con los primeros cohetes y el ruido de disparos se separó del amigo con el que había acudido, decidió entonces escapar rumbo al sur con otro grupo de israelíes, pero a pocos metros dieron con una emboscada de milicianos palestinos que abrieron fuego contra el vehículo en el que viajaban.

“Logramos escapar pero el coche se detuvo y tuvimos que seguir a pie”, narra. Su plan entonces fue correr a la comunidad más cercana, a seis kilómetros, pero sus familiares les informaron de que Hamás había tomado el control de varias localidades cercanas y les sugirieron esconderse entre la maleza.