Cristina Solano está segura de que sobrevivió a aquel ictus por el amor de madre. No recuerda nada de aquel 2 de mayo de 2020, solo que pasó de estar viendo la tele en el sofá de su casa a una habitación de hospital. Pero en ese tiempo su situación llegó a estar tan delicada que hasta su familia habló de dónde la iban a enterrar: “En Estella, junto a mi abuelita”. El ictus le dejó en coma y la previsión no era muy buena, pero asegura con rotundidad que consiguió sobrevivir gracias a sus dos hijos: “Yo estaba en coma, inmóvil, y mi marido, Jorge, tenía entendido que lo último que pierden las personas que están en coma es el oído. Así que solía venir con mis hijos –Irati y Oier, que tenían 1 y 3 años–, y me los sentaba en la cama. Entonces, yo debía de moverme, no paraba quieta, porque notaba la presencia de mis hijos. Estuve a punto de morir, pero seguí viva gracias a mis hijos”.

Cristina –que ahora tiene 41 años– salió del coma, como ella dice, “porque el amor de una madre es lo más fuerte que hay”, pero también por la determinación de su marido, que actuó rápido llamando al 112 cuando ella empezó a gritar que no veía nada y supo interpretar bien que aquel labio torcido era un ictus. Y, por supuesto, por la atención recibida por parte de los profesionales del Hospital Universitario de Navarra (HUN), para los que solo tiene palabras de agradecimiento: “Tenemos una sanidad pública impresionante, llena de buenos profesionales y hay que defenderla a capa y espada”.

Usuaria de Adacen

Ahora han pasado más de tres años desde aquel día y a Cristina –periodista de profesión extrabajadora de DIARIO DE NOTICIAS– le han quedado secuelas cognitivas y físicas –“tengo que estar muy pendiente de la parte izquierda de mi cuerpo, porque la tiendo a ignorar y tengo dificultades de movilidad en el brazo y la pierna”–, pero que no le impiden tener una vida muy activa. Por las mañanas se levanta y una ambulancia la recoge en su casa de Estella para llevarla al centro de día de Adacen (Asociación de Daño Cerebral de Navarra), donde algunos días hace terapia ocupacional, otros sesiones de fisioterapia y otros tiene cita con la psicóloga o con la logopeda. “Adacen nos da un apoyo increíble, son encantadores y nos ayudan en todo lo que pueden”, relata, y confiesa que sus hijos siguen siendo el motor que le hacen superarse día a día: “Cuando me mandan ejercicios de fisioterapia que no me apetece hacer pienso en ellos y me vengo arriba. Sigo luchando por ellos”.

Sobre cómo lo llevan, Cristina reconoce que el mayor, Oier, que ya tiene 6 años, “se entera de todo” y a ambos les afecta la situación por la que ha tenido que pasar su madre. “Oier tuvo una época en la que le salió un tic nervioso en la cara, pero en clase, en la Ikastola Lizarra, se dieron cuenta y entre los profesores y la psicóloga del centro le han dado muchísimo apoyo hasta que han conseguido que se le vaya. La verdad que se están portando genial y nosotros estamos súper agradecidos a la ikastola”, relata.

El 60% de las personas no sabe detectar un ictus

Pero además de sus hijos, Jorge es su ángel de la guarda, “es un maridazo”, resalta al detallar el gran apoyo que le brinda día a día. Pero, además, fue el quien presenció el momento en el que Cristina sufrió el ictus y quien reaccionó rápidamente, algo que a buen seguro resultó crucial para que hoy Cristina pueda contar su historia. Precisamente esta semana, con motivo del Día Mundial de Ictus (29 de octubre), Adacen ha lanzado una campaña junto a las farmacias de prevención de este accidente cerebrovascular, porque el 60% de la población no sabe detectarlo. “Mi marido supo identificarlo rápido porque a su madre le había dado uno hacía poco, pero es súper importante que la gente sepa cómo actuar”, sostiene Cristina.