Cuando fallece una persona, comienza un servicio que pocas veces se habla de él, un trabajo que cada día los funerarios hacen de puertas para dentro. Son aquellos que acompañan y guían ese camino que hay desde el momento en el que una persona se va hasta que su familia lo vuelve a ver, ya en una sala, preparado para una última despedida. Hoy, esa puerta se abre, un poco, para conocer el trabajo del funerario y tanatoestético Francisco Javier Sadaba, del tanatorio Izarra.

“Cuando mi familia se enteró, flipó un poco. No sé por qué, pero utilizaron mucho la expresión estás loco. No entiendo la razón. Yo no conocía este trabajo y ahora me parece que te deja una sensación muy buena el 99% de las veces”.

A Francisco Javier Sadaba Merino (1975, Basauri) todos le llaman Txitxo. “Por Chicho Terremoto”, explica mientras muestra un tatuaje de este personaje de manga en su gemelo derecho. Llegó hace dos años al mundo de la funeraria por una carambola, más bien ese mundo le llegó a él. “Le llamaron a mi compañera. Tanatorio Izarra buscaba una persona para formar. Dije que me interesaba, que quería ver cómo era este mundo. Me hicieron un par de entrevistas y me empezaron a formar”. Y así se convirtió en funerario y tanatoestético, encargado de realizar el proceso que se le hace al cuerpo de una persona difunta, tanto de limpieza como de las técnicas necesarias para poder presentarlo a la familia y lo velen. 

Por lo general, se ocupa de la zona de Pamplona, uno de los puntos que se despliega por el mapa de Navarra, con 13 tanatorios que lucen la estrella de Izarra, el logo de la empresa. Pero con el motor encendido por si hay que ir a otro sitio, en un trabajo en el que no hay matemáticas perfectas, sino variables que cambian y que exigen una adaptación permanente. Ningún día es igual, ni se trabaja lo mismo. En cualquier momento puede ocurrir algo, en cualquier momento puede no ocurrir nada, aunque siempre los funerarios tienen cosas que hacer. “Puedo ir a por cenizas y me pueden llamar porque ha salido otro servicio. Te organizas. Es bastante dinámico, puede ser que tengas que cambiar de plan a mitad de camino. El móvil resulta bastante importante en este trabajo”, cuenta. 

Esta vez la familia ha avisado pasadas las 9.00 horas. El camino comienza. 

―- Normalmente se recibe una llamada de la familia y te dan los datos, como el nombre, dónde está… Si ha fallecido en el hospital, no hace falta más información, pero si ha ocurrido en casa les preguntamos si ha pasado ya el médico a certificar. Si no, no podemos hacer la recogida. 

―- ¿Cambia el servicio si en vez de ir al hospital, como en este caso, fuese en el domicilio?

―- No, en general, no. Por norma, lo que se hace es ir con un compañero a recoger a la casa y luego se da el servicio en tanatorio. 

Suelen dar el servicio dos personas, uno prepara y el otro acompaña a la familia. 

“La gente pasa por un momento muy duro, pero suele responder bien a lo que planteas y lo hace porque sabe que estás ahí ayudándola”, asegura Txitxo. Cuando se acerca a las familias, procura hacerlo con naturalidad y generar la confianza suficiente para que le puedan plantear cualquier duda en un momento en el que los familiares muchas veces no saben cómo actuar. ASIER ALDEA

En Izarra, crearon un protocolo que se ajustase a la nueva forma de entender este oficio que traían desde la cuna, desde la primera piedra que se puso en la Txantrea; primer tanatorio de la empresa. Midieron la fuerza con la que había que cerrar la puerta del vehículo ―-suave-, apartaron la camilla de las presentaciones para generar confianza ―-es su casa- y dar paso a las despedidas, todo con la puerta cerrada para preservar la intimidad, despedirse con la cama hecha si se la encontraron deshecha ―porque “todos los detalles cuentan”, como dice Mikel Idoate Rey, gerente del tanatorio. Un protocolo que repiten con cada servicio, 365 días. De media, 500 al año. “Hay que tener la capacidad de hacer una recogida el 24 de diciembre a las 4 de la mañana y prestar el servicio a las 9.00 horas. Lo nuestro no para y tenemos que hacerlo bien”, asegura Idoate.

Se informan para conocer en qué circunstancias llega la familia y dar respuestas en este tránsito. “A veces es triste, doloroso. Cuando entierras a alguien que ha sufrido un accidente, pues claro que es duro, pero para eso hay que estar formado y preparado. Cuando trabajas en algo a lo que le encuentras sentido es reconfortante. Es duro, pero queremos darle a esta persona una despedida como se merece”, comparte Idoate. Los trabajadores han forjado una red de comunicación fluida que les permite adaptarse a cada situación y dar respuesta a los imprevistos, como destaca Txitxo. “La comunicación con todo el equipo resulta muy importante para que dentro de cualquier servicio no haya fallos, que se pueden dar, pero evitarlos en este trabajo es clave”. Según explica, los pocos errores que se cometen son “subsanables. En la preparación, intento no tener, y se solucionan en el momento. No se suelen hacer fallos garrafales, intentamos no dar pie a ellos con una buena comunicación en equipo y ayudándonos unos a otros”. 

De camino al hospital, Txitxo dice que no piensa en nada excepcional, solo mantener la concentración para que todo salga bien. Aparca el coche y se dirige a la morgue. Menos de diez minutos. Se lo conoce como la palma de su mano, o eso parece. “Bueno, no te creas. Esto es un laberinto”. 

―-Intentamos que sea lo más rápido posible para que la familia pueda ver lo antes posible a su ser querido. De todos modos, en el hospital suelen ser bastante rápidos. 

Además de la sábana blanca que trae, Txitxo coloca una segunda, verde, para suavizar la imagen por si alguien coincide con ellos hasta el trayecto al vehículo. El cuidado a la hora de evitar golpes forma parte esencial. 

-Cualquier golpe le puede hacer mella. Al final, es una herida que la familia no ha visto antes y se puede preguntar cómo le has tratado.

Los cuadros iluminados con lugares representativos de la zona adornan las paredes de los tanatorios de Izarra. Lo hicieron para darle calidad a estos espacios. “Le aporta un color de naturaleza”, argumenta Mikel Idoate, que posa en el tanatorio de la Chantrea, el primero de todos ASIER ALDEA

La preparación 

Txitxo prefiere el silencio y le gusta que todos los productos y utensilios se encuentren en su sitio. “Soy maniático en ese sentido”. Y lo están. Se quita la americana, se pone un bata transparente y se ajusta guantes y mascarilla. 

―-Lo primero que hago es ver cómo está.

La primera vez ocurrió durante su formación, junto con un compañero del tanatorio que le ha enseñado (casi) todo lo que sabe. No se olvida. “Era una persona mayor, un hombre. En ese primer contacto ayudé a mi compañero a colocar el cuerpo en la mesa de preparación y observé lo que él hacía mientras me iba explicando. Estaba más atento a las explicaciones que a si me daba impresión. Cuando me dijo de echarle una mano, lo hice con total naturalidad”, rememora.

Una naturalidad y profesionalidad que continúa, dejando el trabajo en el trabajo, sin llevárselo a casa, pero, en la sala de preparaciones, Txitxo, igual que en cada punto del camino, busca la mejor despedida posible. Un acto automatizado y no automatizado, en el que cada persona exige un maquillaje u otro, con productos que no distan de vivos y fallecidos. “Prefiero maquillar lo justo. Lo más natural posible. Por lo general, las familias no están acostumbradas a ver a un hombre maquillado; en el caso de las mujeres es más frecuente. Entonces intento que lo vean como lo verían en un día normal”. 

Txitxo podría cortar la ropa que ha traído la familia, el trabajo se volvería más sencillo a la hora de colocarla, pero no le gusta romper, vaya a incinerarse o no. 

Unos días antes, le pregunté a Txitxo si querría que a sus padres le tratasen igual que él trata a los de otros. No dudó. “Sí, seguro”.

―-Tienes que pensar que es el ser querido de alguien. Le trato como a mí me gustaría que lo hicieran a un familiar propio. 

Porque Txitxo no olvida que lo que tiene entre sus manos es una vida, el recordatorio constante de que los únicos objetos que hay en esa habitación son los utensilios, cama y demás aparatos. “Me resulta imposible pensar que es un saco de huesos y carne. Si olvidas que es una persona, dejas de hacer bien tu trabajo”, afirma. En este momentos de intimidad, Txitxo respeta la esencia de la persona. De nada sirve maquillarlo en exceso si luego resulta irreconocible para aquellos que lo han reconocido durante toda su vida. 

―-Tampoco puede salir como Robert Redford, no le puedes quitar lo que era. Nunca hay que modificar cómo le veía la familia.

Lo prepara para devolverlo con los suyos, muchas veces un regreso que trae una imagen más amable que las últimas que presenciaron sus familiares a consecuencia del desgaste de una enfermedad. “Cuando recoges a un fallecido igual la familia lleva tiempo viéndolo en su peor momento, lo ha visto muy desmejorado y el 99% de las veces cuando lo presentas limpio, vestido, maquillado, te lo agradecen mucho. Cuando la familia se va a gusto y la última despedida que ha tenido con su familiar ha sido ‘entre comillas’ agradable, te deja una sensación muy buena”.

“Pienso en dejarlo lo mejor posible, que la familia pueda despedirse a gusto. No tengo otro tipo de sensación, trabajo en silencio, me relaja. Dicen que el alma siempre se queda un rato hasta ver su despedida, hay mil teorías. La sensación es de tranquilidad y hacer bien tu trabajo”, comparte Txitxo.

Limar las estrellas

“Izarra es una estrella”, ―sostiene Idoate. “Hay muchas estrellas, cada una es diferente y hay que entenderla como tal. Además, todas juntas forman una cosa tan bonita como el cosmos. La muerte se ha pensado como algo bajo tierra y a nosotros nos parece más bonito mirar al cielo para recordar a nuestros seres queridos como una estrella”. 

Txitxo nunca ha necesitado naturalizar la muerte―-siempre lo fue-― ni el trato con ella, pero este tema se aparta de la conversación pública y se desconoce la realidad de la profesión. Algo que buscan cambiar desde el tanatorio. “Creemos que es una cuestión social, que hay que abordarla como tal y que para eso hace falta colaboración de gobierno y entidades públicas, que seamos a veces escuchadas y ya está. No hay más”, reflexiona Idoate. 

Txitxo no le da más valor a la muerte en este trabajo, sino a la vida, cuya máxima se corta por que “la familia se vaya satisfecha”. Como dice, él no vive de la muerte. “Un funerario vive de hacer que la familia que ha perdido un ser querido pueda despedirse de él lo mejor posible y facilitarles este camino que es bastante duro. Yo siento que vivo de ese tránsito con la familia más que del negocio de la muerte”. Acompañar a la familia y darles apoyo suaviza el dolor. En ocasiones, no se puede maquillar por las circunstancias en las que llega. “Hay veces que hay que decirles que no pueden ver a su familiar, que tiene que ir con la caja cerrada. Se han dado casos”, dice Txitxo. Aquello forma parte de ese lado duro, uno de los que más. “Cuesta. No es lo mismo despedirte con un fallecido con la caja abierta que no. Además, en estos tanatorios que puedes entrar dentro hay gente que le da en el último momento la mano. De todas formas, las familias con las que ha sucedido normalmente ya saben cuando vienen. Hay gente que le cuesta, pero terminan entendiendo. No creo que sea sano ver a un familiar en esos momentos”, explica.

Termina la preparación. Txitxo se muestra satisfecho. “De todos modos, la familia nos dirá. No nos suelen decir que está mal, es al revés, que qué bien le han visto. Cuando ves que la familia está contenta con el trabajo, te vas a gusto a casa”. De vuelta con la americana, ya sin la bata, lo lleva a la sala donde podrá verlo su familia, aunque todavía no ha llegado. 

―-Incluso para ir solo a la sala me pongo la americana por si aparece la familia.

Turno de la burocracia: pasos que no se ven, pero que también ayudan a la familia. Txitxo se dirige al juzgado para que el médico forense firme el certificado médico que se ha recogido en el hospital. “Él es el último que da el visto bueno de que esa persona ha fallecido de la forma que dice el certificado médico”. Y de ahí al registro civil con los papeles del fallecimiento. Luego, a acompañar a la familia durante el velatorio, aunque esta vez queda en manos de otro compañero para la tarde. 

Varía la técnica, pero los productos de maquillaje son los convencionales. ASIER ALDEA

―-Txitxo, ¿qué opinas de la muerte?

―-No me parece algo malo, sino natural. Me parece duro cuando se va alguien joven, pero ¿la muerte? Es algo que va a pasar y cuanto más miedo le tengas o más la estigmatices peor lo vas a pasar cuando se acerque el momento.

En ese último camino, aquellos que se quedan para despedir al ser querido, hijos, nietos, tíos, sobrinos y padres encuentran la ayuda, compañía y guía de personas como Txitxo, con la palabra “locos” al comienzo, pero que se transforma en un “gracias” tras el trabajo. 

-―Este oficio te hace trabajar con personas de un modo muy especial. Cuando empecé no sabía si sería capaz de preparar un cuerpo, pero me encanta este trabajo. 

―-Pero lo dices como sorprendido.

―-Sí ―-sonríe-. Nadie o muy poca gente dice que quiere ser funerario cuando es pequeño. He trabajado de electricista, en el congelado, de soldador y me gustaban esos trabajos, pero este me encanta, me ha sorprendido hasta a mí. 

―-¿Crees que hace falta desdramatizar la muerte?

―-Tú no sabes qué te va a deparar la vida, pero lo único que es cierto es que vas a morir. Pero no se naturaliza. Creo que es algo cultural, la muerte es un tabú. Deberíamos ir naturalizándola. Las cosas se verían de otra manera.

Mientras tanto, cada vez que suena el teléfono, Txitxo y todos los que llegaron o les llegó este mundo liman esa estrella para que brille a su familia.

En un momento donde golpean las emociones, cumplir con toda la parte burocrática forma parte también del trabajo del funerario. ASIER ALDEA