El silencio se oye por los centenares de despachos del Congreso y el Senado. Ni siquiera trabaja la Diputación Permanente. Queda declarada la parálisis institucional. Unas decenas de señorías se entretienen alguna mañana aislada con cursos de oratoria. Muchas decenas más, ni siquiera se mueven de su casa. Pero nadie parece preocuparse por tamaña inanición que surge del pernicioso resultado de una egoísta estrategia de los partidos mayoritarios. Además, en varias comunidades autónomas ha cundido el ejemplo de las negociaciones interesadas y tampoco se ponen de acuerdo para empezar a trabajar de una vez. En medio de semejante despropósito, el riesgo de, al menos, un par de nuevas elecciones empieza a ser real mientras el hastío del personal por la situación política adquiere dimensiones preocupantes. Más allá del desenlace final de este laberinto, es una evidencia que las asignaturas pendientes de la reforma laboral, la financiación autonómica o las repercusiones de la política energética seguirán en el limbo, como mínimo, hasta el próximo año.

Con el paso del tiempo, el desacuerdo se torna en amenaza. Lo siente de manera especial el PP porque la pérdida de Murcia y la Comunidad de Madrid desnudaría la auténtica realidad electoral de Pablo Casado porque se han convertido, junto al alcalde Almeida, en la tabla de salvación de sus paupérrimos resultados. Pero tampoco le resulta ajeno el riesgo a ese Ciudadanos deambulante entre los cinturones sanitarios a Pedro Sánchez y a VOX, que desangran su credibilidad cada día que pasa. En cambio, el PSOE sale indemne de este atolladero (CIS dixit) al que está contribuyendo con toda intención su líder bajo el propósito personalista de someter a todos los demás a sus deseos de gobernar en solitario. En especial, a Pablo Iglesias a quien el presidente en funciones empieza a exasperar porque con el público desdén a sus exigencias le está arrastrando a una incómoda posición personal dentro y fuera de su coalición.

Murcia se ha hecho un hueco en el mapa político ya que hasta ahora figuraba solo en el catálogo de corrupción. La incapacidad de la derecha para repartirse aquí el poder ha puesto de los nervios al PP porque se juega mucho más que una presidencia autonómica. Como VOX sabe de esta urgencia, le aprieta por el lado más débil que es retando a Ciudadanos, su pareja más estable. Abascal quiere que Albert Rivera reconozca sin ambigüedades que mantienen una relación a tres, en muchas ocasiones hasta por escrito. La ultraderecha está escamada de los cobardes y por eso recurre a su lenguaje propio para escupir cuatro insultos que, de paso, retratan el auténtico nivel de cierta clase política. Mientras, Isabel Díaz Ayuso entra en estado de pánico porque cree que puede correr la misma desventura en Madrid. Y con ella, el resto de la organización porque todos saben que una alternativa de izquierdas levantaría las alfombras y las consecuencias podrían ser dantescas.

Para entonces, Iglesias ya habrá conocido su suerte. Sabe que juega con fuego, posiblemente porque no le queda más remedio. Unas nuevas elecciones generales le dan pavor, aunque lo disimule. En todo caso, ya se lo ha advertido José Félix Tezanos de una manera muy gráfica y, lógicamente, en pleno fragor de la batalla por sus exigencias. Otro examen en las urnas, sobre todo tras el referente más inmediato de los resultados locales, podría ser demoledor para Unidas Podemos hasta el extremo de dejarlo al borde del tablero. Quizá sea el escenario que esboza con apacible expectación una patronal ahora preocupada por las consecuencias que podrían deparar las decisiones económicas de un futuro gobierno sustentado sobre el entendimiento de los partidos de izquierda y soberanistas. Por si acaso, Antonio Garamendi lo ha dicho sin necesidad de que nadie le presionara.

Tampoco Carles Puigdemont escapa de la sensación de pánico después de las bofetadas judiciales de Europa. El futuro que le aguarda se ensombrece por momentos. Las algarabías en Waterloo contra la opresión española empiezan a reducirse a un par de autobuses. Viene a coincidir cuando ERC despliega con mayor interés en Madrid su bandera del posibilismo para que Sánchez lo tenga en cuenta sin mayor presión, por el momento, que el inicio de un diálogo sin limites. Incluso, cuando la figura de Artur Mas coge aire en medio de esa absoluta parálisis que envuelve a una Generalitat hasta que llegue esa sentencia del procés que tanto pánico provoca.