“Disimule un poco”. Irritado por un ostensible ataque de cuernos políticos en favor de los cantos de sirena al PP que Pedro Sánchez venía reiterando desde el atril entre la sorpresa generalizada, Pablo Iglesias desnudó ayer, en el Congreso de los Diputados, la auténtica voluntad del presidente en funciones al denunciar que está negociando con Unidas Podemos “porque no le queda más remedio”. Se lo dijo harto de escuchar las incontables incitaciones del candidato a Pablo Casado para que favoreciera con su abstención la creación de un gobierno, como si olvidara que los dos partidos de izquierdas se están reuniendo desde hace tres días para propiciar una coalición histórica. “No se entiende lo que usted ha hecho, ofreciendo un pacto a la derecha”, remachó Alberto Garzón (IU) ante la retórica que acababa de emplear el dirigente socialista, sensiblemente incómodo por verse abocado a un entendimiento político que deplora sin disimulo. Como generosidad, Sánchez se brindó solo “a seguir cooperando cuatro años más, como hemos hecho en los doce últimos meses”, pero evitó el verbo gobernar. Semejante ninguneo iba caldeando un pulso de altura parlamentaria hasta que finalmente llegaron los dos últimos asaltos de las réplicas entre los dos gallos, plagadas de descalificaciones. Fue la cruda escenificación de un auténtico divorcio que, desde luego, devuelve la ficha de un hipotético acuerdo, ahora lacerada, a la casilla de salida.

En este convulso ambiente, consecuencia directa del ostensible desafecto de Sánchez hacia la coalición y de la ridícula oferta socialista de puestos técnicos que no de ministerios, empieza la cuenta atrás que finalizará el jueves porque la votación de esta tarde será una pérdida de tiempo. Un plazo plagado de presión para Unidas Podemos. “Piénseselo”, le advirtió el candidato a Iglesias ante el riesgo de que su rechazo a facilitar la investidura le colocaría junto a Vox. Iglesias le avisó sin demora: “no admitiremos más vetos ni amenazas”. La investidura sigue muy cruda, pero el PSOE lleva la partida de ajedrez a su terreno. Ha escenificado que no suspira por la coalición y, de paso, alerta a la otra orilla que su segundo rechazo a una investidura socialista podría ser difícil de explicar.

Hasta el turno de la oposición, Sánchez había ninguneado a Catalunya y a Unidos Podemos con aviesa deliberación. Lo había tenido muy fácil durante su discurso de investidura, de casi dos horas de duración, que empleó para desgranar seis objetivos de marcado acento social y de difícil contestación, aunque en ningún caso estuvieron acompañados de calendarios y presupuestos. Fue la ocasión propicia para apostar en favor del empleo digno -sin derogar la reforma laboral-, de una segunda transformación en base a una apuesta por la educación, de la innovación, la tecnología y la ciencia, de la emergencia climática como oportunidad económica y de la dureza contra la violencia machista. El presidente en funciones habló de Asia, del continente africano, del brexit y no citó una sola vez la palabra Catalunya.

Daba la sensación de que pasando de puntillas por el principal problema político del Estado español no irritaría a la derecha -léase PP- y así dejar abierta la puerta de una abstención que le permitiera huir de Iglesias y los suyos como lo hace el gato escaldado del agua fría. Pero Pablo Casado prendió rápidamente la llama y a partir de ahí todos avivaron el fuego. En el primer partido de la derecha -lo seguirá siendo después de escuchar a un reiterativo Rivera- no se acaban de creer al presidente en funciones y sostienen que se echaría en manos de los soberanistas una vez le dieran su apoyo. En el segundo, el enroque es inamovible. Ciudadanos reduce la situación a “teatro, puro teatro”, por la existencia de un supuesto Plan Sánchez donde, al parecer, caben el acuerdo de gobierno con Unidas Podemos, el pacto de EH Bildu con María Chivite, el futuro indulto a los líderes del procés y otros devaneos independentistas que, según su presidente, se dilucida “en la habitación del pánico, aquí cerca”, en alusión al Congreso. Y al llegar el tercer componente del trifachito, el discurso beligerante del debutante Santiago Abascal permitió al candidato afear a Casado y Rivera que mantuvieran acuerdos de gobierno con Vox. Ingobernable.