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La actualidad del ensayo

La actualidad del ensayo

CUANDO abordó su estudio, Charles Darwin ya fue consciente de la dificultad de su empresa, algo que reconoce en la introducción al libro que nos ocupa, donde explica que "quienes admiten que, en general, la estructura y comportamientos de todos los animales han evolucionado gradualmente, contemplarán el asunto global de la expresión bajo una luz nueva e interesante". En cualquier caso, La expresión de las emociones (1872) viene a perfeccionar las enseñanzas de El origen del hombre, obra del año anterior desde cuya lectura se divisan tierras desconocidas del conocimiento humano que, por cierto, ahora pretenden ignorar para dignificar quienes pervierten la razón en un momento en el que recuperan terreno las tesis más cercanas a separar el origen del hombre del de los mamíferos superiores, por ejemplo.

¿Qué trae consigo el esfuerzo de Darwin? Dar a conocer los trabajos que él y sus colaboradores habían desarrollado hasta entonces en torno a las emociones y a sus formas de expresión. El catedrático Jesús Mosterín habla en el prólogo de lo poco que, por aquel entonces, se sabía acerca del cerebro, razón por la que estudios como éstos y los de Charles Bell, entre otros, resultan (todavía hoy) imprescindibles para los interesados en el comportamiento de los humanos o las primeras inquietudes de unos seres que, varios siglos después, todavía sufren las acometidas de quienes se consideran obra de un dios que les ha elegido a dedo y les ha orientado en el camino ideal para machacar a sus semejantes (con perdón).

Por otro lado, los esfuerzos del autor de El origen de las especies ha servido a los descendientes de aquellas generaciones para mantener viva la antorcha del conocimiento cuando el ensayo, género maldito entre estudiantes varios y lectores vagos, parece recobrarse de los varapalos que la mayoría de los consumidores potenciales le propina al menor despiste. ¿Qué se pierde la mayoría? Quien no acceda a textos como los de La expresión de las emociones, difícilmente imaginará cómo se las traía el estudioso de aquellos siglos cuando experimentaba y disfrutaba haciendo "una pequeña apuesta con una docena de jóvenes asegurándoles que no podrían estornudar al tomar rapé": de acuerdo con la apuesta, "como deseaban tanto estornudar ninguno lo logró, aunque sus ojos estaban húmedos de lágrimas, y todos sin excepción tuvieron que pagarme lo apostado".

La reedición de Sociología (Salvador Giner) por Península o la nueva entrega de la Biblioteca Darwin de Laetoli son noticias gozosas para los que se alejan del precipicio de la ignorancia y para quienes hayan elegido, para conseguirlo, la senda de la documentación.

Por cierto, Laetoli colabora estrechamente con la Universidad Pública de Navarra en la edición de estas y otras obras allá donde algunas lumbreras del oscurantismo pretenden demonizar esta institución, aunque a veces parezca tan real como parte de la vida misma, la (ansiada) superación de actitudes reaccionarias que a Darwin ya le traían de cabeza en un momento de la historia que, en ocasiones, no parece tan lejano.