pamplona - La cita se presenta como el último concierto de Black Friday antes de un parón indefinido, ¿a qué se debe esta pausa?

-La cosa es que yo me marcho en septiembre a Irlanda, a hacer el TFG, luego Juancho, el pianista, se va a Ecuador a currar... Habrá cambio de filas y aunque nos habían llamado para tocar en agosto, queríamos acabar bien en un escenario como es Caballo Blanco. Será el último bolo y a principios del 2020 nos meteremos a grabar, para lanzar en febrero o marzo un EP y hacer una minigira de diez bolos, intentar festis... Esto va a ser el último concierto de Black Friday y lo que viene después entendemos que va a ser mejor.

¿Supone, en ese sentido, el cierre de una etapa?

-Sí, la etapa universitaria como tal se acaba y se acaba lo que hemos estado construyendo hasta ahora. Empieza a coger otro nombre, queremos que sea algo... no sé si llamarlo más serio, pero sí más oficial. Aunque haya curros de por medio, vamos a darle caña de verdad y que esta sea la última etapa del grupo.

Dentro de la evolución que ha experimentado la banda desde la maqueta El refugio del norte (2016), en uno de vuestros últimos temas, Querer, coqueteáis con el rap. ¿Black Friday no se cierra puertas estilísticas?

-Al final la filosofía de esta banda es que se pueda tocar en el kiosko de la Plaza del Castillo y también en el Wizink Center de Madrid, que nada cambie y que sea la organicidad de la música al 100%. Eso es lo que buscamos: si una canción nos pide que tenga ocho voces y un tenor, lo vamos a intentar meter; si nos pide una gaita, la meteremos... No somos nada puretas, la única filosofía que seguimos es que la música que hagamos sea real. Preferimos que sea un tío tocando un instrumento a que sea un tío con una mesa de mezclas, pero si nos pide mesa de mezclas, lo meteremos. También es verdad que en la música corres el riesgo de estar disparando a demasiados sitios y nunca a un sitio en concreto... Pero al final tenemos nuestra filosofía: ir un paso más allá de lo establecido y quitar etiquetas.

“Navegante a la deriva, buscando otros mares”, reivindicáis en Navegantes. Tanto la vida como el propio grupo, ¿consiste en dejarse llevar y disfrutar del trayecto más allá de la meta final?

-Exacto. Ahora mismo justamente somos eso, navegantes a la deriva por ese cambio de etapa del que hemos hablado... Y de eso va un poco. Nos hemos cruzado con muchos artistas y lo que vemos es que mucha gente siempre quiere más más más... Y es importantísimo marcarse objetivos en la vida porque si no el proyecto no avanza, pero coño, a veces nos olvidamos de que lo que estás haciendo ahora es realmente lo importante. Y sobre todo en la música, que es tan fugaz y un día estás arriba y al otro abajo, que sacas un buen tema y la petas, y mañana nadie se acuerda de ti... Es importantísimo, más que nada por tu salud mental, y no volverte un puto divo. Lo que importa es la persona que tienes al lado, tu amigo, tu compañero de banda, tu novia o tu novio, o lo que sea. Esa gente y estar ahí unidos.

Precisamente eso es lo que reivindicáis en Querer, con ese “se puede querer querer” frente a mundos de redes sociales.

-Exacto, Ignás en su parte del rap dice “estamos atados a una luz que no es el sol” y se refiere a los teléfonos móviles. No está mal tener Instagram, la cosa es que tu vida gire en torno a eso y que seas un quiero y no puedo. Que cuando eres una persona maravillosa, intentes ser otra persona que no eres tú. Tú eres tú, y eres la mejor versión de ti mismo y de ti misma. Estamos tan hiperconectados... que es cojonudo y es un arma espectacular para desarrollar la vida de cada uno y es progreso, el problema es cuando se deshumaniza todo este proceso. Por eso nuestra música es orgánica, porque queremos que haya un tío tocando la trompeta, no que se dispare esa trompeta.