Jesús Mari Lazkano (Bergara, 1960) es uno de los más reconocidos pintores vascos en activo. Ha realizado decenas de exposiciones y cuenta con obras en museos de Europa, Asia y América. En Bilbao, además de en el Bellas Artes o en el Guggenheim, sus pinturas de gran formato sorprenden en Torre Iberdrola, el BEC o en el propio Euskalduna. La naturaleza es una de las grandes protagonistas de las pinturas de este artista que fue montañero en su juventud.

¿Cómo define ‘Natura Fugit’, el cortometraje de animación que se presenta este lunes en el Mendi Film?

—Es una película sobre un glaciar. Lo importante no es tanto el lugar exacto donde se desarrolla, sino la temática medioambiental. Utilizamos como excusa el desarrollo y declive del glaciar Mer de Glace de Chamonix para plantear el debate sobre qué estamos haciendo realmente con nuestro entorno. ‎‎

Si el lugar concreto no resulta tan importante ¿Por qué eligió específicamente el Mer de Glace? ‎‎

—La conexión con ese lugar deriva de mi propio proceso artístico. Hay un cuadro de Friedrich (paisajista del romanticismo alemán del siglo XIX) que pintó esa zona montañosa y me sirve como puerta de entrada. Además, por el Mer de Glace ha pasado prácticamente toda la cultura europea: aparece en acuarelas de Turner, en trabajos de Ruskin, lo visitaron los hermanos Lumière. Es un lugar emblemático. Representa un modelo de cómo accedemos a la cultura montañera a través del arte y la pintura. Curiosamente, a mediados del siglo XIX el glaciar presentaba su máxima extensión en la época reciente, y desde entonces ha ido en declive.

¿Estuvo usted físicamente en el Mer de Glace o trabajó sobre fotografías y vídeos?

—Para mí es fundamental conocer el lugar in situ. Necesito aprender el espacio de memoria. Hay un trabajo previo de conocer el espacio, entender cómo funciona la meteorología, las luces, e integrarse físicamente en el entorno. En mi juventud fui escalador, hacíamos invernales en los primeros años 80. Cuando decidí trabajar y hacer una película de animación sobre los glaciares, volví a ese entorno. Me encontré con el drama de cómo se ha transformado el paisaje. Vuelvo en verano, en invierno, en diferentes estaciones. Y dibujo en el lugar. Con todo ese conocimiento, esos dibujos y esas experiencias, desarrollo un storyboard en mi estudio. Pero siempre con visitas periódicas al lugar. ‎‎

Mantiene usted una especie de romance artístico con el hielo. Antes de ‘Natura Fugit’ participó en ‘Artiko’, un cortometraje de 2019 también con Josu Venero.‎

—En Ártiko contamos con la aportación de Xabi Paya. Es un documental que recoge la expedición a las islas Svalbard, en el Ártico. Durante un mes recorrimos el perfil de los fiordos de las islas en un magnífico velero junto a otros artistas. Fue una especie de reencuentro, de nuevo hallazgo, en el sentido de que estos temas que siempre me habían interesado ahora redoblan su interés, precisamente por la capacidad que tenemos los humanos de transformar todo. Estamos implicados en el tema y es un debate que no podemos olvidar. El hielo es uno de los primeros testigos de cómo la sociedad, en este periodo del Antropoceno, está transformando el entorno de manera acelerada. ‎‎

Crear 3.000 obras de arte, algunas de metro y medio y otras de 3 metros, parece tan exigente como subir ochomiles. ‎‎

—Han sido cuatro años de intenso trabajo. Pero también ha sido un periodo gozoso en el que el propio proceso me ha ido llevando a escenarios y situaciones novedosas. La propia práctica de construir el movimiento a través de la animación, dibujo a dibujo, fotograma a fotograma, también me ha obligado a encontrar nuevas estrategias. Hay que adecuar los medios y tu trabajo en función de lo que estás buscando. Soy de los que piensa que la propia vida ya es un reto bastante difícil. ‎‎

Físicamente y en términos de concentración, debe ser un enorme reto, igual que escalar una montaña.

—Por un lado, hay que ver el proyecto o el reto de manera global, de manera distante, ver la envergadura de lo que supone, y luego está la necesidad de dar cada paso. En la escalada tienes que tener claro cómo resuelves un paso determinado y si estás utilizando la técnica adecuada. Debes mantenerte concentrado en dos metros cuadrados de pared, pero a la vez con conciencia de lo que eso significa en el global de toda la vía. En el caso de Natura fugit pasa lo mismo: los problemas que pueda plantear resolver unos azules en un hielo, o cómo resolver gráficamente una grieta, exigen mucha atención y cierta habilidad, pero no te puedes despistar, porque van a suponer una décima de segundo en una película que dura 21 minutos. La concentración en el detalle y una visión global del proyecto son necesarias. ‎‎

‘Natura fugit’ ha pasado por el Festival de Bangalore o por el de Nueva York. ¿Qué respuesta ha recibido? ‎‎

—Estamos muy contentos. Genera dos tipos de respuestas. Por un lado, una especie de sorpresa, porque la película tiene un final, digamos, surrealista, pero pasa también por un estadio puramente distópico. Hay reacciones de “hasta dónde vamos a llegar”. Pero, por otro lado, también produce una sensación de euforia, de “esto no se puede perder, aún estamos a tiempo”. Todas han sido muy positivas. Creo que el hecho de que sea una película dibujada permite apreciar el proceso, se ve el error. Hay un humanismo en la película de la que, quizá, los trabajos digitales, en su frialdad y en su exactitud, carecen. Esa cualidad de lo dibujado, de lo hecho con la mano, acerca a quien lo ve. l