o me mueve ningún impulso patriótico ni nada que se le parezca, pero confieso que la semana pasada me habría apostado un brazo a que Rafa Nadal ganaba Roland Garros. Ahora sería manco. El nivel exhibido la primera semana en la tierra de París parecía indicar que para el balear no era ningún obstáculo Djokovic ni quien se le pusiera delante. Estábamos viendo el Nadal completo, el de las grandes ocasiones, el inviolable en arcilla.

Pero, en semifinales y contra el a la postre campeón, todo se desvaneció. Vimos a un Nadal con errores y con algunas carencias físicas. No era el Nadal que todos conocemos. En principio no fue capaz de tomar la inciativa, no marcó diferencias, su bola no hacía daño al serbio, y es que, en el tenis actual, si no haces daño te lo hacen. No hay medias tintas.

Por otra parte, no hizo gala de su derecha invertida, la derecha que golpea desde la zona de su revés y que, cuando abre ángulo sobre la pista del contrario, es letal. Uno no sabe si este cambio estratégico se debe a que se comienza a vislumbrar carencias físicas (jugar con tanta derecha invertida te obliga a correr mucho más de lo normal), o por razones tácticas. También es cierto que Djokovic supo jugar con bolas largas y esto no favorece a la libertad de los desplazamientos.

Además, Nadal cometió errores no forzados a los que no estamos acostumbrados, porque Nadal es como una máquina que no falla salvo que se le presione mucho. De hecho, entre estos errores que se pagan caro están los dos últimos puntos del segundo set. 5-3 y 40-40 con Djokovic sacando: resto a la red y una caña que manda la bola al cielo de París en una posición nada complicada. Era el peor momento para fallar. Y no es normal.

Es cierto que Rafa Nadal nos ha acostumbrado mal. El hombre incombustible, luchador nato y triunfador, gana si tiene la mínima posibilidad de hacerlo. Hasta ahora no ha tenido huecos, pero no es ningún secreto (de hecho lo ha declarado él) que cada día le va a costar más ganar porque los años pesan y porque vienen detrás varios jugadores muy completos y con hambre de triunfos.

A pesar de todo, el balear sigue siendo un ejemplo a seguir, un deportista al que merece la pena estudiar para aprender, a nivel deportivo y humano, lo que no se aprende en otros deportes de masas. Y es que siempre he pensado que lo más importante que debe quedar de las figuras del deporte es, simplemente, el ejemplo para los que vienen detrás. El poso.

Me jugaría un brazo a que a muchos jóvenes Rafa Nadal les va a servir de referencia en el futuro. Y no me quedaría manco.

El autor es entrenador nacional de tenis.