e puede comprender el alivio, pero no sé a qué viene tanta alegría. Pensando primero en los franceses, porque diversos sondeos constataron que tres de cada cuatro ciudadanos no querían como presidente a Macron. Un títere de las élites que se ha desentendido de quienes malviven en los márgenes de la sociedad gala al cargo de un partido con seis años de existencia que difícilmente le sobrevivirá porque Macron no podrá volver a presentarse en 2027. De hecho, si repite en el Elíseo es por el pavor a la ultraderecha en el contexto del calcinamiento del conservadurismo gaullista y del socialismo histórico. Y todo después de perder dos millones de votos cuando la neofascista Le Pen ganó dos millones y medio para rebasar el 40% del sufragio viniendo de un escaso 15%. Como lideresa de la marca con mayor apoyo directo del electorado más ideologizado y/o convencido cuando en junio aguardan las elecciones legislativas, en realidad la tercera vuelta de estos comicios que determinará el margen de maniobra de Macron en función de las mayorías que puedan articularse. Y, ya sin Macron en escena, en cinco años ante la hipótesis verosímil de una presidenta ultra al frente de la segunda economía europea en términos de PIB nominal y hasta ahora tractora de una UE que Le Pen quisiera dinamitar. La pregunta radica en si para entonces Abascal no estará compartiendo la Moncloa con el PP. Cuyos prebostes se congratulan de la derrota de la homóloga francesa de Vox mientras Mañueco ha colado a la extrema derecha en el Gobierno castellanoleonés. No solo confiriendo legitimidad a efectos ejecutivos a la sigla que encarna sin ambages el franquismo sociológico, sino incluso otorgando carta de naturaleza al programa más reaccionario, por ejemplo mediante la consagración de la desmemoria histórica. Es decir, que el conservadurismo español se ha erigido en cómplice institucional de la ultraderecha que en Europa se combate políticamente con un cerco profiláctico. Cosa distinta es que esa batalla cultural se esté librando con la inteligencia debida, con argumentos para cada provocación y sin caer en la simpleza de que el electorado del extremismo radical vota mal. Cuando también se nutre de un creciente nicho de ciudadanos que se sienten ignorados por un sistema que no soluciona sus problemas ni responde a sus expectativas. Y por eso urge un saneamiento democrático a base de gestores honestos y capaces al servicio del bien común, donde el debate de ideas constructivas prevalezca ante el librecambio de ocurrencias y calumnias. La política de verdad en suma, digna y útil, por y para la gente en toda su diversidad.

La batalla cultural contra la derecha extrema no se está librando con inteligencia, con argumentos para cada provocación y sin caer en la simpleza de que esa gente vota mal