La política se ha vuelto una lija, y por la extrema derecha un tratado de escatología. Visiten X, hagan creer al algoritmo que les va la droga dura de la xenofobia, y se toparán con un gentío denigrando la conversación pública hasta el extremo. Gente sin mesura alguna lanzada al desahogo y a la provocación. La extrema derecha es un repositorio de malos modales, argumentos flácidos y agresividad. La mara de lapo fácil es incapaz de frenar sus espasmos. Quizás en su inconsciente busquen vengar a sus viejos o vengarse de ellos, según los casos. Herencias que como bien recuerda el escritor Manuel Vilas, se graban a fuego en la memoria y no hay manera de quitártelas de encima. Nuevos reaccionarios, viejas frustraciones; ideología sin destilar, ausencia de filtros. Se creen incorrectos y son unos incompetentes, por más que lo disfracen a base de exaltación, su zona de confort.
Fascismo de manual
No solo nos aplasta el pasado, por supuesto. “El extremismo no habría llegado a una posición tan relevante si la forma en que se hace política no le fuera tan favorable”, observa el filósofoDaniel Innerarity. Ahí hay una vía para neutralizar el crecimiento ultra, pero el PP, que podría resultar clave en esto, parece empeñado en lo contrario. Y por la izquierda, paradojas de la vida, el sustento de Vox sigue siendo un cheque para la movilización progresista.
Hagan creer al algoritmo que les va la droga dura de la xenofobia, y se toparán con un gentío denigrando la conversación pública hasta el extremo
Sea como fuere, los nuevos autoritarios cada vez se cortan menos, porque el credo de venirse arriba no es que tenga su parroquia, es que vuelve a ser religión. La mano dura durísima para el enemigo y la arrogancia con los desgraciados, mientras los ricos juegan al Monopoly. Fascismo de manual espolvoreado como cocaína. El fascio se esnifa en ciertos ambientes y agita las neuronas. Ya no nos salva ni el europeísmo. Francia está en crisis, Alemania también, Italia está gobernada por Meloni, mientras que por aquí el Partido Popular desfallece en cuanto merodea el centro. MÁR de fondo y aznaridad que no se extingue, metidos adentro en su escapada con Vox. Se les ha cruzado un genocidio que deja al aire sus vergüenzas, como en Irak en 2003. Entonces el odio tenía peor prensa, de tanto que se había sufrido y se seguía padeciendo. Ahora en cambio muchos exhiben sus fobias a pelo, con una miseria desoladora. Empezaron denigrando lo correcto, y habitan ya en el escarnio crónico, dedicados a envenenar el debate público desde su raíz. Algunos manejan con destreza los insultos más soeces. O lo mismo te ensalzan a Jesucristo que te justifican una carnicería. Otros simplemente a base de decir ‘puta España’, ‘puta Cataluña’, ‘catalufo’ o ‘ñordo’ se creen un panzer. Pobres cafres, y pobres de nosotros y nosotras. Quieren convertir internet en la puerta pintarrajeada de un mingitorio.
Como cangrejos
El retroceso humanitario es apreciable de mes en mes, y las acometidas de Trump son diarias. No hay día sin tregua. Para una profilaxis democrática ante conductas de alto riesgo bienvenidas sean la inteligencia y la educación, y bien hallados los desmarques claros a una deriva calamitosa. Así no hundiremos más el nivel de la política, que se nos desmorona por momentos. Si tenemos clara la diferencia entre regar la democracia o asolarla con aguardiente no sucumbiremos. Hay un involución en marcha, y nos puede hipotecar este siglo tan desquiciado, tan distópico y tan bajo de miras como el que estamos viviendo.