Por fin el nieto espiritual y sucesor de Franco en la Jefatura del Estado ha balado, perdón ha blablablado y sus blablalabras han caído sobre parte del rebaño como refrescante rocío primaveral y sobre la otra parte como heladora nevada invernal. Este buen señor que tan escasísimas ocasiones se digna iluminar con su aún más escasa linterna, el tenebroso horizonte político en el que está sumergido el Estado, nos ha blablaclarado y blabladefinido, nada menos que el auténtico significado de esa magnífica palabra, una de las más hermosas del diccionario: democracia. Para este señor, la democracia es la ley, no puede haber democracia sin ley, la democracia es la Constitución, la ley de leyes. Esa misma Constitución que los mandamases se pasan por el entrepiso, cuando sus mandamientos nos les gustan. Ante estas blablaclaraciones, no se puede menos que evocar a San Pablo, que en una de sus Epístolas a los Romanos escribe: “Si la Justicia tiene que venir por la Ley, Cristo murió en balde”.