La escritora Louisa May Alcott (Mujercitas) nos cambia el tercio en otra de sus obras: Tras la máscara... Aunque no existe analogía con el virus canalla que nos vigila y asedia, una máscara es una máscara que, por cierta esotérica razón, algunos convertimos en algo que nos hace invisibles. Y siendo invisible se puede transgredir, saltarse normas, decir majaderías y todo tipo de disparates. Desvarían presidentes de naciones y políticos de cualquier rango, clérigos, banqueros, jueces, tertulianos, influencers, reyes, etcétera. ¿Cómo no va a desatinar la tropa chusquera? Ser invisible es la repera€ Bueno, pues uno de los personajes de la novela de Louisa, Jean, es una superviviente y no dudará en utilizar todas las armas a su alcance como máscaras tras las que ocultarse para alcanzar sus objetivos€ Fin de novelas. La realidad, nuestra realidad actual, sí que es sombría. Mascarillas en los codos, barbilla, tobillos, muñecas, bolsillos... Y en algunos casos juiciosos, mire usted, hasta en la boca y nariz. Las censuras van rebotando de personas mayores a jóvenes, y de las comunidades al Gobierno y viceversa pasando por los ya clásicos e imprudentes puyazos de los que son y ejercen la oposición. Y entre unos y otros de aquí, más los sumandos propagandistas agoreros de fuera, el resultado es que el tren económico casi ha descarrilado del todo, y a tenor de los que entienden, Coronavirus II: El regreso puede ser inminente. ¿La culpa? La culpa siempre es de otros o del chachachá€