n estos tiempos de oportunidades, en los que algunos y algunas, haciendo de la adversidad virtud, se dedican a jalear viejas consignas decimonónicas y los idiotas gozan de un predicamento mediático inusitado y ajeno a las más elementales leyes de la cordura, la lógica y la razón, imponiendo el barullo y el guirigay con sus ocurrentes soflamas e inmersos como estamos en una pandemia que acumula millones de muertos y asfixia nuestros servicios sanitarios hasta la extenuación, parece que La Nave de los Locos rige nuestro destino incierto, guiados por la convicción que otorga el atrevimiento, la cólera y la ignorancia.

El franquismo reverdece gracias a la tribuna democrática y la tolerancia que tanto combatió y reivindicando una libertad disparatada en la que el libre albedrío cojea del fundamental derecho a la subsistencia. En mis tiempos a eso lo llamábamos libertinaje.

Patriotismo de bandera y pandereta encabezado por una monarquía incoherente con la Constitución que preconiza en su artículo 1 que la soberanía reside en el pueblo e irresponsable ante las leyes que todos, supuestamente, estamos obligados a cumplir. Jefatura de un Estado que se dice democrático e igualitario que deja patente su proximidad, no a sus primos europeos con quienes comparte linaje y cercanía territorial, sino con déspotas que nadan en la abundancia gracias a los hidrocarburos subterráneos de sus reducidos reinos y para los que la libertad de prensa no consiste tanto en desmenuzar la noticia como trocear impunemente a un periodista en su embajada.

Y este linaje familiar cuyo patriarca ha encabezado al país desde hace casi medio siglo y aspira a perpetuarse sine die, que rige a veintiseis millones de buenos españoles y a otros tantos hijos de la gran puta fusilables, a la España vaciada y a la amontonada, a la Cañada Real y a las 3.000 viviendas sevillanas, a diez millones de pobres y a los que intentan esquivar la miseria para llegar a fin de mes, esta familia irreal, tan pródiga en grandilocuentes discursos ante nobles instancias como en escándalos y delitos que, finalmente han aflorado en noticiarios nacionales y extranjeros, ha evidenciado sus prácticas comisionistas con las egregias familias empresariales que han hecho sus opíparos negocios y plusvalías aquí y allá por los procelosos arroyos financieros para terminar en un mar de paraísos fiscales que lavan su dinero y su conciencia, dejando constancia de su doctrina libertaria: su patria es el mundo, sólo los pobres tienen fronteras.

El título pertenece a una carta de Lope de Aguirre dirigida al rey Felipe II