Son las 11 horas del 8 de julio cuando termino este breve escrito. Un día muy importante en el historial de los Sanfermines. A las 7 de la tarde de 1978, terminada la fiesta taurina, y antes de que la plaza se evacuara, la Policía irrumpió en el recinto taurino, con las armas dispuestas para hacer daño. Querían sembrar el pánico, acallar las voces críticas, descabezar los movimientos "revolucionarios", manchar de sangre el pecho de las blancas camisas. Y así lo hicieron. Empezaron los disparos, disparos al cuerpo, solo acallados por los gritos del público mayormente juvenil. Y Germán Rodríguez, ya fuera del recinto taurino, conocido por su coraje y valentía, fue objeto de persecución, y cayó a 100 metros del coso, sin tiempo para ser ayudado, aislado de sus amigos; serían unos claveles rojos sobre su pecho los primeros que supieron de su muerte. La noticia de esta muerte y de los muchos heridos -más de 150- en la plaza de toros, cayó como un manto helador en la ciudad. El pueblo de Pamplona-Iruña, para condenar los hechos sucedidos y mostrar su solidaridad con Germán, se fue agrupando allá donde este cayó. Multitud de ramos de flores, claveles blancos y rojos cubrían ese trágico punto. Esa tarde oscureció antes, solo las velas encendidas daban una luz pobre, pero suficiente para mostrar las lágrimas que corrían sobre los rostros doloridos de lo que ya era una multitud.El Ayuntamiento de Pamplona-Iruña, asustado por los sucesos de ese día, ordenó luto para la ciudad en memoria de Germán y, cosa insólita en la historia de los Sanfermines, dio por terminadas las fiestas para poder recogerse en el dolor.