Actualmente la compra de entradas y billetes online es uno de los servicios de venta más utilizados en la red. Sin lugar a dudas, es mucho más cómodo poder comprar los tickets desde casa que tener que desplazarte hasta la taquilla del lugar en donde se celebrará el evento.

Sin embargo, ese ahorro de tiempo y colas, no puede ser de ninguna manera el motivo que justifique el tener que pagar un recargo por comprar online tu entrada para un espectáculo cultural o billete de transporte, cuando en realidad estamos haciendo el trabajo que realiza el personal de taquilla.

Es inadmisible que siendo nosotros los que, poniendo a disposición de la empresa organizadora del evento nuestro ordenador, nuestra red eléctrica y la de internet, a veces nuestra impresora, el papel y por supuesto nuestro valioso tiempo, además de eso, tengamos que asumir un incremento en el precio total. Sin lugar a dudas, es un despropósito que se cobre por la autogestión.

Resulta especialmente llamativo que no exista regulación alguna sobre este gasto añadido al que tenemos que hacer frente como consumidores. Es lamentable que las administraciones miren para otro lado y no tomen medidas sobre este particular cuando son ellas las que tienen el deber y las competencias para hacerlo.

Estos mal denominados gastos de gestión no son otra cosa que una comisión encubierta para el intermediario de turno y deberían formar parte del precio total del producto que se pone a la venta.

El argumento de las plataformas de venta de entradas de que “gracias a ellas se ofrece un ágil acceso, así como información las 24 horas del día, todos los días de la semana con equipos informáticos equipados con los últimos avances tecnológicos y una sofisticada red de distribución”, nadie lo pone en duda, pero sin embargo no es menos cierto que son ellas las primeras interesadas en utilizar estos sofisticados medios tecnológicos para asegurarse la venta de entradas con mucha antelación (en algunos casos hasta casi un año), ya que de este modo aprovechan la oportunidad para obtener el mayor rendimiento posible. Aquí, el que no corre vuela.

Al esfuerzo económico que el consumidor tiene que hacer a la hora de comprar una o varias entradas con esa premura de tiempo para no arriesgarse a quedarse sin ellas, se suma ahora el incremento sorpresa del precio. Si a eso añadimos que en caso de cancelación en muchas ocasiones no te devuelven el valor de los gastos de gestión, la estafa está servida.

Tristemente se trata de un timo consentido. No es comprensible ese recargo abusivo del precio cuando la venta se hace por internet y que sin embargo no exista suplemento económico alguno cuando se hace de forma presencial.

La legislación de defensa de los consumidores plantea que al consumidor siempre se le tiene que facilitar el precio final desde el comienzo del proceso de pago. ¿Entonces?... ¿Quién le pone el cascabel al gato? Está claro: es más fácil decir las cosas que hacerlas. Mientras tanto, los ciudadanos de a pie seguiremos sufriendo en nuestros bolsillos este timo abusivo y consentido al que nadie parece interesar que se le ponga remedio.

El autor es profesor jubilado