Recientemente hemos conmemorado el 25 de noviembre y miles de personas hemos salido a la calle para lanzar un grito contra la violencia que sufrimos las mujeres por el hecho de serlo. Tras escuchar contundentes discursos contra este ataque a nuestros derechos, veo que nos hemos olvidado del país donde se está dando un atroz “apartheid de género”.

En agosto de 2021 con la llegada al poder en Afganistán del régimen talibán millones de mujeres han visto arrebatados sus derechos más elementales. Fueron expulsadas de sus trabajos, se les prohibió andar por la calle, desplazarse sin compañía masculina. Con anterioridad habían conseguido que se protegiera a las víctimas de malos tratos, habían puesto en marcha casas de acogida y se crearon juzgados contra la violencia machista. Tras esa fecha, vaciaron las cárceles (salieron sus afines) y cerraron los recursos.

 En la actualidad, se ha disparado la violencia de género y también los suicidios de mujeres que no ven otra salida a su situación. Viven prácticamente en cautiverio dentro de sus propios hogares, como si fueran delincuentes. Se ha normalizado que un hombre agreda a una mujer en la calle, nadie interviene. Si una mujer es acusada de adulterio puede ser lapidada.

Sunita Nasir, presidenta de la Asociación de Mujeres Afganas en España (AME), dice que antes del régimen talibán había 4 millones de niñas escolarizadas, ahora la educación secundaria y universitaria está prohibida para ellas. Algunas resisten en escuelas clandestinas. Se ha prohibido que la voz de la mujer se pueda escuchar en público.

Pese a que la comunidad internacional conoce plenamente la difícil situación de las mujeres afganas y la urgente necesidad de apoyarlas, no solo ha optado por el silencio sino que, como mera espectadora, permite que la violencia continúe. En efecto, el mundo las ha relegado al olvido. No podemos callar antes este terrible apartheid de género.