La actitud de la ONU ante el cambio climático es una mierda. Lo afirmaba sin despeinarse la melena de nieve Donald Shuterland antes de recoger anoche el Premio Donostia del Zinemaldi. 84 años, algo de perspectiva tiene la leyenda canadiense. Descendiendo un peldaño hasta el nivel nación y viendo la escasa eficiencia de los partidos españoles para alumbrar coalición, se hace peregrino imaginarlos pariendo todo un pacto de Estado sobre el clima. Algo así venía a decir Javier Bardem mientras presentaba en el festival un documental que apoya la creación de un santuario antártico, el mayor refugio del mundo para 9.000 especies marinas al que no podrían lanzar red ni hincar arpón las manadas de pesqueros industriales que rastrillan todo océano. Tres millones de firmas lo apoyan. Falta la decisión política. Ayer el Parlamento Vasco declaraba el estado de emergencia climática, que será algo gaseoso hasta que se aprueben presupuestos y plazos para acciones concretas. Otro peldaño más abajo, en el de la sociedad civil, se encuentra Greta Thunberg. La ya menos adolescente que icono planetario fumigaba estos días a los líderes internacionales con una pregunta retórica, “¿cómo os atrevéis?”. Les acusa de robar sueños y futuro a su generación, “deberíamos estar en el colegio, no manifestándonos”. Hace un mes, mientras la Amazonia ardía, el símbolo que es Greta atracaba en el puerto de Nueva York escoltada por otros 17 símbolos, barcos que representaban los objetivos de desarrollo sostenible para 2030 de esa misma ONU que Sutherland reducía a boñiga. Todo ocurre al mismo tiempo y forma parte de lo mismo. La alfombra roja, el cine, la sequía, los refugiados, los incendios, el deshielo, la huelga mundial de hoy. La vida. Eso que ocurre entre actualización y actualización de Instagram.