Pablo Casado se acercó en julio a la “plaza mayor” de Pamplona a soltar declaraciones y fue increpado por varios vecinos, situación incómoda que, sin duda, no le ocurrirá a ningún político si chupa cámara en el cogollo de cualquier otro jolgorio patronal. Supongo que Rufián, Sánchez, Iñarritu, Anasagasti e Iglesias pueden presentarse en la plaza consistorial de Ceuta, en sus muy loadas fiestas, y vender recetas sin que nadie les moleste. O en la plaza del Castillo de Zaragoza.

El muchacho ha descrito su visita con tintes heroicos y ha contado al mundo que aquí se sintió como “en la Varsovia donde no podías salir de sus calles”. Vean el vídeo -gracias, Xabier- y juzguen. Y ya de paso recuerden el gueto polaco, plaza menor donde encerraron a 400.000 personas en 3,5 km2, de las que 300.000 murieron en los campos de exterminio y 92.000 de hambre y enfermedades. El líder del PP se sintió igual después del vermú y antes de la corrida. Confundió un palo de sombrilla con una ducha de la cámara de gas.

No le negaré yo el derecho a pasear su sonrisa donde le plazca, y tampoco quitaré importancia a las miradas de odio y los exabruptos etílicos: los conozco de primera mano. Ahora bien, mentir de ese modo no es sólo un insulto a la inteligencia del prójimo y a la hemeroteca. Pues, aun tapando las cenizas de Treblinka y Madjanek, no cabe olvidar que, entre nosotros, durante años, sí hubo gente atosigada, perseguida, amenazada, asesinada, que no se merece esa ruin trivialización de su dolor. Si esa rueda de prensa ante el ayuntamiento fue Varsovia, ¿qué topónimo queda para el calvario de Miguel Ángel Blanco?