ste domingo la calle se veía diferente desde la terraza y eran los niños los artífices del cambio. Parecía más primavera, los mayores estaban ahí con pinta de sobrar, garantes de algo pero más público que protagonistas. No sé si visto esa cierta exageración de irse a los mismos sitios que se ha dado en algunos sitios (y que ha sido adecuadamente amplificada por gente siempre tan atenta a estas cosas y no a otras) se va a volver a confinar a todo el mundo, aunque es entendible que para ir volviendo a la calle se establezcan algunas nuevas reglas. Hay que volver a empezar la vida ahí fuera, intentando que la mayor interacción de las personas no haga volver a disparar los contagios. Además no sabemos aún si habrá que reiniciar contenciones y aislamientos sociales de nuevo, o de forma casi periódica durante un tiempo.

Lo que está claro es que lo llevaremos mal. Porque nos gusta, o acaso necesitamos, estar siempre un poco más allá del límite permitido, como los niños, explorando qué pasaría si... Y el choteo consiguiente. ¿Recordáis en el día cero de la alerta la que se montó en minutos con lo de que las peluquerías iban a seguir abiertas? Somos un país de graciosetes, sacándole punta a todo y poniendo siempre el pie en la línea que indica que no se puede pasar... Por supuesto es más fácil poner a la autoridad con la porra a controlar el movimiento sísmico (el chiste de tiempos de Franco), pero nos queda por explorar otros métodos más basados en el respeto y la solidaridad. Mejor que explorar los límites de los derechos humanos. Ay. También les va a tocar volver a empezar a recordar que las libertades no son las enemigas de la salud, y que el compromiso entre la seguridad y los derechos debe ser amplio siempre en la segunda parte y razonada en la primera.