De las tres acepciones que recoge la RAE para la voz decencia: a) Aseo, compostura y adorno correspondiente a cada persona o cosa; b) Recato, honestidad, modestia y c) Dignidad en los actos y en las palabras, conforme al estado o calidad de las personas, las patatas bravas del otro día en un establecimiento nuevo del Soto, clavaron las tres. Fueron acordes todas y cada una. Comimos unas patatas bravas decentes, que hablaban bien de sí mismas, del producto elegido, de su calidad, su aspecto y su textura. También lo hacían de su compostura, en singular, acertada y una sola, ni refritas ni recalentadas ni cercanas a la fosilización y duras como para amenazar empastes, ni quemadas y por lo tanto peligrosas para la salud, repulsivas al gusto y a la vista e instigadoras de malos sentimientos contra las personas que las han gestionado una y otra vez yendo y viniendo de la barra al microondas y del microondas a la barra según suele ser deducible catando la primera. En consecuencia, dichas patatas, que espero volver a comer, hablaron bien de las personas que las decidieron, las cocinaron y las sirvieron. Dijeron que piensan que las demás son personas que se merecen respeto. Si me dejo llevar por el rapto momentáneo puedo acabar diciendo algo así como dejemos hablar a las patatas y puede sonar enajenadillo. Pero es así y así de simple.

Como nos gustan las patatas bravas solemos pedir. Y muy muy pocas veces el resultado es satisfactorio. Ahora mismo, me sobran dedos de una mano para señalar establecimientos. A mí me parece una indecencia que sea norma habitual servir a precio de elaboraciones decentes algunos cochochos y comistrajos. Lo dicho, buena andadura a ese nuevo local, muy rica su salsa renovada, pero sobre todo, sus patatas decentes.