en estos días de tanta carga política, como debe ser, por supuesto, ya que nos estamos jugando para cuatro años o más el devenir de la cosa pública, o sea la de todos y todas, reconforta y te reconcilia con el ser humano ver gestos que te resituan en la realidad de lo cotidiano más atroz. Que una joven de 14 años con una preciosa melena te diga agarrándose a su larga y frondosa coleta que se va cortar 20 centímetros de pelo y lo va a donar para que hagan pelucas que utilizarán enfermas y enfermos oncológicos, es fantástico. Que recuerdes que otras chicas, parientes de ésta incluidas, lo hicieron antes y que sea un tema de conversación y de compromiso juvenil en estos tiempos que corren, es una grata noticia. Comprobar que Adona sigue celebrando multitudinarios reconocimientos para agradecer la donación de sangre es gratificante, como también es ilusionante que dé un toque para que entre juevintxo y juevintxo el mundo universitario sea capaz de tumbarse en la camilla y extender el brazo. Es igualmente agradable asistir al espectáculo en una mañana dominical de calles llenas de camisetas rosas o verdes que recaudan fondos para ayudar a costear la investigación del cáncer. Es plausible comprobar la profesionalidad de nuestros sanitarios y sanitarias que echan el resto.

Y todo porque la realidad está ahí. Cuando una persona muy querida está afrontando el tratamiento de rigor, cuando nada más salir del portal te encuentras a una pareja amiga y te dice: “aquí estamos, entre quimio y quimio...”, cuando ves al valiente del barrio que en cuanto su cuerpo se lo permite baja a la cervecita siempre muy bien acompañado, cuando la pena te emborrona la vista por la reciente pérdida de una hermana, cuando, cuando, cuando... En todas las familias hay una persona pasando ese trance o parecido y por eso reconforta que una joven de 14 años y sus amigas arranquen las vacaciones cortándose la coleta para esto.