A Javier Esparza no le vendría mal ponerse frente al espejo. O quizá le convendría más repasar el vídeo del pleno del Parlamento de este jueves en el que tilda de "macarra del tres al cuarto" a Ramón Alzórriz y reflexionar sobre quién encajaría mejor en esta definición. La RAE recoge tres acepciones de este término. Las dos primeras aluden al caso de una persona "agresiva, achulada o vulgar y de mal gusto". Cabe deducir que el presidente de UPN estaba pensando en estas definiciones cuando insultó al portavoz del PSN, y no en la tercera, que el diccionario reserva para el "hombre dedicado al tráfico de la prostitución".

Sea como fuere, la descalificación del líder de la oposición quedó un tanto fuera de lugar. No solo por lo inhabitual que resulta el insulto en sede parlamentaria, sino porque ni siquiera existía un ambiente lo suficientemente tenso como para dar lugar a dicho improperio. Alzórriz había acusado a Navarra Suma de atacar al Gobierno "de manera ruin", de querer "aglutinar el voto de Vox", de "haber perdido sus principios y valores" y de hacer una oposición de "bajeza ética y moral", pero sin entrar en cuestiones personales.

Nada que se salga de la normalidad dentro de cualquier debate en la Cámara foral, donde en la presente legislatura el tono más gritón e incluso agresivo lo acostumbra a poner precisamente quien advirtió a Alzórriz de que "tenga claro" que no le va a callar ni "marcar el camino ningún macarra del tres al cuarto, por muy parlamentario que sea". Más allá de que parece evidente de que si algo sonó faltón en el pleno fueron las palabras de Esparza, recurrir a la descalificación personal o al insulto suele ser síntoma de falta de argumentos y, eso en política, como en cualquier otra actividad, es cuando menos preocupante.