l Sáhara Occidental está viviendo en los últimos días su mayor momento de tensión de los últimos treinta años, cuando finalizó la guerra librada entre 1975 y 1991 y se firmó el alto el fuego entre el Frente Polisario y Marruecos. Una situación que se vive con preocupación y solidaridad desde Navarra, comunidad con una larga y profunda relación tanto a nivel de sociedad civil (ONG) como de posicionamientos del Parlamento con el pueblo saharaui. La última escalada de este largo conflicto larvado durante décadas surge del inicio de protestas por parte de ciudadanos saharauis y tiene su apogeo el pasado 21 de octubre con el bloqueo por parte de varios civiles del paso fronterizo de Guergueratat, territorio bajo control de la República Árabe Saharaui Democrática (RASD). El ataque llevado a cabo por el Ejército marroquí, cuyas unidades militares cruzaron la línea divisoria con el objetivo de romper ese bloqueo pacífico, ha llevado al Frente Polisario a considerar roto el alto el fuego y a declarar el estado de guerra contra Marruecos. La dimensión real de los enfrentamientos y choques que se han llevado a cabo es, a día de hoy, difícilmente evaluable. Mientras el Polisario asegura que sus unidades han atacado diversas bases de la armada alauí y han causado "bajas mortales", Marruecos minimiza los ataques calificándolos de simples "hostigamientos" y "provocaciones". Más allá del alcance de estos enfrentamientos, es deseable e imprescindible su cese inmediato, tal y como han solicitado tanto la ONU como la Unión Europea, de manera que se pueda evitar una escalada aún mayor e irreversible de la violencia y se regrese al al alto el fuego. El recrudecimiento del conflicto era y es un escenario tan temido como previsible, y en consecuencia evitable, habida cuenta del incumplimiento de las bases fijadas para su resolución. Han transcurrido ya 29 años del esperanzador alto el fuego entre las partes y 31 de la firma del Plan de Arreglo de 1988 en el que se acordó la organización por parte de la ONU de un referéndum de autodeterminación. No es, por tanto, falta de una paciencia en cualquier caso finita lo que puede achacarse el pueblo saharaui, prácticamente abandonado a su suerte por la comunidad internacional. Es el momento de los compromisos reales, tanto por parte de la ONU como de la UE, y en especial de España, para encarrilar un conflicto enquistado pero cuya resolución democrática y respetuosa con los derechos humanos está perfectamente fijada: Un referéndum en el que el pueblo saharaui decida libremente su futuro.