Hay una imagen especialmente triste y decadente después de unas elecciones. Lo pienso estos días mientras observo la ciudad de Iruña preparándose para una nueva cita electoral. Es la imagen de los candidatos o candidatas de los partidos de las pasadas elecciones generales, que durante los días siguientes, con los resultados ya en la mano, siguen colgados de las farolas o pegados a las vallas publicitarias. Esas miradas ya a ninguna parte, sonrisas sin efecto, fotografías que se van despegando, cayendo... mensajes sin sentido leídos fuera de su contexto que en la mayoría lanzaban una victoria que ya no se dará. Me recuerdan a otras imágenes fuera del tiempo. Esos restos de disfraces que regresan a casa en la mañana de Año Nuevo, como parte de un naufragio, arrastrando lo que fueron horas antes y sabiendo que ya no serán lo que pretendían cuando la Nochevieja se abría como escenario inabarcable; o los y las valientes que siguen de blanco y rojo al amanecer del 15 de julio, ya fuera de la fiesta, resistiéndose a dejar de vivir en la euforia sanferminera, como flores de otro mundo. Nuevos rostros ocupan ya las farolas y los espacios públicos, nuevas promesas electorales, atrevidos mensajes y muy buenas caras e intenciones. Todas y todos se ven ganadores en esos poses; es la publicidad electoral con fecha de caducidad: el 26-M. Luego, quedarán fuera del tiempo.