Llevo más de 20 años trabajando como director de la Escuela Taller de Construcción-Rehabilitación del Ayuntamiento de Pamplona. Durante este tiempo han pasado por nuestro centro de formación más de 800 jóvenes que iniciaban el curso sin hábitos de trabajo y sin saber un oficio previo; muchos/as se encontraban en riesgo de exclusión social y con una pesada mochila emocional a sus espaldas llena de situaciones difíciles, duras en muchas ocasiones, que hacía que estuvieran paralizados/as.

He vivido multitud de experiencias con estos/as jóvenes, algunas muy tensas, otras maravillosas. Todas han supuesto un cambio en ellos y ellas y ese es el verdadero acicate motivador que nos impulsa día a día a todo el equipo que formamos y hemos formado este programa.

Recuerdo aquel joven con aspecto duro. ¡Cómo marcaba su espacio con una rudeza impostada que daba el pego! Un chaval al que le empezó a gustar el oficio, pero que encontraba grandes dificultades para resolver sus conflictos. Sus reacciones estaban motivadas por la tensión permanente que vivía en casa y que no sabía solucionar, ni tenía a quién contar. Era una víctima de su propia situación y de su entorno familiar. Aquel joven le dio la vuelta, enfocó sus problemas desde otro punto de vista y se volcó en la formación. Acabó brillantemente la Escuela Taller; de hecho, fue uno de los pilares de su grupo y hoy en día está trabajando en una empresa del sector y viviendo de su trabajo sin depender ya de su familia.

O aquel joven que en una tutoría individual nos comentó que era el único de su entorno que tenía interés e inquietud por formarse. Reforzamos su estancia en la Escuela Taller animándole a que si finalizaba su formación tendría posibilidades de conseguir un puesto de trabajo y podría ser, asimismo, un referente para otros jóvenes como él. Así fue; se convirtió en uno de los mejores alumnos y en un magnífico trabajador.

No se me olvidará aquel padre que entró un día en mi despacho y me dijo, emocionado, que habíamos cambiado al chaval. La relación del hijo con el padre y la madre se había tensado tanto que se había cortado la comunicación. Tras varios meses de estancia en la Escuela Taller, el chico había empezado a contarle a él, durante el trayecto de vuelta a casa, los trabajos que estaba haciendo en el taller, lo orgulloso que se sentía (ni qué decir su padre). Ese inicio rompió el silencio en casa y empezó a hablar con su madre. Aquel padre lloraba de satisfacción.

Y como estos ejemplos, muchas otras situaciones vividas han sido igual de intensas. Es la magia de estos programas, en los que se vive la transformación de la persona, especialmente de aquellas a las que la vida no ha tratado bien. Porque, aunque la sociedad vaya cambiando, vaya evolucionando, vaya incorporando nuevos procesos y nuevas tecnologías, del mismo modo va dejando un reguero de personas que no pueden seguir ese ritmo cambiante; personas jóvenes con dificultades para adaptarse a estas nuevas exigencias.

Personas que poco a poco se van apartando o se ven apartadas sin contemplaciones hasta que se salen de todo: del sistema educativo, del mundo laboral, de la socialización, quedando relegadas a su ámbito familiar, a su barrio, a su calle, a su bajera. Son entornos que protegen pero que a la vez encierran, porque todo lo que se convierte en endogámico acaba tensionando las relaciones y aislando cada vez más al individuo.

Son jóvenes que a medida que van cumpliendo años no solo carecen de una formación que les posibilite una salida laboral, sino que acaban por perder esos hábitos personales y sociales que les ayudan a buscar alternativas. Jóvenes que sienten que su tren de oportunidades ya pasó encontrándose perdidos en una estación vacía, abandonada.

Jóvenes de nuestra ciudad, de nuestra comarca, para quienes la Escuela Taller es esa estación intermodal llena de pasajeros como ellos, con maestros de estación y guías que les orientan destinos, que les ilusionan por emprender de nuevo un viaje de vida y que les acompañan a entrar a ese vagón que es la esperanza que les llevará a su independencia personal. Éste es el verdadero aprendizaje, el que les prepara para la vida.

El autor es director del Centro de Formación para el Empleo Landaben / Landaben Enplegurako Prestakuntza Zentroko zuzendaria