Colocaron en mi barrio unos días antes del encendido navideño una figura de estas gigante hecha de una estructura metálica rodeada de luces por todas partes y lo primero que sentí fue preocupación: a ver cuánto dura, pensé lo primero. Por ahora, está durando y la verdad es que en un barrio bastante oscuro y con pocas luces, ahora, que oscurece tan pronto, un artefacto así no te digo que te alegre la vida pero está bien. No han debido correr tanta suerte algunas otras instalaciones similares, como una que fue quemada el día anterior al encendido navideño y que ya está arreglada, o la de Carlos III, así como alguna otra.

A ver cómo lo digo: a esta gente que vandaliza la ciudad así por que sí, sin más motivación que joder y destruir, por puro capricho, alguna clase de castigo bien que les vendría. Sí, ya sé que ha comentado la alcaldesa Ibarrola que si se identifica a alguien se sancionará conforme a la ordenanza y además se les hará pagar los desperfectos, pero yo iría más allá. Tendría que haber un apartado en la ordenanza que incluyera hacer trabajos por la comunidad.

Limpieza, pintura, montaje. Lo que sea. A ti o a mí puede que no nos guste nada tal cosa o incluso que nos parezca un horror o un gasto innecesario, pero no podemos ir andando por ahí jodiendo lo primero que se nos cruza delante, como cuando se masacró el mural que varias artistas pintaron en el parque entre Lezkairu y Mendillorri. Todos intuimos que hay una determinada edad –de unos muy pocos, que acaban manchando la imagen de todo el colectivo– para estas cosas salidas del tiesto, ante las cuales al final seguro que habrá que acabar vallando las figuras, pero no es menos cierto que precisamente por eso introducir en la ordenanza castigos pelín ejemplarizantes no estaría de más, porque al final la sensación es que no se avanza un metro y cada año es lo mismo con mobiliario urbano, etc, etc.