Quedaban tan pocas experiencias por vivir, que el verano solo podía aspirar a ser eso, el final de una ecuación sometida a un intenso barbecho. En cambio, para otra gente, la que engrosa las estadísticas de la vergüenza: el paro, la pobreza, la soledad o la apatía por vivir, el verano era tan solo un viaje alrededor de la resignación.

Xabi Galarga, un amigo de la infancia, está a medio camino entre unos y otros. Ahora está en el paro, así que entra y sale de las estadísticas como por su casa. No vive mal pero digamos que su vida es un ocaso sostenido. El otro día me contó su veraneo. Como su vida no puede exponerse a riesgos vertiginosos, planificó un viaje lejos de las aglomeraciones, por esos lugares vacíos o vaciados que tan de moda se han puesto y que te abren las exclusas de la nostalgia. Dice que llegó a uno con la intención de pasar unos días pero aquello era un sindios de terrazas, multitudes y actividades neorurales: cursos de ordeño, de apicultura, paseos en burro y hasta visitas guiadas por campos de antiguas trillas y eras. Vamos, que fue llegar y cansarse de aquel vacío tan lleno de todo. Asustado, recalculó otras rutas donde el silencio fuera total. A Xabi le atraen los cementerios. Dice que los frecuenta por si algunos muertos que le gustaron en vida no estuvieran tan muertos como pareciera. Y se fue en busca de algunos. Llegó al de Burdeos, donde está enterrada Flora Tristán, marxista antes que Marx, luego visitó el cementerio de Portbou, donde yace Walter Benjamín, ese pensador inmenso que prefirió suicidarse antes que caer en manos de los nazis. Quiso cerrar el periplo veraniego en Santa Fe de la Segarra, una diminuta aldea de Lleida donde está enterrada la agente literaria más internacional, la catalana Carmen Balcells

¿Disfrutaste? Le pregunté. Con ironía me contestó que sí, porque es un destino del que nadie se va a librar.