La historia de François Beoringyan no es muy diferente a la de otros inmigrantes. Familias que se marchan de sus lugares de origen en busca de una vida mejor. Y en su caso, esa vida la encontró en Francia, donde se crió y donde descubrió su pasión por el atletismo.

El primero en coger las maletas y dejar la República del Chad, país del centro de África, fue su padre. En 1978 viajó a París con una beca para finalizar sus estudios de Enfermería. La idea era regresar junto a su familia, “pero al llegar allí se dio cuenta de que había más oportunidades para sus hijos”, recuerda François. Con sólo 4 años, acabó por desplazarse al país europeo, donde creció y estudió.

El camino no fue fácil. Su madre falleció al dar a luz a la hermana pequeña y su padre tuvo que hacerse cargo en solitario de sus cinco hijos, dos chicos y tres chicas, lejos de su tierra. François era el penúltimo de ellos. Un duro golpe. “Te lo replanteas todo, es algo que tienes que asimilar. Pero ya habíamos empezado a estudiar allí y mi padre consideró que había que mantener el plan. Él tuvo la suerte de poder estudiar”, recuerda.

El atletismo se cruzó entonces en su vida. Sin pretenderlo. Tenía 9 años y uno de sus hermanos había empezado a practicarlo. También un amigo. En aquel momento, vivía junto a un polideportivo y el pequeño François veía “cómo pasaban corriendo por debajo de mi ventana”. Le animaron a apuntarse, a que probase eso del atletismo y una vez empezó “fue un no parar”. Estaba “cómodo, a gusto”.

Rememora con nostalgia aquellos años en los que “salíamos a rodar todos juntos” por las calles y más tarde en el polideportivo “pasábamos por todas las pruebas de manera libre”. Se atrevió con todo. Con las vallas, la pértiga, la longitud, el cross... Pero si hubo una prueba en la que despuntó fue la altura, donde destacaba cada fin de semana. “Elegí la altura, pero era muy completo, la verdad. Ahora, si volviera a nacer, haría combinadas”, constata.

Poco intuía entonces que el deporte se iba a convertir en el centro de su vida personal y profesional. No dejó de estudiar y más adelante cursó una FP de Contabilidad, pero se vio “perdido”. Posteriormente estudió Marketing, hasta que se enteró de que había una carrera relacionada con el deporte que era INEF. El primer año no pudo acceder a ella, “porque había pocas plazas”, pero sí consiguió entrar al siguiente. Allí, en la Universidad de París, se formó en su gran pasión.

Sin embargo, no todo era estudios y deporte. François Beoringyan –que habla castellano, francés e inglés– creció en el París de los años 80, donde pegaba con fuerza el hip-hop y una de sus disciplinas relacionadas, el grafiti. El ahora entrenador de atletismo se sumergió en este movimiento, Swan (cisne) era su firma, y desde entonces este mote le persigue. Tanto es así que hoy en día lidera lo que se conoce como el Swan Team, donde sus atletas, sus deportistas, sus pupilos son su gran equipo.

Aunque finalmente apartó el grafiti de su vida, entre otras razones porque “el Gobierno francés dio bastante guerra con este tema”, algo que no ha dejado de acompañarle en su vida es la música. “Yo soy cien por cien hip-hop”, dice con orgullo. “Tengo un abanico más amplio, puesto que al haber nacido en los años 70 escuchas de todo, pero el rap ocupa el 90% de mis listas de música”, revela.

Una chica de Navarra se cruzó en su camino y acabó por venir a Pamplona en 2002. “En aquella época, el presidente era Juan Carlos Razquin, junto a Francis Hernández. Me presenté a7llí y me dijeron que, con el nivel que tenía, quizás estaba un poco por encima de sus posibilidades. Pero les comenté que yo quería trabajar y ya está. Me comentaron que estaba la escuela de atletismo y mi adaptación fue muy rápida, muy fácil”, recuerda.

Desde entonces, a base de trabajo, François Beoringyan se ha convertido en uno de los mejores entrenadores de atletismo. Y aún le quedan muchos capítulos por escribir en este deporte.