Cuando sólo tenía 17 años y estudiaba 2º de Bachiller en Zizur Mayor, Antonio Bazán se marchaba del instituto para subirse a un autobús y poner rumbo a Barcelona. El Helvetia Anaitasuna jugaba en el Palau y en esa expedición, con su rostro aún aniñado y aparato en los dientes, viajaba el pivote navarro con una mezcla de emoción, nervios e ilusión. Era el 15 de octubre de 2013, su equipo perdió por 34-23 ante el Barça, pero Bazán siempre recordará esa fecha como la de su debut en la máxima categoría del balonmano, enfrentándose a algunos de los mejores jugadores del mundo e incluso con el atrevimiento de marcar un gol.

Ahora, diez años después, la vida le ha cambiado por completo. A sus 27 años es uno de los veteranos del equipo, indiscutible sobre la pista, vivaz desde los seis metros, baluarte defensivo, seña de identidad del club y capitán con todas las letras. Antonio Bazán se ha ganado con creces el portar el brazalete y aunque reconoce que todavía se “despista” y hay veces que espera que sea Carlos Chocarro el que grite el inconfundible Gora Anaita!, se siente inmensamente “orgulloso” de ser la voz de los jugadores en el vestuario.

El pivote zizurtarra, espejo y ejemplo dentro y fuera de la pista, echa la mirada atrás en esta entrevista y habla de su vida como jugador y como médico residente de tercer año en el Hospital Universitario de Navarra, donde ejerce la especialidad en Medicina Física y Rehabilitación.

Primer partido de Bazán como capitán

Primer partido de Bazán como capitán en casa Beatriz Equísoain

Diez años en la elite y lo celebra como capitán del equipo. ¿Se lo imaginó alguna vez?

–No, para nada. Cuando llegué al equipo, ni siquiera me lo planteaba. Yo creo que ni siquiera se me pasaba por la cabeza jugar tantos años. Poco a poco fui cogiendo continuidad, confianza, uniéndome más al club, evidentemente, y tomándole más cariño. Ahora, después de llegar a este punto y de valorarlo todo, lo que siento es orgullo. Es algo que llevo bien.

Con naturalidad.

–Así es. Aunque después de haber tenido de capitanes a Miguel (Goñi) y a Txoko (Carlos Chocarro), a veces se les echa en falta. Ahora valoras cosas que antes, igual, no valorabas. O no tanto.

¿Sobre cómo manejar ciertas situaciones, por ejemplo?

–Sí. Ciertas situaciones o ciertos contextos. Creo que tiene mucho mérito todo lo que han hecho estos años. El cómo se lo han currado y lo han dado todo por el club.

¿Qué recuerda de aquel 15 de octubre en el Palau en el que se estrenó en la categoría?

–Yo creo que era el partido fácil para debutar. Había estado convocado antes, contra el Huesca, pero no había jugado. Fue con Aitor Etxaburu como entrenador y recuerdo que estaba con muchas ganas. Estudiaba por entonces 2º de Bachiller y ese día tuve que salir antes del instituto para ir a Barcelona. Con emoción y con nervios. Cuando Etxaburu se dirigió al banquillo y me dijo que saliera pensé: ‘Ay, Dios’. Estaba flipando. Pero fue una experiencia muy chula. Además, jugar contra Karabatic, Sterbik, Gurbindo... Yo los veía en la televisión y para mí eran los mejores del mundo. Así que me sentí muy contento por la oportunidad.

Dice que tuvo que salir del instituto para ir a jugar. ¿Se acuerda de lo que le dijeron sus compañeros?

–Casi estaban más emocionados mis amigos que yo (se ríe). Les hizo mucha ilusión y me desearon suerte, cosa que agradezco. Al final ves que la gente se alegra por ti y que te tiene aprecio.

Qué bueno es estar en esos momentos rodeado de personas que verdaderamente se ponen contentas por lo que le pasa a uno...

–Es una gozada ver que se alegran por ti de manera desinteresada cuando las cosas van bien. E incluso te apoyan y te escriben palabras de ánimo cuando las cosas no van tan bien, como ocurrió la temporada pasada. Yo lo valoro mucho, porque al final la gente está sacando tiempo para mandarte un mensaje y no tendría por qué hacerlo. 

¿Tiene guardado algún consejo que le dieran aquel día?

–Por aquel entonces, Álex Garza y Ricard Reig, con los que compartía posición, siempre estaban muy pendientes de ayudarme y de darme consejos. Al igual que Txoko, Miguel e Ibai (Meoki). Recuerdo que ellos me iban diciendo qué cosas hacer o cómo actuar. Para mí era todo nuevo. Yo no conocía cómo funcionaba un equipo así. Y sí que estuvieron muy pendientes, tanto aquella vez como en otras ocasiones.

Bazán, junto al palco presidencial de La Catedral. Oskar Montero

Ya ha llovido desde entonces...

–Mucho. Ahora lo recuerdo con cariño.

En esta década el equipo se ha consolidado en la Asobal, ha jugado tres veces en Europa, ha sido subcampeón de la Copa del Rey... ¿Cómo ha vivido todos estos pasos que se han ido dando?

–Aquellos años fueron muy chulos. Cuando nos juntamos varios de los que coincidimos, los recordamos con mucho cariño. Eran años en los que jugamos muy bien. Tenías presión, pero era por competir y estar ahí arriba. Salían las cosas bien y viajábamos por Europa, que era algo que nos pillaba a casi todos nuevos. Alguno había jugado, pero la mayoría no. Hicimos un gran grupo. Al final fueron años de muchos cambios, pero yo donde he notado sobre todo esos cambios ha sido en la base, en cuanto a la estructura y el crecimiento. Es increíble los resultados que se dan temporada tras temporada, la gente que sale, y el nivel de exigencia en la cantera, que es muy alto. En cuanto a formación se está haciendo un trabajo muy grande, que antes también se hacía, pero quizás los resultados se están viendo más ahora.

Anaitasuna siempre ha sido un club de cantera. Eso tiene que ser un orgullo para los jugadores de aquí.

–Cuando ves a gente que debuta, lo hace muy bien y está metida en el equipo con confianza, hace ilusión. El Primera Nacional de Anaitasuna lleva unas temporadas escandalosas, a nivel de resultados y de juego. Renovando jugadores y subiéndolos al primer equipo. Esos son los que luego nos ayudan a nosotros a entrenar bien en el día a día y si por necesidades o apuesta del club suben ya asiduamente, es que están cumpliendo con creces.

Ahora es el capitán y para el club siempre ha sido un ejemplo tanto dentro como fuera de la pista. ¿Cómo lleva todas las alabanzas y halagos que recibe?

–A mí me hace ilusión oírlos, sobre todo porque crees que la gente lo dice de verdad. Pero, bueno... Yo soy como soy. Por la educación que he tenido en casa, a mí me enseñaron siempre a tratar bien a la gente que me rodea, a quien se interesa por mí, a la que me enseña... Devolver todo ello con amabilidad, con simpatía y con empatía. Desde el momento en el que llegué se me ha tratado muy bien y sólo puedo intentar devolverlo de igual forma. Así es como me educaron en mi casa. La verdad es que me pongo un poco nervioso diciendo todo esto... (se ruboriza).

Lo sé. Una de sus características es la humildad.

–(Sonríe). Bueno, también es un perfil que está presente en el equipo. Me refiero a que hay buena gente. En los últimos años ha habido un vestuario muy bueno y no creo que sea casualidad. Con gente tan implicada que da gusto trabajar con ella. Eso creo que es labor también del cuerpo técnico, de los capitanes que hasta ahora han estado en la plantilla, de la directiva y de todos los que nos rodean.

“Por la educación que he tenido en casa, a mí me enseñaron siempre a tratar bien a la gente que me rodea”

Su personalidad al final la plasma en su nuevo papel. ¿Cómo le gustaría ser recordado como capitán?

–Me gustaría que se me recordase, en general, como alguien que estuvo implicado con el club, con Anaitasuna, y que trató de hacerlo lo mejor posible siempre que pudo. Haciendo las cosas de corazón. Para mí, una de las peores sensaciones es perder un partido por no haber hecho todo lo que estaba en mi mano. Me parece horrible, en el balonmano y en la vida. Sé que no voy a ser el mejor jugador del mundo, pero al menos lo que haga, quiero hacerlo bien siempre. 

Me da la sensación que, tal y como es, si algún compañero tiene un error en la pista le anima, más que opta por regañarle.

–Bueno, hay días en los que soy más vinagre (se ríe). Que lo estoy contando todo muy bonito y a veces no es así. En esos días también hago autocrítica y acabo diciendo, ¿por qué me he enfadado aquí tanto?

En estos años le hemos visto crecer, estudiar una carrera como Medicina, licenciarse, hacer el MIR, ser médico residente... ¿Cómo le ha dado la vida para todo?

–En la carrera tenía un programa para deportistas y ahí me permitían cambiar exámenes o prácticas. Sobre todo en esos años que jugamos en Europa, que falté mucho, me permitieron apañarlo. Me han dado muchas facilidades. Además, ni entrenadores, ni cuerpo técnico ni club me han puesto nunca ningún problema. Más tarde, decidí estudiar el MIR con una academia on-line y durante la evaluación iba bastante regular preparándolo. Pero a partir de Navidades, justo cuando me rompí el esternón, tuve un par de semanas para remontar y mejoré los números. Luego ya fue el examen. Y con el tema de la residencia, al hacer la especialidad de Rehabilitación, tengo algo más de flexibilidad para las guardias y eso también me ayuda. Tengo facilidad para cambiar guardias y mis compañeros también me comprenden. Al final, poder compaginarlo ha sido posible porque la gente me ha ayudado.

¿También habrá aportado lo suyo, organizándose y demás?

–Sí. Como en todo, al final renuncias a cosas, y hay que asumir que va a haber momentos en los que no te apetece estudiar, pero tienes que hacerlo como sea.

A eso se le llama disciplina.

–Eso es. Y saber que el objetivo final merece la pena.

De hecho, cuando le tocaba jugar en Europa, siempre aprovechaba para sacar los apuntes y estudiar en el avión.

–Sí. Me acuerdo de estar en Hungría con Etxebe (Xabier Etxeberria), que él estaba estudiando la carrera de Ciencias de la Actividad Física y del Deporte, y en el autobús ponernos los dos a repasar. Nos poníamos en una esquina y repasábamos mentalmente. O con la linterna del móvil, porque no había luz, mirando los apuntes. Había más jugadores estudiando y al final hicimos grupo.

¿En alguna guardia, en el hospital, le ha llegado a reconocer alguien?

–Sí (se ríe). Alguna vez en urgencias, algún niño me ha pedido un autógrafo y yo con una vergüenza terrible, no sabía ni dónde meterme. Pero me hace gracia también.

¿Dónde se ve de aquí a diez años?

–Buah... Me parece algo muy complicado de saber. Lo que tengo claro es que me gustaría en un futuro vivir aquí. En Pamplona, alrededores... Me encanta la vida en Navarra. Aquí están mi familia y mis amigos, y considero que se vive de forma espectacular. 

“En urgencias algún niño me ha pedido un autógrafo. Me da vergüenza, pero me hace gracia también”

Seguro que en este tiempo ha tenido oportunidades de cambiar de ciudad, con alguna oferta deportiva...

–Sí, alguna vez sí. Pero al final pones la balanza con lo que tienes aquí y con lo de fuera y me he quedado con lo primero. Son decisiones que tomamos en la vida. Preferí quedarme y no me arrepiento para nada. Todo lo contrario. Estoy contento y feliz. No sé qué habría pasado si me hubiese ido, pero desde luego que no me arrepiento para nada.

¿Y si alguna vez la decisión pasa por elegir entre el balonmano y la medicina?

–Todavía no ha llegado ese momento. Ambas cosas las compagino bien, me llenan mucho y me siento muy afortunado de que sea así. La residencia tengo que terminarla sí o sí. Porque si no, perdería todos los años que he trabajado y la formación que he recibido. Eso es algo que tengo claro que voy a finalizar. Si en algún momento hay alguna incompatibilidad o lo que sea, primará la residencia hasta que acabe. Luego ya veré qué pasa. Pero es algo que de momento no se ha dado.

Pues mientras a disfrutar de la medicina, del balonmano y de ser capitán de Anaitasuna.

–Eso es. Ahora a disfrutar de la temporada, ir poco a poco y a por ello.