El discurso de Chris Froome (20 de mayo de 1985, Nairobi, Kenia) repleto de esperanza, ilusión y expectativas, choca irremediablemente con la realidad. El día en el que se estrelló contra un muro en el Dauphiné de 2019 a 55 kilómetros por hora mientras reconocía el recorrido de una crono, pereció el campeón que buscaba la quinta corona del Tour. Vencedor en 2013, 2015, 2016 y 2017, segundo en 2012 y tercero en 2018, el británico emprendió otra carrera para reconstruirse físicamente.

La moral siempre la alimentó con entusiasmo. No desfalleció mentalmente. Optimista, Froome llegó a pensar que con una exhaustiva recuperación volvería sobre sus pasos y podría optar a cincelar su nombre en el frontispicio del Tour al lado de Anquetil, Merckx, Hinault e Indurain, los reyes de los cinco laureles. Froome, quebrado el cuerpo tras el brutal impacto con aquel muro maldito, se conjuró que volvería. Lo enfatizó con palabras.

A la creencia ilusoria de regresar a su mejor versión le negó la evidencia del tiempo. Constató que no volvería a reinar en el Tour, aunque le ha costado plegarse ante la evidencia. El hilo de la esperanza lo mantuvo vivo hasta hace tres semanas, cuando obtuvo su mejor resultado en una competición desde el lejano 2019. 

SU MEJOR RESULTADO

Obtuvo la 11ª plaza en los Alpes Marítimos. Recobró Froome pinceladas de sus viejas sensaciones. Eso es al menos lo que trasladó. “Personalmente, he visto una gran mejoría en los últimos dos meses. Acabo de regresar de un campamento de entrenamiento y mis piernas están bien. Ahora estoy tratando de volver a mi antiguo nivel”, dijo Froome, despertando cierto entusiasmo. Fue un espejismo.

La disputa del Dauphiné, la carrera que le rompió durante el reconocimiento de una crono tres años atrás, le resituó de sopetón en un lugar muy alejado del que anhela. A la poesía de la utopía se impuso la prosa del realismo. El británico no finalizó la prueba francesa, una carrera que venció en 2013, 2015 y 2016 a modo de aperitivo de sus posteriores triunfos en el Tour.

DUDAS TRAS EL DAUPHINÉ

Esa actuación disparó las dudas respecto a su presencia en la Grande Boucle. Finalmente, el Israel alistará al británico en el Tour. Estar en la salida de Copenhague el 1 de julio es motivo de celebración para Froome. “Es asombroso estar en la salida de mi décimo Tour de Francia. He trabajado excepcionalmente duro este año y estoy dispuesto a darlo todo”, expuso cuando su equipo anunció su presencia.

Froome se alegra por participar. Se ha dado cuenta de que su excelente currículo, su hoja de servicios, cuatro veces en el trono de París, no tenía validez. El presente manda. Gobierna el aquí y el ahora. Por eso asume que simplemente estar en el Tour es una victoria. El objetivo de su escuadra, que cuenta con Fuglsang Woods como líderes, es lograr un triunfo de etapa y mostrarse en la general. Froome no entra en ninguno de esos supuestos.

UN FICHAJE POR EL PASADO

Fue por su pasado espléndido y su ascendente icónico por lo que le fichó el Israel en 2020. Froome conserva la imagen de marca y suficiente atractivo por sus magníficos registros deportivos. El británico es campeón de Tour, Giro y Vuelta. Eso sirvió para convencer al Israel.

En lo deportivo, su recuperación era un ejercicio de pensamiento positivo más acorde con leyendas como las de el Cid Campeador, que se decía que ganó batallas después de muerto montado sobre su caballo. Eso cuenta la leyenda. El ciclismo es muy incrédulo. La realidad, insobornable, refractaria ante los deseos, castiga a Froome. Reconstruida milagrosamente su pierna derecha, el aura del británico es un recuerdo.

El accidente le causó la fractura abierta del fémur además de la rotura del codo, la cadera y varias costillas. Los trozos del ciclista que dominó la pasada década quedaron diseminados. No hay soldadura capaz de reconstruir lo que fue. Su salida del Ineos, que fue su hogar, hacia el Israel, fue una mudanza donde pesaba más el marketing y el palmarés que una recuperación deportiva. La lucha del británico resulta conmovedora, aunque quimérica.

UNA LECCIÓN DE LUCHA

Su resistencia a asumir la derrota dignifica la lucha del ser humano contra uno mismo. Sin embargo, la narrativa del héroe que es capaz de resurgir de las cenizas no se sostiene. El héroe es humano. Digerir que no es el de antes es su gran conquista personal. Froome festeja el estar en la salida de la carrera que dominó. Aceptar que pese a su currículo es un dorsal más, le hace más grande. Froome, renqueante, pedalea hacia el ocaso con la dignidad intacta