Cruda y poética, desgarradora y luminosa, la novela de Alana S. Portero (Madrid, 1978) es un relato de ficción con mucha verdad, que promueve la empatía y la comprensión a través de la historia de una niña trans en el Madrid obrero de los 80. Su autora reclama la universalidad de esta obra, traducida ya a 13 lenguas.

Ha escrito una novela transformadora, que contagia las ganas de comprender otros mundos.

–Me alegra oír eso, yo creo que esa es en realidad la función de casi cualquier artefacto cultural, y concretamente la de la literatura. Si al final no sirve para agrandar la perspectiva o cambiarla, al menos en el tiempo en que estás leyendo los libros, pues entonces creo que no está bien hecho.

¿Cuál es esa mala costumbre o esas malas costumbres que tenemos y a las que alude el título del libro?

–Pues son varias. Primero hace una referencia muy concreta a la mala costumbre que tiene la protagonista de esta novela de no comunicarse con las personas que tiene alrededor y con su mundo, de sucumbir a este miedo que tiene y que le impide comunicarse bien. Y la otra gran mala costumbre es la del mundo entero prejuzgando a las personas antes de preguntarles quiénes son. Hay una gran falla de comunicación que está basada en el prejuicio. Un prejuicio no siempre es malintencionado, a veces es simplemente un juicio previo, y hace que nos fiemos de lo que estamos viendo simplemente, en lugar de preguntar a las personas quiénes son. Ya nos hacemos casi una ficha nada más ver a una persona antes de hablar con ella.

A la mala costumbre de no comunicarnos nos aboca este sistema, vivimos alienados para producir, la mayoría trabajamos para que otros tengan más libertad que nosotras.

–Absolutamente. E incluso en nuestro tiempo libre y ofreciéndonos una supuesta manera de comunicarnos mejor, por ejemplo a través de las redes sociales, también nos han puesto a trabajar. Al final estamos trabajando para otros, para las compañías propietarias de estas redes, y han cambiado nuestra forma de comunicarnos y la han empeorado muchísimo, nos han convertido todavía en más reactivas, en menos reflexivas, en hostiles. Es un desastre. La aceleración capitalista no tiene límite, y hace mucho tiempo que nos han colonizado el tiempo libre. Las redes sociales, que es el gran aparato comunicativo actual, es el sistema más refinado de colonización de nuestro tiempo y nuestras vidas.

Se ha logrado además que desaparezca la lucha obrera, pero no han desaparecido las injusticias, las desigualdades ni los sufrimientos.

–Claro. Esto está trabajadísimo. Si en otros tiempos se utilizaron muchísimo las drogas, la heroína, para acabar con movimientos vecinales y con una juventud que venía bastante cabreada y con gran espíritu transformador, ahora los estímulos son tantos y tan variados, y se ha esencializado tanto el discurso clasemediero y el discurso del ascensor social, que efectivamente la clase obrera tiene muchísimos problemas para actuar en bloque, y no se entiende ni a sí misma.

“Las redes sociales, el gran aparato comunicativo actual, es el sistema más refinado de colonización de nuestro tiempo libre y nuestras vidas”

Aunque la cuestión trans está en el centro, ‘La mala costumbre’ es una historia universal que va más allá y pone a las personas de ‘los márgenes’ en el centro. Esa universalidad hace que la novela se esté traduciendo a 13 lenguas...

–Sí, esto es bastante increíble e inesperado, la verdad. Estoy muy contenta, claro, pero no sé muy bien por qué ha sucedido. Efectivamente, la protagonista de la historia es trans pero desde luego eso no es el centro de su mundo. Y es verdad que son personajes que en un momento dado pueden ser categorizados como marginales, pero es que a mí esta cosa de los márgenes me molesta mucho. Cuando se habla de una persona en el margen es porque hay una en el centro que está convencida de que es el centro y además lo está ocupando desde el punto de vista de un conquistador. Y sí que reclamo universalidad para mi texto, porque aunque por supuesto no rechazo la etiqueta de historia trans porque también es una historia trans y yo hago activismo cada día, no me gusta que se etiquete eso desde determinados lugares porque sé que siempre es con voluntad de empequeñecer lo que nosotras hacemos. Cuando se habla de novelas trans, de novelas de mujeres, es una estrategia para empequeñecer las obras y colocarlas en un lugar donde molesten menos, o donde haya que ir a buscarlas de una manera específica, y eso me da mucha rabia. Creo que La mala costumbre contribuye simplemente a contar lo que pasa con la vida de una mujer trans, y resulta que la vida de una mujer trans en realidad se parece muchísimo a la de cualquier otra que haya nacido con determinados condicionantes económicos y sociales.

¿También puede que su libro esté llegando tanto al público porque nos han faltado estos relatos?

–Pues puede ser. Sí que se han escrito y hay un montón de ejemplos; justo la autora de la portada, Roberta Marrero, tiene un libro maravilloso, El bebé verde, sobre su propia vida, una obra que mezcla cómic, relato, collage... Por lo que sea ahora se recuerda menos y para mí fue importantísimo. Es que creo que cuando contamos historias y las incorporamos a la cultura es cuando llegan. Hay un momento en que quizá el ensayo o el análisis ensayístico nos hace parecer a todo el mundo moléculas vistas a través de un microscopio, y creo que cuando nos incorporamos al relato es cuando realmente aparecemos en el acervo cultural y en el imaginario de los demás, y formamos parte de esa universalidad. Es lo que hace falta, incorporar muchos relatos, todos los que faltan, que son muchísimos.

"Tenemos la mala costumbre de prejuzgar a las personas antes de preguntarles quiénes son"

¿Cómo ve el presente para las personas trans?

–Lo veo con optimismo, pero también con fragilidad, porque creo que los avances sociales, sobre todo los que competen a mujeres, personas LGTB, son frágiles. Pueden ser derribados con mucha facilidad. Hace falta mucho tiempo para construirlos y muy poco para derrumbarlos. Y ahora hay una ofensiva política y cultural importante contra la vida de mucha gente, y conviene estar muy pendientes. Pero lo veo con optimismo, creo que hemos avanzado mucho. Ahora hay conversaciones encima de la mesa que antes eran impensables. Esto para bien y para mal. Pero yo lo veo con optimismo. Creo además que toda la ola de transfobia, concretamente de transmisoginia, ha sido una ola interesadísima, mediática y elitista que no se corresponde muy bien con lo que pasa en la calle, y eso es importante. Somos mucho mejores de lo que nos cuentan que somos.

Resulta paradójico que desde la política es desde donde pueden llegar avances, pero la política suele pervertir las cosas, con los discursos, intereses, egos, se tiende a una polarización de las ideas... y mucha gente se queda sin comprender la realidad. Se ve obligada a posicionarse en un extremo o en otro. A veces dudar es suficiente para que se te etiquete o posicione en un extremo.

–Bueno, primero también es que entender la cuestión de la incorporación de las mujeres trans al mundo, y si quieres al feminismo, como una polarización es una victoria que han tenido las personas que están en contra. Porque no se puede equiparar el querer expulsar a unas personas de unos espacios con que esas personas quieran estar ahí, es muy perverso. Durante mucho tiempo las mujeres trans hemos estado ahí, y siempre y cuando tuviésemos papeles pasivos y en régimen de sometimiento, podíamos estar ahí; la cuestión es tomar la palabra, por tomar la palabra como cualquiera ha estallado la fricción. Y por supuesto, la política, que al final es como el márketing del sufragio, lo que está buscando son lemas constantes que efectivamente no sirven para nada, que es verdad que nos hacen tomar posiciones extremas muy desagradables, y estaría bien que esos lemas por lo menos se nos explicasen y se les diesen contenido. Cuando se han dicho las barbaridades que se han dicho en los últimos tres o cuatro años en este país, estaría bien que nos hubiesen explicado de verdad de dónde sale eso, más allá de un lema y un puñetazo en la cara de los derechos humanos que es absolutamente interesado. Si realmente una tiene la idea de expulsarme a mí personalmente de un espacio o de negarme algo, por lo menos me gustaría que lo argumentase más allá de utilizar un lenguaje agresivo, soez y que no me está explicando nada. Creo que sí, que desde la política falta muchísima comunicación y sobran eslóganes.

¿Cómo vive la escisión en el feminismo por la Ley Trans?

–Es que yo no la he sentido en mi práctica diaria, en el feminismo de base no la he visto. La he visto en lugares en los que normalmente no tengo acceso, en cierta élite del feminismo académica, política o incluso mediática, pero en el feminismo de base la verdad es que estas cosas no han llegado de esta manera, o no en lo que yo tengo alrededor, en mis compañeras. En cualquier caso, se vive con mucha tristeza y mucha incomprensión. La verdad es que no lo acabo de entender. Sé de dónde viene, lo he estudiado mucho, sé que es una cosa que se extiende ya durante décadas, pero en el lugar en el que yo estoy, en este nivel, aquí, a mí no me permea. Lo que me da pena es que se emborrone la comunicación entre mujeres sin más explicaciones. Porque yo puedo entender casi cualquier cosa, yo no soy quién para exigirle a una compañera que me vea a mí como una mujer, porque si no quiere hacerlo, está en su derecho; y tampoco pasa nada, así es la vida, esto pasa en muchos otros ámbitos. El problema es la negación de derechos, eso sí es un problema. No me entorpezcas la vida, no pretendas quitarme los derechos que son básicos.

Dice que sabe de dónde viene esta escisión, ¿de dónde?

–En los 70 esto ya pasaba. En el feminismo norteamericano, por ejemplo, que fue el gran impulsor mediático del feminismo contemporáneo, estas posiciones ya se daban en algunas grandes teóricas, y sí que se ha extendido en el tiempo. Ha habido y hay una connivencia o por lo menos una facilidad de entendimiento entre posiciones políticas reaccionarias y el feminismo transexcluyente, porque a lo largo de los años se han ido dando la mano. Hace un año, vamos, hemos visto a eminentes feministas españolas defender las mismas posiciones que defendían el ala más dura del PP y Vox sin ningún problema. Y esto no parecía crear ningún tipo de controversia o de autocrítica.

“Hablar de novelas trans, o de novelas de mujeres, es una estrategia para empequeñecer las obras y colocarlas donde menos molesten”

En este presente que vivimos, ¿qué es lo que más hace falta para acompañar los procesos trans en los inicios? ¿Qué es lo que más urge?

–Pues yo creo que escuchar, entender que las infancias, sean trans, sean cis o sean las que sean, tienen agencia y voluntad, y saben lo que quieren, y si no lo saben por lo menos expresan ciertos deseos o anhelos que conviene tener en cuenta. Y también enfocarlo desde la perspectiva de que no está pasando nada. Sencillamente, esa criatura va a evolucionar de una forma u otra, pero no es un acontecimiento sobre el que hay que operar de una manera urgente o exagerada, de una manera que en realidad va a cambiar las vidas de toda la familia... porque es una profecía autocumplida, se cambian porque se actúa así. Pues bueno, ya está, hay que acompañar, escuchar, y casi seguro, muy probablemente, esa persona pequeñita y todavía no madura va a ir solicitando lo que necesita. Escuchar y estar a su lado, entender que no te han cambiado el hijo, la hija o el sobrino, no te han cambiado nada. Se tiene que desarrollar y el cuestionamiento de género es un cuestionamiento más en su vida. Creo que todavía en nuestra cabeza está muy asentado el tema de la patologización, o que hay que actuar de maneras muy drásticas. Hay que dejarles experimentar, no le va a suceder nada especial a esa criatura porque agrande su visión del mundo, o porque crea que pasa una cosa. Quiza luego no pase, o sí suceda. Pero entender que las infancias tienen agencia y tienen voluntad, y normalmente piden lo que necesitan.

¿No cree que el gran avance sería liberarnos de esos estereotipos ligados al género que nos dicen cómo deben ser, vestir o comportarse una niña y un niño?

–Sí, claro, eso es ideal. En cualquier caso, como ahora mismo ese es el código cultural que impera, pues es absolutamente normal que los niños y las niñas, porque es lo que ven, lo experimenten así, a través de un estereotipo. Ahora es complicado hacerlo de otra manera. Sería ideal, la hoja de ruta debería ser esa. Pero mientras las personas nos desarrollamos con las herramientas que tenemos, aunque sean como ésta que probablemente está desfasada.... Sí, esa voluntad de que los niños y las niñas experimenten, también es entender en nuestra cabeza que porque el niño o la niña recurran a herramientas que están consideradas propias del género contrario tradicionalmente, pues sí, no salir corriendo y pensar mi niño o mi niña es trans. Deja que experimente porque es que las infancias trans se explican con muchísima claridad. Sí, los estereotipos siempre son limitaciones, y de momento, como la cosa está así... Pero, sí, vaya, está bien pelear para que eso cambie.