Dice Oskar Alegria (Pamplona, 1973) que cree que hace cine “solo por salvar una palabra”. En este caso, tres onomatopeyas en euskera: zinzin (una brisa ligera), durrundurrun (una piedra que cae) y kurruzkarratz (una cumbre golpeada por un rayo). De ellas surge el título de la nueva película del cineasta navarro, Zinzindurrunkarratz, que tras pasar por los festivales de Telluride (EEUU) y Yamagata (Japón) llega esta próxima semana, en su estreno europeo, a la Seminci de Valladolid. Un camino olvidado, una vieja cámara familiar y un burro llamado Paolo conforman este filme: un recorrido poético por las montañas de Artazu por las que caminó su abuelo, y por una memoria de otro tiempo de la que solo quedan fragmentos.

Qué importante es caminar siendo conscientes de cada paso y cultivando la observación, en un tiempo acelerado en que parece que solo importa llegar cuanto antes. Llegar ya. Da mucha envidia sana el concepto vital que ha creado en Zinzindurrunkarratz.

Tendríamos que pensar en zig zag, como los burros. Ante una pendiente trazan un camino milimétricamente perfecto sin perder en ningún momento altura. Sin prisas llegan paso a paso hasta la cumbre ahorrándose la fatiga. Nosotros hacemos lo contrario. Ante un problema vamos derechos. Cada vez confiamos menos en el tiempo.

Ha recuperado una manera de caminar olvidada, y con ella una manera de filmar también del pasado, con una vieja super-8, además sin posibilidad de grabar sonido. Una carencia que ha convertido en potencial narrativo. ¿Lo vio claro? Muchos sonidos, muchos tesoros, se perciben solo en silencio. O con los ojos cerrados.

Otra disciplina que vamos perdiendo. El silencio. Y toda su elocuencia. Hay una invitación a contemplar el silencio durante todo el camino en este filme. Un silencio que viene obligado porque esa cámara ya no tiene posibilidad de registrar el sonido. Pero todos los accidentes son bienvenidos. Cuando un sentido merma, los otros se desarrollan más. Por eso esta película, que está cosida con imágenes mudas y sonidos ciegos, se dirige a algo más difícil todavía, que es acercarse a un cine hecho para el tacto.

“Andia está lleno de topónimos sonoros; los pastores son los primeros poetas al bautizar los lugares y hacer cartografía del aire”

El título alude a los pastores de Andia y Urbasa, que nombraban los lugares con los sonidos.

Creo que la niebla tiene mucho que ver con ello. Cuando desaparece el paisaje estás obligado a mirar con los oídos. En Andia hay una niebla excelsa que debería ser declarada patrimonio inmaterial. También en Idopil, cerca de Orbaitzeta. Son nieblas del color del carbón. Esta película está hecha de eso, de ceniza y niebla. Y aquí de nuevo llegamos a los burros. Los pastores cuando se cerraba la niebla se agarraban a la cola de su burro y este les conducía sin problema a la cabaña. Andia está lleno de topónimos sonoros. Para mí lo más grande es que los pastores son los primeros poetas al bautizar los lugares. No se trata de nombrar la tierra sino de algo más bello y difícil como es hacer una cartografía del aire.

Su abuelo Patxi caminaba 7 horas con un caballo para llevar a los pastores de las montañas víveres y noticias. Y se ha aventurado a buscar esa ruta, aunque ha sido imposible hacer la misma. ¿Es una evidencia de la imposibilidad de recuperar una forma de vida que desaparece?

El mayor problema no era recuperar la ruta. Mi abuelo además nunca hacía la misma. Se trata de recuperar una forma de caminar. Ser devotos de la lentitud, la curiosidad, practicar el encuentro… la pausa y la contemplación del paisaje. De todas estas prácticas encontraríamos hoy su contrario mucho más extendido en nuestro día a día. Tristemente.

Camino de Izurzu, en un fotograma de 'Zinzindurrunkarratz'. cedida

Suerte que queda Bixente Otamendi… ¿Cómo acogió su iniciativa de llevarle a la antigua usanza lo que necesitara? Tres utensilios sencillos y llenos de valor.

Bixente es un héroe fuera del tiempo. Vive seis meses solo en una borda en las montañas y hace todo a mano: ordeñar, esquilar y un queso monumental. Sin luz ni agua. Y es el único pastor con el que he podido recuperar la tradición del companaje. Me dijo que necesitaba un kaiku para el ordeño que ya no encontraba, un irazkina o embudo para filtrar la leche con ortigas y un transistor porque el que tiene solo sintoniza, como él me dijo, tertulias aburridas. Son tres piezas para afianzar su soledad artesana. Y su milagro lácteo. Un queso nace de una bacteria creativa. De nuevo un accidente. Como esta película que basa su trazado en su propia descomposición sonora y visual. Me temo que Bixente será quien apague la luz en la sierra de Andia. Y con él desaparecerá la sabia estirpe de esos pastores que sabían caminar entre la niebla.

“Tendríamos que pensar en zig zag, como los burros; sin prisas llegan paso a paso hasta la cumbre ahorrándose la fatiga”

¿Cómo dio con Paolo? ¿Y qué ha aprendido de él? Se dice que los burros son extraordinariamente inteligentes.

Paolo es otro héroe del filme. Un burro maravilloso. Como su dueño Manolo Kañamares al que le estaré siempre agradecido. Hice un pequeño casting de burros pero Paolo me conquistó por sus orejas. Inquietas y curiosas. Como la película iba a ser casi muda dije: Paolo será el sonidista. Y así fue. Caminando sus orejas iban señalando los tesoros sonoros del bosque: cuco a estribor, fuente a tres pasos, tres cuervos a poniente…

La armonía de lo sencillo también la encarna el companaje…

Companaje viene de compartir el pan, que es un gesto muy litúrgico. Ahora siempre que voy a ver a Bixente le llevo un pan de los antiguos. Y lo compartimos. Con eso basta. La sencillez es una mesa, dos sillas y un encuentro. Es curioso. Leía el otro día un libro de Federico García Lorca sobre las nanas. Esta película tiene mucho que ver con la eternidad de una nana. Y decía el poeta : “Hay que caminar hacia el pan melancólico, la leche silvestre”. Solo ese verso podría ser la sinopsis de este filme.

Hay una sencillez en la manera de filmar durante el camino, mostrando lo que los ojos ven como si lo viese un niño, alguien por primera vez. Esa mirada cobra mucho valor hoy, que estamos tan contaminados por la saturación de imágenes rápidas y la mayoría en la pantalla…

Claro. Rodar en super-8 te invita y obliga a un ejercicio de contención. Primero por el precio. Cada bobina son 3 minutos y 20 segundos y cuestan 50 euros. Es un ejercicio de frugalidad. El burro hace lo mismo. Come lo justo y lo mejor. No se pega una panzada como hace el caballo, que por eso mismo enferma más. Paolo paraba ocho veces a picar un brote, un par de hierbas frescas, no más. Yo hice lo mismo. Más que una cámara omnívora, se trata de aprender a manejar una cámara gourmet. Tres bobinas al día y punto. Totalmente contrario a lo que vivimos ahora con el derroche digital. Y está claro que cuando mas flechas tienes, más puntería pierdes.

Y a la vez hay complejidad, hay misterio en esta película. Como en la manera en que recordamos lo vivido, alterándolo. “Filmamos como caminamos –dice en el filme–, con nuestras torpezas. Como recordamos, sin afinar el enfoque”.

Hay un tropiezo, un traspiés y una caída que están metidas en la película. ¿Por qué no? No somos sólo acierto. Es como incluir la fe de erratas en la propia obra. Y hace todo más humano. Más artesanal, diría. Nuestra infancia en super-8 está casi siempre desenfocada y los filtros hacían que nuestros veranos no fueran siempre azules, sino magentas. El accidente, el error, tiene una poética difícil de hallar en lo perfecto. Por eso filmamos como recordamos y recordamos como caminamos. Con tropiezos.

“Esta película, que está cosida con imágenes mudas y sonidos ciegos, se dirige a algo difícil: acercase a un cine hecho para el tacto”

Kaiku, transitor e irazkina, los tesoros del último pastor que habita las montañas de Andia. cedida

Dice que es un filme sobre la fragilidad de la memoria, lo débil que es el recuerdo. Imagino que también sobre lo fuerte que es la necesidad de recordar. A su abuelo, y en especial a su madre, que falleció una semana antes de iniciar el rodaje. ¿En qué manera marcó el proceso y la mirada de la película?

El primer camino que traza o iba a trazar la película era efectivamente la búsqueda de la voz perdida de mi abuelo. Hemos hablado de la cámara antigua pero no del último fotograma que registró: un día de Año Nuevo donde mi madre le pregunta a mi abuelo por un deseo para el año entrante … y ¡zas! Justo cuando mi abuelo iba a responder la bobina se termina. Nos quedamos sin la voz del abuelo. Por eso el punto de partida es ese: continuar ese filme interrumpido. Dar con esa voz del pasado. Pero pasó que perdimos a mi madre una semana antes de salir a caminar y… qué curioso, que ella fuera la última voz que se registró en esta cámara. Lanzando a mi abuelo una pregunta sin respuesta. Por eso el silencio de la película tomó otro protagonismo gracias a su recuerdo y la errancia tuvo otro compañero de viaje que fue el duelo.

Ha dicho en alguna ocasión que solo ve el futuro en el pasado. Pero qué complicado es rescatar lo valioso del pasado en el día a día, nos lo pone difícil el sistema, que ha colonizado nuestro tiempo…

Hay un tiempo verbal que es mi favorito que es el presente recordado. No es la nostalgia ni el cualquier tiempo pasado, sino un tiempo resistente a los cambios que mencionas y un tiempo milagroso que permite sobre todo con el cine una máxima nada irreal: filmar es vivir dos veces.

¿Rodar en super-8 es una manera de resistirse a dejarse llevar por esa colonización de la tecnología?

Ya caminar con un burro es un manifiesto. Hoy todo son vallas. Obstáculos. Caminos cortados. Unir dos pueblos hoy a pie ya es un reto. Y rodar en super-8 hace el reto doble. Pero no hemos nacido para lo fácil. La aventura es más aventura si no sabes lo que habrá al otro lado de la curva.

“Caminar con un burro es un manifiesto; hoy todo son vallas, obstáculos, caminos cortados. Pero no hemos nacido para lo fácil”

¿Cómo lleva el contraste de la actividad que implica promocionar su cine de aquí para allá con el mundo aparte que crea en sus obras, otra dimensión espacio-temporal?

Eso es lo mejor que le puede pasar a estas películas. Ser capaces desde lo pequeño de convertirse en embajadores de una aldea. Tolstoi decía: pinta tu aldea y pintarás el mundo. Por eso comprobar que un japonés te pregunta por la lechuza de tu pueblo o un americano se interesa por el irrintzi de unas pastoras… con eso ya el camino mereció la pena. Porque no termina en los créditos sino que continúa por cada viaje y cada espectador.

¿Cree que es un espacio-tiempo que añoramos muchas personas en todo el mundo? Su cine parte de algo muy local pero con él conecta gente de lugares muy lejanos.

En Viena una mujer de edad avanzada salió del cine tras ver Zumiriki, pasó a mi lado con su bastón y me dijo al oído : “Ay, cuantos recuerdos me ha dado usted, hoy no podré dormir”. Quizás eso sea lo único. Regalarle a un espectador fuera de tu mundo un feliz desvelo.

Dijo después de rodar Zumiriki que seguramente la próxima, ésta, sería su última película. ¿Lo es?

Y ahora te diría que no. Pero si me preguntas en un par de años igual cambio mi respuesta. No sé si es la última de las últimas, pero sí que con ella se cierra una trilogía, la de la memoria. Emak bakia recupera una casa. Zumiriki una isla bajo el agua. Zinzindurrunkarratz un camino a las montañas. Y en sus títulos está todo. Creo que hago cine solo por salvar una palabra.