Cuando se cumplen 500 años de la visita de Carlos V al reino de Navarra y de la concesión del perdón de Pamplona de 1523, el Archivo Real y General de Navarra dedica su microexposición de noviembre a exponer al público algunos de los documentos que custodia relacionados con este acontecimiento. En concreto, se exhiben los perdones de Carlos V de Pamplona de 1523 y de Fuenterrabía de 1524, así como documentos del fondo Juan Rena vinculados a la visita del emperador al reino.

La microexposición “V Centenario del Perdón de Pamplona (1523)” es una muestra de pequeño formato, de acceso libre y gratuito, que permanecerá abierta en la galería baja del Archivo de Navarra todos los días del mes de noviembre de 10:00h. a 14:00h. y de 17:00h. a 20:00h.

La gracia del perdón

La práctica de combinar la aplicación de justicia con el ejercicio de una clemencia que atenuara o excepcionara en determinados casos la aplicación rigurosa del Derecho tenía ya un precedente en la Navarra de principios del siglo XVI. Así, en 1513 Fernando el Católico, en el marco de la política de mantener cierto equilibrio entre los dos bandos en los que se hallaba dividida la nobleza del reino –agramontés y beaumontés – desplegada después de la conquista del reino, ofreció a las cortes navarras un perdón a los rebeldes arrepentidos. La muestra se abre precisamente con el acta de cortes que recoge este ofrecimiento real. 

Esta línea de actuación, tan característica del proceso de fortalecimiento del poder regio vivido en los nacientes estados de la Edad Moderna, es la que sería seguida y profundizada por Carlos I. Tanto en Castilla, una vez sofocada la revuelta comunera en la batalla de Villalar, como, muy especialmente, en Navarra, tras la victoria de Noáin (30 de junio de 1521). Carlos I de España emprendió entonces una decidida y exitosa política de concesión de perdones a los navarros del bando agramontés que habían combatido en su contra junto a los franceses y que se mantenían aún leales a Enrique II, hijo de los reyes destronados en 1512. Así, ya en 1521 se tiene constancia de un primer proyecto de perdón a los agramonteses, que se materializaría en 1522 en una primera concesión formal. Pero sería en 1523 cuando esta política de clemencia como vía de atraerse a los agramonteses desafectos y lograr la pacificación del reino daría un nuevo paso con el viaje del rey a Navarra.

El viaje de Carlos V y el perdón de 1523 

En el marco de nuevas acciones militares contra una Francia que, con apoyo precisamente del principal líder agramontés, Pedro de Navarra y de la Cueva, y sus hombres, seguía ocupando Fuenterrabía, Carlos I llegó a Logroño en septiembre. Hasta allí ordenó acudir a Juan Rena, destacado oficial real y vicario general de la diócesis de Pamplona, para preparar el viaje, llegando a Pamplona el 12 de octubre donde permaneció hasta el 2 de enero de 1524 tomando durante su estancia distintas decisiones sobre el gobierno y administración del reino. 

Entre ellas la concesión el 15 de diciembre de una nueva carta de perdón, conocido como el “Perdón de Pamplona” por haber sido otorgado durante la estancia del rey en la capital navarra. En dicha carta, después de relatar lo sucedido desde la entrada del ejército francés en Navarra en 1521, el saqueo de Los Arcos, el sitio de Logroño y la batalla de Noáin, el rey concedía un perdón de distinto alcance en función de la situación procesal de los destinatarios. No obstante, de la medida de gracia, contenida en un documento suscrito por el monarca con la fórmula tradicional “Yo, el Rey”, se exceptuaba a una lista de destacados agramonteses exiliados encabezada por Pedro de Navarra y de la Cueva. 

Pocos meses después, el 29 de abril de 1524, un nuevo perdón concedido tras la rendición de Fuenterrabía a las tropas españolas y en cumplimiento de las condiciones de capitulación, alcanzó ya a todo el bando agramontés, por todos los acontecimientos acaecidos desde 1512 y con restitución de títulos, honores y bienes, siempre que los acogidos a él regresaran a Navarra y jurasen fidelidad a Carlos I. 

Fue la fase final de una política que, combinada con el ejercicio de una prudente función arbitral entre los dos bandos, tendría éxito en lograr la definitiva pacificación del reino. Así, en los años siguientes las enemistades entre las dos banderías fueron difuminándose poco a poco, aunque habría que esperar hasta 1628 para que las cortes navarras pidieran al rey Felipe IV de España declarar extinguidos los bandos agramontés y beaumontés para que a partir de entonces todos los cargos y concesiones del reino se otorgasen ya “sin atender a que toquen, o no, al un bando o al otro”.