A la Real Sociedad le faltó el competitivo espíritu de los gladiadores a pesar de que sí saludó a Roma como “los que van a morir”. El equipo realista volvió a demostrar que no ha alcanzado la madurez necesaria para luchar ante rivales de esta jerarquía a estas alturas de la competición. Algo falla cuando se presenta al momento clave de la campaña siempre a la baja, con una versión mermada, no ya en efectivos como en esta ocasión, sino en confianza y energía. Los txuri-urdin han perdido fuelle y ardor guerrero. Se venía percibiendo en la Liga, pero su mal se evidenció de forma descarada ante un rival poderoso, con las ideas muy claras, que era plenamente consciente de que iba a fraguar su victoria en sus continuas victorias en los duelos. La Roma sacó los colores al rombo mágico, la que considerábamos como la fórmula perfecta ideada por Imanol para soñar por fin con hacer algo grande en Europa. Los italianos aplicaron a rajatabla la doctrina Mou, para desnivelar y quién sabe si casi sentenciar la eliminatoria gracias a sus goles en una contra y a balón parado. 

Fue un poco como lo que decían del mejor Messi, que sabías que te la iba a hacer y cómo te la iba a hacer, pero nadie lograba frenarle. Pues en una dimensión y un ámbito muy distintos, todos sabíamos cuál era el peligro y lo que había que evitar ante un contrincante de este tipo (los realistas se han pasado dos semanas repitiéndolo) y al final se la hizo. Por si fuera poco y para más inri, los goles llegaron en sendos instantes clave, al principio y al final del duelo, con el consiguiente mazazo moral que ello supuso. Remiro no estuvo a la altura de nuevo en una noche clave y, en el otro área, no tenemos ni idea aún del estado de forma de Rui Patrício porque solo hizo una parada a disparo lejano de Diego Rico, que, además, se marchaba fuera. 

Parafraseando a Juanito, “90 minuti en Anoeta son molto longos”. Y nadie dice que no sea posible. Con la desaparición del valor doble de los goles en campo contrario, en realidad el objetivo pasa por vencer el encuentro en casa por dos tantos de ventaja. El mayor problema es que la estadística no está de su lado. Si el ideario de Mou se basa en todo lo que ejecutaron y explotaron este jueves sus pupilos, el de la Real de Imanol lleva dos años basándose en muchos triunfos por la mínima. Por lo tanto, nos tenemos que encomendar a un espíritu, el de Anoeta, que desgraciadamente todavía está por descubrir. Si esta directiva quitó las pistas fue sencillamente para convertir el estadio en un lugar inhóspito para el rival y que, como consiguió este jueves de forma clara y directa un monumental Olímpico en la segunda diana, la grada también consiga marcar goles. La Real tiene todos los ingredientes en su mano para descubrir y adentrarse en el terreno de las remontadas heroicas. Es de las pocas barreras que le faltan por derribar a Imanol. Su clasificación pasa a ser una cuestión de fe a partir de hoy mismo. 

Imanol se decantó por Illarramendi en el centro del campo en detrimento de Brais y por Kubo y Sorloth en la delantera al sacrificar a Mikel Oyarzabal. Aunque siempre nos sorprenda ver sentado al 10, su suplencia entra dentro de la lógica y lo normal si tenemos en cuenta lo sucedido en la hasta ahora exitosa campaña txuri-urdin. La entrada del capitán quizá era menos esperada, sobre todo por la potencia física de los italianos, aunque sería injusto no recordar que atraviesa por un buen momento y que uno de sus mejores actuaciones fue ante el Madrid en el Bernabéu, con el poderoso músculo de los blancos. Los demás fueron por lo tanto los previstos. Como decía con bastante gracia Xabi Prieto en la grada, “a mí la alineación le parece siempre bien, los que discutís esas cosas y os ponéis a hacer debates sois la prensa”. Fútbol… 

Mourinho sabía que le esperaba un partido muy distinto al de la Juventus y que la mejor manera para hincarle el diente era apostando por la fuerza de los suyos. Sentó a Spinazzola, en una decisión impactante, y recuperó la figura del 9, Abraham, junto a Dybala. El luso volvió a confirmar que sabe preparar los encuentros y desnudar en la pizarra al rival como pocos. 

En las previas todos coincidían e incidían en la importancia de no cometer errores. De no perder balones en transiciones o que pudiesen generar contras con el equipo descolocado. Pues la primera en la frente. Un golpe tan certero como letal. Diego Rico se internó por su banda, le cortaron el centro, a Illarra le sorprendió sin hacer la cobertura, y en tierra de nadie, y tomó la decisión de achicar con el agravante de que Dybala ya estaba a su espalda preparado para salir como un cohete. Fue arrancar su carrera y dar la sensación inequívoca de que la jugada iba a acabar en desastre. El argentino recorrió más de medio campo como si estuviera en una pista de 100 metros antes de proyectar a Abraham en el área, habilitado por un mal repliegue de Zubeldia, que se olvidó de tirar el fuera de juego, y el centro de este lo convirtió en gol El Shaarawy gracias a un acrobático remate. Doloroso, muy doloroso. No habían pasado ni trece minutos y la eliminatoria se ponía cuesta arriba, aparte de entrar en el escenario que tanto le gusta a los conjuntos italianos y de Mourinho, en ventaja y con el rival necesitado. 

La Real se repuso bien de la bofetada. Poco a poco se fue adueñando de la posesión y avanzando posiciones. Eso sí, ante un anfitrión muy replegado que no tenía ningún problema en montar un muro de tres niveles al que era muy complicado encontrarle fisuras. Después de dos tímidos acercamientos en sendas faltas sacadas por Illarramendi (se notó que no estaba Brais en esta faceta), llegó la primera ocasión txuri-urdin. Gorosabel combinó con Merino y el pase de este lo aprovechó Kubo para internarse y estrellar su disparo en el poste. Una pena. A los pocos minutos, después del primer susto de Remiro en un pase errado, la Real volvió a explotar su banda derecha con otro centro del lateral, que remató a bote pronto y desviado muy forzado Zubeldia. Y Kubo sirvió otro buen centro y a Smalling se le apareció la virgen porque su fallido despeje se marchó rozando el palo con Rui Patrício sin ninguna opción de salvarla. 

La Roma ya jugaba sin disimulo a la contra, aunque en una acción a balón parado, aviso de lo que estaba por llegar, Remiro tuvo que esforzarse para salvar un cabezazo que se envenenó de Pellegrini. El propio centrocampista no logró engatillar un centro-chut de un Dybala diferencial y el meta realista volvió a ponernos a todos el corazón en un puño con otra pérdida imperdonable ante Abraham. 

Tras el descanso, como tantas otras veces, los de Mou recogieron velas y se dedicaron a cerrar cualquier ataque de la Real sin pasar excesivos apuros plenamente conscientes de que volvería a llegar su oportunidad. Rico encañonó una buena volea que salvó Rui Patrício y Belotti exploró la espalda de Le Normand en otro servicio largo (estrategia preparadísima) para estrellar su chut en la escuadra. 

A los 82 minutos, llegó la acción clave del duelo, en un centro con música de Brais que Merino, solo, en boca de gol a solo dos metros de la meta, remató incompresiblemente fuera. Solo cuatro después, y con la grada de pie y encendida, Dybala sirvió el córner perfecto y Kumbulla remachó a las mallas dentro del área pequeña sin que Remiro hiciese el más mínimo amago de salir. Es lo que tiene no dominar el área. Dos regalos, dos goles, bienvenidos de nuevo a Europa amigos. 

Resulta imposible no pasar un tiempo de duelo después de lo mucho que había ilusionado este equipo en la fase de grupos y la forma de la derrota, pero no queda otra que olvidar y tratar de preparar a conciencia la vuelta. Con la misma impotencia y la rabia que lo hicieron los Arconada y compañía en la vuelta del 3-0 ante el Inter en 1979 en el que fue, en palabras de Zamora, “el mejor partido de la historia de Atocha”. Toca preparar la vuelta con tambores de guerra, con el recuerdo de lo mucho que ha costado llegar hasta aquí y con la certeza de que más pronto que tarde, Anoeta necesita invocar al dios de las remontadas. Es una simple cuestión de fe y a partir de hoy solo valdrá creer.