Resulta asqueroso comprobar cómo se ha normalizado en este país la inmoralidad de que la Supercopa de España se juegue en Arabia Saudita, una monarquía absoluta sin las libertades más básicas. Y el poco ruido que ha habido no ha sido por blanquear semejante régimen sino por el pelotazo del ínclito Luis Rubiales y de Gerard Piqué cuando la RFEF negoció llevar la Supercopa a ese país.

Como los clubes participantes ganan más dinero que si se jugara en España, no dicen nada. Y a los medios de comunicación tampoco los vemos con ganas de meterse en líos. Y los futbolistas y entrenadores son unos mandados. Y lo que piensen los aficionados –que se quedan sin ver a su equipo, salvo que tengan dinero y días libres para semejante viaje– es, una vez más, irrelevante, y se contrarresta, como siempre, con el argumento de que el fútbol cuesta dinero y hay que hacer cosas tan indecentes como ésta para sostenerlo. Y a tragar.