Pronosticó mi compañero Kike Santarén que acabarían arrojando un talo con txistorra al Guernica de Picasso, y ahí le andamos. La penúltima soplagaitez de esos niñatos que seguimos empeñándonos en nombrar como ecoactivistas ha consistido en pegarse las manos a los marcos de las dos majas de Goya expuestas en el museo del Prado de Madrid. Antes, habían tenido el cuajo de escribir con esprai negro en el espacio que hay entre las dos pinturas "+1,5°". Déjenme que, antes de poner a escuadra a las criaturas chorriambientalistas, mande un saludo a los putapénicos servicios de seguridad de la pinacoteca. Parece una broma de mal gusto que, viendo la moda de gamberrizar el arte que se ha instalado en nuestro entorno, no se hayan tomado las precauciones más elementales para evitar que un par de tontos consigan su minuto de gloria. Luego, cualquier pringado que se acerca media migaja a las obras expuestas es placado y abroncado por el segurata de turno.

Volviendo al caso, he hablado de moda, pero me temo que es ya epidemia. Estas tontunas seguirán extendiéndose como la peste. Primero porque, como acabamos de comprobar, los museos están en la puñetera inopia. Segundo, porque los medios insistimos en dar pábulo a los pijomalotes y, para colmo, les otorgamos la consideración de aguerridos agitadores de conciencias cuando solo son criajos de papá con ganas de dar la nota. Tercero y definitivo, porque las organizaciones ecologistas más importantes, empezando por Greenpeace, justifican estas dañinas memeces sin pensar que perjudican más que benefician a la causa que dicen defender.